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Opinión 21-08-2024 08:13

EL CRISTIANISMO BASE DE LA DEMOCRACIA Por Juan Goti Ordeñana Catedrático jubilado de la Universidad de Valladolid

Ese fue el punto de partida para la transformación de la sociedad, como nos dice Alfred Weber, en su Historia de la cultura, «las comunidades cristianas tenían una gran densidad espiritual y se hallaban provistas de una gran fuerza de atracción y de consolidación, la caritas (un amor puro) la cual constituía una activo factor social.

 

 

En estos tiempos en los que se desecha la cultura cristiana que tenemos en Europa, debemos preguntarnos: ¿cuáles son los valores que ha comportado el cristianismo? La consideración de la dignidad de la persona, no procede de la ideología de los pueblos antiguos, sino de la referencia al orden establecido por el Creador, que, elaborado en la teología de la Biblia, supieron plasmarla en la sociedad unos sencillos cristianos, que con lentitud y esfuerzo alcanzaron introducirla en las sociedades paganas que dominaban en aquellos tiempos.

En las sociedades antiguas, que denominamos paganas, la persona poseía la condición y los valores por una ilusionaría cercanía a los dioses. Para observar este fundamento léase la Ilíada, y cómo los personajes ilustres tienen alguna relación y protección con los dioses. Y cuando se quiso justificar la dignidad de Augusto en Roma, Virgilio supo buscar conexiones con un héroe de la Ilíada, Eneas, hijo de la diosa Afrodita, para elevar la condición y valor de la familia Julia, propiciándole funciones cercanas a los dioses.

Esa cercanía a los seres divinos se reproducía en el nivel de los linajes y las familias a las que pertenecían los personajes, habiendo linajes semidivinos, que se mostraban en el poder, en la riqueza que disfrutaban, y en la consideración de la belleza que tenían. Frente a ellos estaban los linajes de los débiles y desgraciados que socialmente eran rechazados, al no tener alguna relación con los dioses, de aquí que entre las personas había diferencias radicales. De modo que la desigualdad en el mundo pagano era algo esencial a la naturaleza humana. Lo mismo sucede, aún hoy día, en las civilizaciones politeístas asiáticas, como se pude advertir en la India con cuatro castas.

Se rompió esta visión de la sociedad grandemente antiigualitaria y cruel en el trato de las bajas categorías, con la entrada de la visión cristiana de la sociedad. Fue fruto de la enseñanza del evangelio que dio lugar a una nueva convivencia, estableciendo el principio: de que todas las personas son hijos de Dios, y, por tanto, todos hermanos e iguales con la máxima dignidad. Éste es el principio del que parte Jesucristo, lo que supuso la enseñanza general de que todas las personas tienen la misma dignidad como persona, por humilde que sea. Con esta doctrina desapareció la categoría de la esclavitud, no por ninguna ley imperial, sino por la aceptación de los principios cristianos. Esta ideología caló ampliamente en la sociedad de aquel tiempo y ha durado hasta nuestros días. De estos principios ha nacido la idea política de democracia,porque toda persona tiene igual dignidad y debe participar en igualdad de condiciones en la administración de los Estados.

Estas ideas han dado vida a dos mil años de convivencia, pero en los momentos actuales parece que se quiere olvidar esta acción soterrada pero muy eficaz que ha realizado la ideología cristiana. No se explica en la enseñanza el valor que ha tenido esta doctrina cristiana en la formación de la sociedad moderna en la igualdad y dignidad de todas las personas, más bien, se tiende a pensar que eso es lo natural de la convivencia, y no llegan a una mayor reflexión. Pero tengan en cuenta, que si se pierden estos principios se volverá a caer en los niveles de linajes, marcados por algunas condiciones sociales, que con las nuevas ideologías hasta parece que está asomando.

Ese fue el punto de partida para la transformación de la sociedad, como nos dice Alfred Weber, en su Historia de la cultura, «las comunidades cristianas tenían una gran densidad espiritual y se hallaban provistas de una gran fuerza de atracción y de consolidación, la caritas (un amor puro) la cual constituía una activo factor social. Había algo en la Antigüedad que no había conseguido llevar a feliz realización, a saber, ligar y coordinar al pobre con el rico, a los honestiores con los humildes, por el sentimiento de estar todos insertos y trabados en el complejo total, soporte de la vida de todos y que entonces ofreciese a cada cual la ayuda necesaria».

Recordemos la valoración de la cruz que fue el punto de arranque del cambio social, que ya el mismo san Pablo calificó este hecho «como escándalo para los judíos y necedad para los griegos», sin embargo, ese castigo, el más degradante que se daba en su tiempo, fue el comienzo del cambio de la sociedad. Partiendo de él la doctrina cristiana enseñó que los pobres y miserables están cerca de Dios, y desde la consideración de esta visión del hombre empieza el plan de Dios para transformar la convivencia humana.

Costó mucho a la Iglesia convencer a la sociedad de esa idea de la igualdad de todos los hombres, por su mismo ser de personas, sin la consideración de la situación personal e independientemente de la postración que se encuentre en algún momento. Esos principios de igualdad y dignidad no es creación de la naturaleza, sino que la tendencia es a valorar al fuerte, por su riqueza o poder, y despreciar al débil. Por lo que ha mantenido la Iglesia una lucha tenaz y perseverante tanto en el plano ideológico como efectivo en la sociedad, y este ha sido el sello distintivo de la Cristiandad. Ahora que esto se va olvidando es conveniente considerar que estos principios han sido el fundamento de la superioridad moral y espiritual de la civilización que ha llegado hasta nosotros, y fue la causa del progreso de Europa en la historia, y el que ahora dispongamos de un sistema democrático de gobierno.

Por ello no tiene explicación, la persecución que hoy día sufre el cristianismo por los políticos de hoy día, y el favor al multiculturalismo, que viene a destruir las bases de la democracia que tenemos.

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