Noticias de Cantabria
Opinión 20-07-2020 08:57

Democracia y moral, por Juan Goti Ordeñana

Oímos a los políticos citar constantemente la palabra democracia, y debemos preguntarnos: ¿se da en verdad en nuestra sociedad este tipo de organización política?

 

 

    En primer lugar, quienes más se autocalifican de demócratas son grupos que, cuando han asomado al poder, han tomado las riendas para imponer sus criterios por decretos leyes, evitando toda discusión en el Parlamento, y acusando de antidemócratas a la oposición porque no se pliegan a sus exigencias, en materias que ni siquiera se han expuesto a una sana discusión.

 

     La ordenación de la democracia exige participación plena de los ciudadanos en ella, y se puede preguntar: ¿hasta qué punto basta sólo con meter su voto en una urna? Porque en el actual sistema político hasta la próxima votación no existen los ciudadanos. Los políticos elegidos actúan a su capricho, sin enterarse de que están ahí los electores que les prestaron su confianza para un determinado programa, y siempre en orden al bien común. Además, en un sistema democrático la participación del pueblo incluye una responsabilidad personal y solidaria de gobernantes y ciudadanos. Responsabilidad que no se da, si luego no se tiene en cuenta a la población que ha votado.

   

   La democracia es participación, que se realiza votando cada cierto tiempo, lo que supone dar la confianza a personas que han de ejercer el poder en representación, pero no se acaba con esto. Al mismo tiempo el ciudadano tiene que vigilar y hacer una crítica, si observa desviaciones del Gobierno que afecten al bien del pueblo. ¿Pero se cumple con esta representación si las personas a las que se les confió el voto se toman libertades para regular a su capricho, o pactan con grupos que quieren destruir la convivencia, subvertir el orden social creando una dictadura, u optar por la independencia de una región?

 

    Como dice López Aranguren: “La democracia como participación real es conocimiento de los problemas políticos y toma de posesión de una pluralidad de niveles, todos ellos, directa o indirectamente, políticos”. En tanto que lo que ahora se percibe en nuestra sociedad es lucir de democracia, pero sin entrar a considerar y resolver los problemas reales, y hablar de un estado constituyente para trastocar la convivencia y destruir la actual sociabilidad, al objeto de crear una dictadura al estilo venezolano. Lo utilizan como si fuera un término mítico, que excita la emotividad de una gran cantidad de personas, pero sin que responda a una responsabilidad ante la desorientación que están causado los actuales dirigentes del Estado. 

 

    Un estado demócrata requiere anteponer el interés por la participación política de todos, a los meros intereses económicos inmediatos de los dirigentes o de los partidos. Por tanto, como dice Aranguren: “el problema – el problema real – de la democracia es un problema moral”. Es una cuestión de responsabilidad. Lo que está muy lejos de la forma de actuar de nuestros políticos, que mienten y se desdicen continuamente, que aprovechan la ocasión para ascender económicamente instalándose en casoplones, que no se sabe cómo se han adquirido, ni se ha explicado las formas de financiación, y que tienen vías sospechosas de donde proceden, por lo que todos los días aparecen nuevas formas de corrupción. Pero al mismo tiempo movilizan compañías de la Guardia Civil para guardar su finca.

 

      La democracia no es una cosa fácil, en primer lugar, requiere un esfuerzo por aprender qué es, y sólo se aprende practicando, no en clases teóricas de un aula, aunque sea de universidad, ni en convocatorias de protestas callejeras, ni en insurrecciones en la Puerta del Sol. Para ser demócrata hay que querer practicarla, y comportarse en consecuencia. No por mucho proclamar la democracia, se es demócrata, sino que requiere un efectivo ejercicio de democracia.

 

    Reflexionando sobre el modelo en que vivimos, la situación actual, más bien, se puede calificar de pseudo-democracia. No se da un Gobierno para todos ciudadanos, sino para los dirigentes y sectores de algunos partidos políticos. Puesto que la actual antidemocracia, a lo único que responde es al culto del líder, que en los momentos actuales ni siquiera se identifica con su partido, con el riesgo particular de llegar a hermanarse con la idea de la “mística” comunista, no la original, sino la globalista, olvidándose del proletariado, que camina hacia un paro incalculable en este momento, y que va hacer temblar al Estado. Mientras mienten luciendo de estar al servicio de los más desfavorecidos, éstos tienen que ir a comer a centros de caridad.

 

     A qué nivel ha llegado la degradación del actual presidente del Gobierno, se advierte en la forma como se desentiende del ejercicio de la democracia y delega su actuación a un equipo del partido comunista que tiene por historial la destrucción de Estados como Venezuela y Bolivia, desdibujando las líneas que tenía el partido socialista. Pero este mal se multiplica porque gran parte de la población no puede advertir a donde se le conduce, y disponen de grupos para salir a la calle a jalear y perseguir a los que hacen una crítica de la desviación, y una prensa bien subvencionada que les tapa toda mentira y desaguisado.

 

    El fundamento de la democracia es moral, está marcado por el ideal de la naturaleza humana, no por una ley positiva puesta en beneficio de algunos grupos. Es un compromiso sin reservas, que comprende una responsabilidad plena de los representantes y de los ciudadanos representados que no les basta votar, sino que han de estar prestos para hacer un certero análisis de las situaciones. Una democracia ha de pasar por una apreciación eficaz de todo lo establecido en cuanto realizado. Por todo lo cual es necesario que la moral sirva de base a la democracia, en tanto que instancia crítica, con la esperanza de que sirva para ordenar todo el hacer de un Gobierno para el bien real de los ciudadanos.

 

   En la perspectiva de los actuales gobernantes, es claro que no hay un proyecto moral para regir al Estado, sino que tienen como objetivo permanecer en la Moncloa a cualquier precio, subvertir el sistema de convivencia actual y crear una sociedad donde se enriquezcan sin control, y sometan despóticamente al pueblo. La forma imperiosa como han gobernado durante la pandemia, es una muestra de lo que pretenden con su gobernación

 

 

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