Presión insufrible
El PSOE en su conjunto, dirigentes y militantes, están sufriendo en esta campaña una presión insufrible. Al desasosiego causado por las encuestas, que vaticinan el adelanto de Podemos, lo que supondría la mayor debacle de un partido centenario, se suma la exigencia permanente, por parte de todos sus adversarios, de que aclare a quién va a dar el Gobierno.
Ayer fue incluso Albert Rivera, con quien parecía haber un pacto de no agresión, el que reclamó de Pedro Sánchez la respuesta del millón: ¿va a apoyar a Podemos?
El sabe que no puede contestar pero la estrategia de campaña obliga. Sabe también de la profunda división en las filas socialistas si el resultado electoral les coloca en el dilema de árbitros absolutos.
La división llega a los más altos dirigentes del partido entre los que se encuentran figuras históricas como Felipe González y Alfonso Guerra. Pero son sobre todo los "barones" que gobiernan gracias al apoyo de Podemos los más preocupados de que un portazo a la formación morada les arroje de vuelta a la oposición.
El otro sector del PSOE, sin ataduras políticas de gobierno, ve espantado como la estrategia de Iglesias pasa no ya por utilizarles para alcanzar el poder si no en convertir sus siglas en una fuerza residual. Al margen de la animadversión que despierta el personaje por las heridas infringidas, los desprecios y el encono que no oculta por la formación que fundó hace más de cien años el otro Pablo Iglesias.
Teniendo en cuenta la capacidad de maniobra política de la dirección de Podemos y la utilización de cualquier argumento a su favor, son poco explicables las atenciones que le lleva prestando desde hace tiempo Rodríguez Zapatero y que se han convertido, ahora, en un arma arrojadiza contra Pedro Sánchez. Y, en último término, contra su propio partido, por mucho que el ex presidente diga ahora que son elogios al PSOE.
Como resulta sorprendente el entusiasmo con que apoyan a Iglesias determinados periodistas muy de derechas y que trabajan en medios afines al Partido Popular. Deben estar convencidos de que el trasvase de votos entre Podemos y el PP es imposible y han decidido que esa es la oposición que prefieren. Desde que comenzó la campaña, Alberto Garzón, como era previsible, ha sido digerido por el liderazgo de Iglesias/Errejón y su rostro se desvanece en unas pequeñas vallas publicitarias adornado con el corazón multicolor, emblema de la fusión. Otro contrincante que se neutraliza en el ecuador de una campaña donde la televisión es el arma más poderosa de propaganda.
Mientras, Rajoy contesta de forma subliminal a los que exigen su cabeza para dejar gobernar al PP. En cada mitin recuerda que se siente fuerte, respaldado, y con ganas de repetir cuatro años más en la Moncloa. Crece el número de españoles cada vez más preocupados con el resultado electoral.
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