Solos.
Los españoles vivimos cada vez más solos. Algunos lo hacen por elección pero, en su inmensa mayoría, son la crisis y los cambios sociales los responsables de que 1,8 millones de casas alojen a una persona sola mayor de sesenta y cinco años
Los españoles vivimos cada vez más solos. Algunos lo hacen por elección pero, en su inmensa mayoría, son la crisis y los cambios sociales los responsables de que 1,8 millones de casas alojen a una persona sola mayor de sesenta y cinco años. La imagen de varias generaciones conviviendo bajo un mismo techo, tan propia de las películas en blanco y negro de Alberto Closas y López, se ha desvanecido. Los que ahora siguen conviviendo lo hacen por necesidad, por falta de recursos. Es el mundo al revés. Los mayores, necesitados de cuidado y cariño, envejecen en la más completa soledad y los jóvenes, ansiosos de independizarse, continúan en la casa paterna porque no hay dinero ni porvenir que les garantice volar solos.
Existe también, provocado por las desigualdades sociales y los casi cinco millones de parados, otro modelo familiar. Este es aún más injusto. Lo componen la pareja joven y con hijos que para subsistir necesitan la pensión del abuelo. Para ello lo sacan de la residencia, lo instalan en el cuarto de los niños y con su pensión de jubilado viven todos.
La precarización de la vida familiar española alcanza así a varias generaciones. El recorte en las pensiones ha empobrecido no sólo a sus beneficiarios si no, de rebote, a toda su familia. Los que viven solos pasan apreturas y estrecheces comparables al desánimo de sus nietos ante la falta de perspectivas de inicio de una vida laboral estable.
En cualquier caso, el cambio demográfico es imparable. Hay más hogares unipersonales que hace tres años y la tendencia va en aumento: las parejas se separan y las mujeres se quedan viudas y solas. Disminuyen también las viviendas con hombres que conviven con hijos menores y aumentan el de madres solas con su prole.
Pero lo más llamativo de este último estudio del Instituto Nacional de Estadística es, precisamente, el que afecta a las nuevas generaciones atrapadas en su cuarto de adolescentes: uno de cada tres chicos o chicas de entre veinticinco y treinta años sigue viviendo con sus padres. Dato impensable hace diez años.
Las viviendas son pues cada vez más pequeñas, más pobres; los enseres y los edificios más viejos, en consonancia con sus moradores.
El peor reflejo de los datos es la falta de elección en el modo y el donde se vive, que afecta a gran parte de la población española. No es un cambio de hábitos provocado por la modernidad o la llegada de una nueva cultura de relaciones familiares. Es la crisis económica la que está creando un nuevo modelo de organización familiar al margen de los deseos de la población.
Todas las nuevas barriadas de las grandes ciudades, planificadas para alojar a las nuevas parejas, son ahora mares de grúas inmovilizadas y con un futuro tan incierto como el que amenaza a sus posibles compradores. El derrumbe del ladrillo ha traído también otro retrato sociológico, de convivencia familiar impuesta por la crisis, que se dejara sentir tanto o más que el paro.
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