Noticias de Cantabria
Opinión 27-03-2020 17:00

El saltador del pecho, fuente de simbolismo, por el Dr. José Manuel Revuelta

Cada mañana, lo primero que leo, como la mayoría de los españoles, son estas escalofriantes cifras de damnificados por el nuevo coronavirus, COVID-19, que se esconde en las células humanas, con sus armas poderosas cargadas con mensajes genéticos para reproducirse por millones en pocos minutos. En el mundo, ya se contabilizan 24.116 muertes causadas por este potente agente destructivo, alrededor de 8.000 fallecimientos cada mes.

 

Mucha inteligencia, mucho esfuerzo, mucho dinero se están poniendo disponibles para controlar este virus, siendo previsible que lo logremos pronto, no cabe duda. Decenas de vacunas están desarrollándose, algunas han comenzado a utilizarse en voluntarios sanos, y también centenares de ensayos clínicos en marcha, con fármacos antivirales y reparadores de los efectos colaterales que origina esta nueva enfermedad, como Favilavir, Cloroquinina, Remdesivir, Actemra, Galidesivir, AmnioBoost, entre otros.

 

 

Seguro, seguro que alguna de estas estaciones científicas nos llevará sanos y salvos a nuestro destino -el Bienestar-.

 

 

Estos días, de tanta lectura en los medios de comunicación solventes y otros, procedentes de descontroladas redes sociales, nos abruman, asustan y, a veces, nos hacen reír de tanto ingenio y gracia que atesora nuestro pueblo. “A mal tiempo, buena cara”.

 

Como un pequeño descanso para nuestra cansada mente del constante bombardeo de virus, guantes, mascarillas, políticos, economía, chinos, italianos, coreanos (del sur, claro; del norte no se habla) o confinamientos, bueno es echarle un vistazo a nuestro generoso corazón, que nos mantiene y acompaña, día y noche, sin pedir nada.

 

Casi 18 millones de personas murieron en el mundo, el pasado año, a causa de la enfermedad cardiovascular. Efectivamente, fueron 17,9 millones fallecimientos, una de cada 3 muertes, según el último informe de la Organización Mundial de la Salud. Desde hace décadas, esta prevalente patología constituye la primera causa de muerte en los países desarrollados.

 

El COVID-19 se empequeñece -8.000 fallecimientos por mes en el Mundo-, ante una cifra realmente alarmante y poco conocida, 1,5 millones de muertes cada mes, a causa de las enfermedades del corazón. Muchas de ellas podrían fácilmente evitarse cambiando algunos de nuestros hábitos de vida, pero de esto nos ocuparemos en otra ocasión.

 

El corazón, motor y fuente de vida, comienza a latir poco después de la fecundación y lo hace durante todas las noches y todos los días, año tras año, sin descanso alguno, hasta el último minuto de nuestra existencia. Con la tecnología actual, podemos observar las contracciones cardíacas en el feto, a partir de la 6ª semana de vida intrauterina, y evaluar apropiadamente sus latidos por ecocardiografía Doppler desde la 10ª semana.

 

 

Símbolos primitivos

 

Estos ruidos rítmicos torácicos no pasaron desapercibidos para los primeros pobladores de la Tierra, quienes incluso vieron latir corazones de animales en sus arriesgadas cacerías. Dejaron vestigios del importante valor que daban a este sorprendente órgano, en ciertas pinturas rupestres del arte paleolítico, como el dibujo prehistórico de un mamut herido conteniendo la figura del corazón en el interior del tórax, en la cueva del Pindal en Pimiango (Asturias).

 

El impacto que produjo en el ser humano observar un corazón latiendo debió ser tan grande que les indujo a atribuirle poderes y funciones extraordinarios. Desde la antigüedad, existe constancia documental sobre el extensísimo simbolismo del corazón, presente en prácticamente todas las culturas, religiones y creencias hasta nuestros días. La literatura universal nos ofrece una amplia gama de símbolos sobre el corazón que le arrogan poderes, sentimientos, atribuciones, fortalezas y debilidades. El corazón ha sido y sigue siendo fuente de inspiración de la Ciencia, las Letras y las Artes.

 

Resulta interesante analizar la etimología del “corazón”. Del griego procede la palabra kardia y del latín cord, mientras que las lenguas germáticas lo mencionan como heart, hertz, hearte. De hecho, en alemán se denomina al ciervo con una palabra de pronunciación semejante, “der Hirsch” o el saltador, ya que el corazón es el “Saltador del pecho”.

 

 

Huellas milenarias

 

Hace más de 4.500 años, los sumerios creían firmemente que el corazón era el órgano central del organismo humano. Un sacerdote llamado Beroso o “El Caldeo” en su Historia de Babilonia, escrita en el siglo III a.C., menciona que la diosa creadora Nammu, junto con las diosas del nacimiento, gestaron el primer hombre, dándole “el corazón que amansaron con arcilla de la superficie del abismo”. La poesía sumeria da buena muestra de la posición predominante que otorgaban al corazón: “Su corazón se llena de clemencia”, “No rompas mi corazón con tu dolor”. Hacían referencia tanto al corazón de sus dioses, como a los suyos propios.

 

La cultura china consideraba al corazón como el rey de todos los órganos del cuerpo, denominándole “corazón pensante”. La sabiduría del taoísmo imaginaba que el orden y el balance del corazón eran determinantes para el buen funcionamiento de todos los sentidos. Para la Medicina china antigua, el corazón representa el centro de mando de la conciencia y la inteligencia. Confucio hablaba de que la ética y la humanidad radicaban en el corazón, “li” cuando era justo y “chun tzu” si no se comportaba correctamente.

 

Es interesante leer como los antiguos médicos chinos nos relataban que el corazón tiene 7 aberturas, que denominaban ojos, gracias a los cuales este órgano central percibe la realidad exterior y emite sus influjos. Cuando estos ojos o agujeros, en realidad son 8 (2 venas cavas, 4 venas pulmonares, la arteria pulmonar y la aorta), están limpios dejan pasar libremente la sangre, siendo esto la principal misión del médico para poder asegurar la buena salud. Este simbolismo tiene su importancia y traducción en la Medicina actual; el médico debe tratar de mantener bien limpios estos agujeros, evitando la formación de coágulos intracardiacos, que ocasionarían la muerte por trombosis venosa o arterial.

 

Los antiguos egipcios creían firmemente en la vida después de la muerte, basta contemplar las magníficas Pirámides de Guiza o el Valle de los Reyes en Menfis. Creían que el alma del difunto viajaba al Más Allá en espera del cuerpo, por eso trataban de conservarlo mediante la momificación, complejo proceso en el que extraían el hígado, los pulmones, el estómago y los intestinos, que eran introducidos separadamente en los vasos canopos, para cuando el difunto los necesitara. Sin embargo, siempre dejaban el corazón en su lugar, lo preservaban y manipulaban con sumo cuidado.

 

Para esta impresionante civilización de la antigüedad, el corazón era el órgano más importante y central del cuerpo humano; de hecho, la cultura egipcia fue la “Cultura del corazón”; pensaban que tenemos dos corazones Hati “corazón físico” e Ib “corazón fisiológico”, concepto no muy descabellado. De hecho, los médicos habitualmente hablamos también de dos corazones, “corazón derecho” que se ocupa de conducir la sangre desoxigenada –azulada- hacia los pulmones para que su oxigenación y “corazón izquierdo” que impulsa la sangre oxigenada -roja brillante- a todos los rincones del maravilloso organismo humano.

 

Según la tradición del Antiguo Egipto, al finalizar el viaje, el muerto debía enfrentarse al temido Juicio de Osiris, en el que el corazón se colocaba en un platillo de una delicada balanza y en el otro una pluma de avestruz, símbolo de la diosa Maat. Si el corazón pesaba más que la pluma significaba que el difunto no había vivido correctamente, en consecuencia, debía ser devorado por la diosa Ammit que tenía la cabeza de cocodrilo, los cuartos delanteros de león y los cuartos traseros de hipopótamo. Esta bestia mitológica debía darse un buen festín en cada juicio, ya que el corazón humano pesa entre 240 – 280 gramos, siempre superior a cualquier pluma de avestruz.

 

En el famoso “Papiro de Ebers” (1.500 a.C.), uno de los más antiguos tratados de farmacopea y medicina, redactado en Egipto durante la dinastía XVIII durante el reinado de Amenhotep I, actualmente se encuentra en Leipzig (Alemania), atribuye al corazón funciones como ser el lugar donde radica la inteligencia, la conciencia moral y el pensamiento. Detalla la fisiología cardiaca utilizando un lenguaje poético, como “el corazón habla a través de sus latidos”, aunque “solamente los médicos muy ilustrados son capaces de percibir su mensaje mediante la palpación del tórax”; así como que todos los fluidos corporales confluían en el corazón, la sangre como la saliva, las lágrimas, la orina, el semen o la bilis.

 

Hipócrates de Cos (460 – 371 a.C.), famoso médico griego, trataba de convencer a sus discípulos y autoridades griegas de que la inteligencia y los sentimientos se localizaban en la cabeza y no en el corazón, como “estaba establecido”. Sus colegas no parecían muy convencidos de sus enseñanzas, aparte de que los filósofos tenían siempre la última palabra, pues gozaban de amplia reputación social. El gran filósofo Platón, maestro de Aristóteles, determinó que en el corazón residía el “alma mortal” o sea la inteligencia y los sentimientos, mientras que en la cabeza estaba localizada el “alma inmortal” que permanece tras la muerte.

 

 

El sacrosanto corazón de los cristianos

 

La cultura cristiana es muy rica en símbolos, de hecho, la palabra “corazón” aparece en la Biblia en 873 ocasiones, además de “corazones” en otras 88. De los innumerables símbolos cristianos queremos destacar el culto al “Sagrado Corazón de Jesús”, que ha permanecido hasta nuestros días. Tiene su origen en un pasaje del Evangelio (San Juan 19:34), donde se describe que cuando “la lanza de un soldado atravesó el costado de Cristo, salía sangre y agua” y “del corazón herido de Cristo surge la Iglesia”. Los primeros testimonios de este simbolismo se encuentran en el siglo XII, con San Bernardo, abad de Claraval del monasterio cisterciense de la localidad francesa de Ville-sous-la-Ferté, cuando escribe “en la herida del corazón de Cristo leo el secreto del corazón”, o bien, uno de sus discípulos proclama “Nada hay más indulgente que el Corazón de Jesús”.

 

Este simbolismo cristiano siempre tuvo una especial raigambre en muchas ciudades y pueblos de España, donde la imagen del “Sagrado Corazón de Jesús” presidía la entrada de muchas casas. Llegó a su cúspide con Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582), proclamada Doctora de la Iglesia quien, junto con San Juan de la Cruz, representan los grandes maestros de la vida espiritual de la Iglesia Católica. En marzo de 1588, se examinó el cadáver incorrupto de Santa Teresa, cuyo corazón mostraba una hendidura o desgarro a nivel del ventrículo izquierdo. Algunos entendieron que respondía al sueño que tuvo la Santa sobre que “el ángel que le atravesaba su corazón con una flecha de oro ardiendo, sintiendo gran dolor de pecho”. Sin embargo, el médico que examinó el órgano incorrupto, meses más tarde, describió que podía haberse tratado de una rotura cardiaca a consecuencia de un infarto de miocardio, motivo de su muerte. El corazón de Santa Teresa se conserva en un relicario del siglo XVII en el convento de Alba de Tormes.

 

Frases como “Ofrecer el corazón a Dios” “Levantemos el corazón a Dios” de las oraciones católicas están tan implantadas en nuestro subconsciente que llegan a difuminar incluso el objeto ese ofrecimiento.

 

 

Simbolismo profano

 

Si bien, el simbolismo constituye un importante y productivo movimiento literario, con su origen en Francia y Bélgica a finales del siglo XIX, los símbolos siempre han acompañado al ser humano desde su aparición en la faz de la Tierra. Han sido su fuente de esperanza, su explicación a lo desconocido, su refugio ante la ignorancia, su mejor y más fiel amigo. El corazón, órgano en constante movimiento, representa la imagen de la vida misma; por ello, como demuestra la historia de la Humanidad, pronto fue adoptado como la cuna de nuestros sentimientos y deseos.

 

Durante siglos, el amor profano ha sido motivo de cuantioso arte pictórico y literario, que el simbolismo sitúa invariablemente en el corazón, con frecuencia, atravesado por una flecha de Cupido u otro ángel amoroso.

 

 

Entre las innumerables frases sobre el simbolismo del corazón, podríamos elegir:

 

“Los grandes pensamientos proceden del corazón” Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, moralista francés.

“El corazón siente, la cabeza compara” - François-René de Chateaubriand, político y escritor francés.

“El corazón siempre es joven y siempre puede sangrar” – Víctor Hugo, poeta, dramaturgo y novelista romántico francés.

“Lo que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza” – Anónimo.

“Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón” – Marguerite Yourcenar, escritora francesa.

“El corazón tiene razones que la razón ignora” – Blaise Pascal, científico, filósofo y escritor francés.

“Por muy lejos que el espíritu vaya, nunca irá más lejos que el corazón” – Confucio, pensador chino.

“Ojos que no ven, corazón que no siente” – Refrán español

“A manchas de corazón, no vale ningún jabón” – Refrán español

En el siglo XVI, el gran humanista y filósofo valenciano, Juan Luis Vives nos decía:

“La fuente de la vida es el corazón”.

 

 

Pero claro, mis amigos científicos matemáticos también tienen su “corazoncito”, al que denominan cardioide. Cuando les pregunto sobre esta curiosa distorsión nominal, enseguida lo aclaran (¿?). Se trata de una curva ruleta de tipo epicicloide, con k=1, con ecuación polar ρ=a(1+cos θ), por su semejanza con el corazón. Puede representarse también con la fórmula 

 

 

Por lo que vemos en esta fórmula, el corazón matemático no tiene valor. Nos creemos reyes de la creación, pero con valor final de cero.

 

 

Vaya, no quería acabar este artículo así.

Resistiremos y venceremos.

Solo ante el chocolate, la resistencia humana es inútil.

 

 

Parte del contenido de este artículo ha sido publicado por el autor en Andalucía Información.

Pintura rupestre del arte paleolítico representando a un mamut herido con la figura del corazón, en la cueva del Pindal en Pimiango (Asturias).

 

 

Pesada del corazón en el Juicio de Osiris. Papiro de Hunefer, escrito durante la Dinastía XIX del Antiguo Egipto, que se conserva en el Museo Británico de Londres.

 

Imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

 

 

Cardioide, curva de ruleta de tipo epicicloide y su fórmula matemática, representando el corazón.

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Comentarios(1):

PAD - 27-03-2020

Magnífico y erudito artículo de mi nuevo compañero de columna; seguro que aprenderé mucho de él si seguimos leyéndole. ¡Gracias, Prof. Revuelta!