Del Rey abajo, todos. Por Manuel Olmeda Carrasco
“Del Rey abajo, todos” constituye la evidencia de vicios duraderos que acechan nuestro régimen, patrimonio antitético que cobra protagonismo con excesiva complacencia, tal vez descomposición.
Farsa, según el enunciado uno del DRAE significa: “Obra de teatro cómica, generalmente breve y de carácter satírico”. Su enunciado dos, expresa: “Acción realizada para fingir o aparentar. Ambos coexisten en este capítulo de la historia española, más o menos remota o fielmente descrita, con los episodios que nos están tocando vivir. El epígrafe procede de un paralelismo entre la obra dramática (farsa) “Del Rey abajo, ninguno” cuyo autor, Rojas Zorrilla, hace un canto al honor allá por el siglo XVII y la decadencia implícita del momento actual atribuible a un sistema que ha corrompido cimientos y estructura.
“Del Rey abajo, todos” constituye la evidencia de vicios duraderos que acechan nuestro régimen, patrimonio antitético que cobra protagonismo con excesiva complacencia, tal vez descomposición. Siglos atrás, con la concepción teocrática del poder, el rey era considerado personaje juicioso y además se le revestía capciosamente de interminables aditamentos morales. Hoy, donde no el humanismo sino lo humano ha traspasado todas las líneas posibles, nos atribuimos una licencia fanática, inquisidora, con el objetivo de desenfocar nuestras propias miserias. La crítica al personaje -aun siendo cierta- no blanquea o limpia atropellos de los demás, sean sociales, corporativos o crematísticos.
Llevamos un tiempo en que políticos republicanos cuestionan no ya la conveniencia del actual Jefe de Estado, poco contestada, sino el linaje ejemplar del rey emérito y, como consecuencia, el basamento legítimo de la Corona, puesta arteramente a debate por su extracción franquista. Digo políticos y debiera añadir medios de comunicación concretos cuya filiación y ayuntamiento casi nadie desconoce. Porque la mayoría de Parlamento y pueblo, sean o no monárquicos, admite que debemos a dicha Institución casi cinco decenios de paz, algo insólito por estos pagos donde abundan turbados adictos a la estaca. Durante dos siglos, XIX y XX, los españoles disfrutaron pocos momentos de tranquilidad. Ahora llevamos, los de mi edad al menos, ochenta años sin contratiempos espinosos.
Pragmático partidario de la Monarquía Parlamentaria, que no monárquico convencido ni activo, puedo reconocer el carácter presuntamente incitador y licencioso del anterior rey. Hasta, si quieren, su afición irregular a atesorar cierta fortuna por procedimientos ayunos de decencia, para ser suave y misericordioso. Incluso, pudiera añadir otros extremos que la gente, poco leída, desubica y coloca en el campo de la (des)honestidad. Ninguno de estos fustigadores acerbos, mordientes, le conceden alguna mínima opción empática que contrarreste la penosa secuencia de sus deslices. Quizás fuera promotor fundamental, verbigracia, del paso pulcro, sereno, intachable, de la dictadura (menos sanguinaria e infame de lo que algunos vociferan) a la democracia (más sombría, corrupta y perversa de lo que proclaman sus panegiristas).
Quienes utilizan el látigo publicitario, pretendidamente justiciero, inmisericorde, tienen sobrados motivos para mantener un silencio contenido no vaya a ser que venteen propias tachas cotidianas mientras siguen acumulando vicios sociales y económicos desaforados. ¿Les suena nepotismo y corrupción ilimitada? Pues eso. Aquí la única inmaculada, impoluta, sin rastro que pueda envilecerla (en este caso restringir su carga miserable), es la indecencia. Ignoro qué atajuelos hemos consentido -acaso invocado con delirante frenesí- para llegar a esta situación, además de deplorable, absolutamente ruinosa y sin escapatoria cercana. Porque en esta España rústica, zoquete, uno señala y el rebaño se huracaniza sin calibre alguno.
No niego el presunto patrimonio del rey emérito -presupuesto conocido e incluso aireado por la prensa extranjera, sin desmentir- de mil ochocientos millones de euros. Quienes pretenden aniquilar la institución monárquica, utilizan esta presunta sisa o comisión con el propósito de deslegitimar al rey Felipe VI. Para ello utilizan argumentos sofistas, guion que rechazan cuando su razonamiento perjudica a tan “respetados” lógicos. Las herencias reales, en su doble filiación institucional y patrimonial, pueden aceptarse o rechazarse, en su conjunto o por partes, sin que ello cause necesariamente, y a priori, enaltecimiento o menoscabo. Por otro lado, estudios de genética conductual concluyen reconociendo la gran cantidad de factores que intervienen en la personalidad del individuo sin inferir de ningún modo predominio de ninguno específico. La Corona, como institución, queda (por consiguiente) al margen de escándalos previos aplicables a personas.
Realicemos un ejercicio de cotejo. Si partimos de mil ochocientos millones de euros, presunto monto del escamoteo real durante veinticinco años, ¿cuántos miles han desaparecido, supuestamente, en ese mismo periodo a manos de los diferentes políticos nacionales y autonómicos? ¿Cuántos quedan por desaparecer? ¿Qué beneficio real, notable, han conformado sus respectivas gobernanzas? ¿Alguien piensa que los setenta y dos mil millones de euros a “fondo perdido” donados por la Comisión Europea, no van a “encontrar” un fondo menos perdido? Para qué seguir. Desde luego “no es oro todo lo que reluce, ni harina todo lo que blanquea”. No procede, en este caso, la estrategia del “tú más”. Pretendo poner al descubierto esa incesante propaganda política (corrupción intrínseca) beligerante, reiterativa, hasta conseguir sus objetivos ocultos.
“Es muy difícil separar los casos de corrupción de la familia Borbón de la Monarquía”, se dejó decir Irene Montero. ¿Pero quién se ha creído que es? Una chica universitaria (como miles de españolas que están en paro) con fortuna, por llamarlo de algún modo. Tuvo la suerte -en mi pueblo conquense decimos la chorra- de escalar un puesto para el que evidentemente no está preparada, igual que otros compañeros de gabinete. Su discurso vacío, acaso esté lleno de odio y avidez de revancha. En cualquier caso, es indigente en estilo y fondo; puede reconocerse en él a una analfabeta funcional. Por si alguien quiere recorrer, pese a la solana, los cerros de Úbeda, adelanto que definición e insulto tienen entornos y acicates distintos.
Viene al pelo Coulomb, con su Ley sobre atracción y repulsión electrostática, ante el apunte de Iglesias que quiere a medio plazo una “república plurinacional”. Pareciera que los líderes podemitas, de parecida consistencia intelectiva, se sienten atraídos (tal vez junto a su soldadesca) por la república; mientras, repelen -con la misma intensidad- todo lo que huela a monarquía. Pablo, presuntamente, padece cierta enajenación como forma patológica de adaptación a la realidad; distinta, en cualquier caso, a aquella concepción marxista o hegeliana. Desconozco qué apelativo merecería si, con mayor probabilidad, dijera de forma resuelta querer que, a medio plazo, le tocara un euro millón”. ¿Idiota?
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