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Opinión 06-11-2024 12:09

QUERENCIA A VIVIR EN UN MEDIO DE AMOR Por Juan Goti Ordeñana Catedrático jubilado de la Universidad de Valladolid

En estos tiempos hemos entrado en un mundo que nos incita constantemente a conseguir objetivos parciales: de pasarlo bien, poseer muchas cosas, ser valorado y estar en un ocio continuo, así como tener un trabajo que sea muy rentable, no comprometerse con ninguna responsabilidad y hacer lo que te venga en gana.

 

En estos tiempos hemos entrado en un mundo que nos incita constantemente a conseguir objetivos parciales: de pasarlo bien, poseer muchas cosas, ser valorado y estar en un ocio continuo, así como tener un trabajo que sea muy rentable, no comprometerse con ninguna responsabilidad y hacer lo que te venga en gana. Sin embargo, ninguna de estas cosas que se le ponen como aspiración a la juventud de hoy, puede llenar el sentir y los anhelos de la persona humana.

Nada de este programa puede producir verdadera satisfacción al ser humano. Por ello la juventud moderna vive como desquiciada entre propuestas narcisistas, hedonistas e instigadas al consumo, pensando que con ello se consigue la felicidad, porque cree que llegará a conseguir un estado de placer. No obstante, toda esa propaganda que arrastra a la juventud es una mentira, pues, más bien, le impulsa a una vida sin sentido, a la soledad y a una visión egoísta. En esta línea vemos que se orienta hacia unos alicientes donde predomina el interés personal, y un planteamiento preparando el terreno para ser arrastrado por cualquier programa totalitario o nihilista.

Quien ha sido formado en esta ideología no tiene inclinación a desarrollar una vida compartida, asociada con otros y para la formación de una sociedad de futuro basado en colaboración con otra persona, por ello el rechazo a constituir una familia, fundada en el matrimonio que sea fiel y para toda la vida. Donde es necesario una cooperación total y una idea de justicia como base de esa asociación. Éste debería ser el objetivo de la nueva juventud para regir su propia vida, de otro modo se somete a un poder de otros sistemas que dominan nuestras vidas, y se hace siervo de ciertas ideologías que por sus intereses han llegado a destruir la familia, y que tratan de sacrificar a la juventud en aras de los caudales de plutócratas que dominan la publicidad y dirigen los gustos de la sociedad para sus intereses.

Hay que ver el desastre social que ha supuesto esta ideología en los últimos años. Ha creado un antihumanismo radical, con el apoyo de ciertas fuerzas que dominan el mundo y tratan de destruir la convivencia de las familias, pues atacan las bases en que se ha sustentado la defensa de la persona: al devaluar la dignidad de la persona, al mandar al campo de la intimidad el sentido religioso, al someter al individuo a un aislamiento a capricho de autoridades tiránicas que le explotan, y les hacen olvidar quienes son al privarles del conocimiento de su historia y la cultura a que pertenecen.

Así vemos hoy día cómo el poder pretende una explotación de los ciudadanos, y que éstos caigan en una pasividad ante la realidad para sucumbir en manos de grandes fuerzas de dominación. Así se ha entregado la juventud a los dictados de un imperialismo neocapitalista que ha conseguido dominar la conciencia de los pueblos con una publicidad totalitaria. Hoy el dominio sobre los ciudadanos es tan hondo que difícilmente se llegará superar, si no se plantea una revolución con una conciencia decida del pueblo.

Es necesario que comprendamos que el ser humano debe vivir en un medio de amor, al tiempo que desarrolle el sentido de amar. Amar y ser amado es lo que hace feliz a la persona. Para ello, la familia es el medio que nos ha proporcionado la naturaleza, por ser el ambiente adecuado para que progrese, con toda seguridad, el crecimiento del niño. Somos el resultado del amor de unos padres que nos acogen desde el primer momento de la vida. Momento importante porque sin ese medio no podríamos subsistir, y constituye el alma mater de nuestra vida. Y ese entorno es lo que nos va a proporcionar fuerza para orientar nuestro porvenir, pues es fundamental para arrostrar las dificultades que nos presenta la sociedad en la que vamos a vivir.

Según el nivel de amor que hayamos recibido en nuestro período de formación, sabremos ir creando un medio de amistad en la infancia, en la juventud, en la madurez y, también, en la senectud. La enseñanza del amor que hemos recibido en la familia, nos llevar durante toda la vida a vivir con un optimismo, que nos mueve a ir hacia adelante, hacía una constante superación.

Si hemos aprendido esa ley del amor podremos, luego, lograr amores sinceros con las personas que encontremos en el devenir de nuestra vida, y crearemos un ambiente de fraternidad con ellos, para entrar en una comunicación franca con los demás, y desde esa experiencia valorar el trato con el prójimo. Por todo ello, en realidad, el amor es una profesión, es un ideal, al que va unida la visión del bien de la naturaleza y la comprensión de la belleza.

La ley del amor nos acompañará toda la vida, y siempre podremos avanzar en su hondura, pues nos hace ver con optimismo el mundo. Esta ley de amar es una llamada en lo profundo de la persona, de donde se llega a comprender lo que es la fraternidad con el prójimo. La persona necesita este ambiente del amor, y por ello tiende toda la vida a fomentar la amistad, y con esta experiencia, uno llega comprender que en este medio del amor se encuentra la felicidad.

Este amor afecta a lo más íntimo de nuestro ser, si consiste en un amor verdadero. Se trata de un anhelo infinito, ansiado plenamente en el interior de todas las personas. A fin de alcanzar este amor recorremos toda la vida, porque creemos que en su conquista consiste la felicidad. Esta aspiración no se puede ocultar ni reprimir, por ello es necesario que la juventud le dé toda la importancia que merece. Toda nuestra vida aspiramos a alcanzar un gran nivel de amor, el cual nos permita entrar en las relaciones con los demás.

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