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Opinión 16-09-2024 08:38

DERIVA DE LAS ACTUALES IDEOLOGÍAS.or Juan Goti Ordeñana Catedrático jubilado de la Universidad de Valladolid

Por tanto, la muerte de Dios, decretada por los filósofos al iniciar los tiempos contemporáneos, está llegando a plantear como programa la destrucción de la tradición y, con ello, se encamina al deterioro de la convivencia social, y del valor de lo humano, como se ha mostrado en el siglo XX con las grandes guerras, que desolaron Europa,

 

 

La muerte de Dios que decretaron los Ilustrados del siglo XVIII, va mostrando sus consecuencias. Se va olvidando la razón de ser de la persona humana, y se va cayendo en la desvalorización de lo humano. Probablemente sus autores ya lo preveían, pues como si fuera de su invención sustrajeron de la doctrina cristiana, como programa, el eslogan: libertad, igualdad y fraternidad. Lo cual no era una innovación y consecuencia de su doctrina, sino el resumen de la enseñanza que habían aprendido de la tradición cristiana. Pues la fraternidad, qué otra cosa es, sino copiar la expresión evangélica que todos somos hijos de Dios, de donde se deriva lógicamente la igualdad, y que Dios creó al hombre libre. Por tanto, las ideas que se han enseñado como revolucionarias, son las que la doctrina cristiana había estado enseñando a la sociedad durante tantos siglos. Lo que añadieron fue solamente la negación de Dios creador como origen de esos derechos, con lo que dejaron sin base el humanismo, y abrieron el camino para una degradación y desvalorización del ser humano.

El haber eliminado el orden superior, que Dios estableció en la naturaleza, y ponerse en manos del capricho de los príncipes, dirige a estas sociedades por caminos previsibles de dictaduras o tiranías. Pues los limites los ponen las personas que disponen del poder, y lo primero que pretenden es no tener restricciones ni controles en el ejercicio de su mandato. Así vemos a nuestro Gobierno que se inventa unas amnistías a capricho de algunos delincuentes, por la necesidad de mantenerse en el poder, y unos acuerdos con independentistas, que no responden a las necesidades de la población, sino a sus propios intereses. Según parece por sus actuaciones, el Gobierno no cree tener barreras u obstáculos, y, en consecuencia, opina tener conciencia de que sus actos no puedan ser censurados, por más delictivos que aparezcan ante la ciudadanía.

Por tanto, la muerte de Dios, decretada por los filósofos al iniciar los tiempos contemporáneos, está llegando a plantear como programa la destrucción de la tradición y, con ello, se encamina al deterioro de la convivencia social, y del valor de lo humano, como se ha mostrado en el siglo XX con las grandes guerras, que desolaron Europa, y el desfase con la revalorización de la raza aria, que llevó al holocausto, conocido con el termino judío de Shoá, que supuso un genocidio, causado por la ideología de unos líderes, y la desvalorización del ser humano, que llegó a estos límites por haberse perdido la dignidad y la igualdad de la tradición cristiana.

La filosofía de la muerte de Dios, ha sido destructiva para el pensamiento contemporáneo, puesto que ha conducido al deterioro de la consideración humana. Por este motivo están proliferando ideologías que expresamente establecen la dignidad de la vida humana en función de las consideraciones que rodean a la persona, no en la esencia del ser humano. Y, como consecuencia, estamos advirtiendo, en estos tiempos, cómo quedan marginados en la sociedad los débiles, como secuela se

reconoce el aborto como derecho, para los hijos no deseados, la eutanasia para los ancianos que suponen una carga a la sociedad, y para los enfermos, como el ELA, que no pueden llevar una vida que se estime aceptable.

La legislación cada vez considera en menos a la persona, y vemos como aumenta la valoración de los animales salvajes. Últimamente hemos visto publicada una Ley de Restauración de la Naturaleza. ¿Pero, en verdad, cómo va a suponer una mejora de la naturaleza, cuando no se acuerda del hombre? Cuando se propone promover derechos para proteger a los animales selváticos, mientras propone limitar a los animales que han servido al hombre de alimento y ayuda en el trabajo durante siglos.

¿Cómo vamos a considerar a la historia de Occidente donde ha reinado el valor a la vida y la dignidad humana, cuando la dignidad de la persona y la igualdad han sido la base de la cultura de Europa? Vamos a echar por la borda toda esa civilización, dominada por una ley moral que respondía a la naturaleza humana, por unas ideologías que producen una nueva moral a medida de los fuertes, de los plutócratas, de los que disponen del poder y condicionan con su publicidad los deseos y ansias de la población, para aumentar sus riquezas. Unas ideologías que mientras desechan a los pobres, los poderosos se afanan por hallar en la ciencia una fórmula para su inmortalidad, con las nuevas corrientes del transhumanismo.

Es el momento de presentar ante esta sociedad, que arrasa con una publicidad e impele la forma de pensar al pueblo, que todo ello no es un caminar hacia el humanismo, propio de la persona, sino que se trata de un juego de intereses de quienes dominan los medios de influencia social, no para trabajar por el hombre sino para explotarle según intereses extraños. El camino que se está siguiendo lleva a la destrucción de la naturaleza humana. ¿La gran cultura humanista que se ha creado en más de veinte siglos por el humanismo cristiano, va a quedar como una antigualla por los intereses de unos plutócratas despiadados?

A pesar de las nuevas ideologías que quieren destruir el pasado, es necesario afirmar que la historia es una línea de progreso que, iniciado como un acto de amor en la creación, va avanzando en una marcha a su completamiento con una perfección del ser humano. Es necesario volver a considerar el valor de la vida de la persona, revestido de un sentido que sólo puede ser la trascendencia.

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