Parecidos razonables. La herencia de Maquiavelo.
Famoso fue Maquiavelo, un escritor florentino nacido en siglo XV. Y se hizo famoso precisamente gracias a un libro llamado El Príncipe, en el que se dan algunos consejos sobre cómo gobernar al pueblo de manera correcta (dícese, para que favorezca al dictador).
Tiene Maquiavelo algo famoso también aparte de su retrato: “divide y reinarás” que se refiere a que hay que introducir rumores y falsedades para dividir a los contrincantes, de tal manera que, siendo el creador del rumor el único que conoce la realidad, se beneficiará automáticamente de ello y se hará con el poder.
Así se ha aprendido en nuestros días. Podemos encontrar cientos de ejemplos. Es famoso que Stalin envío una carta a su archi-enemigo Trosky para mal-informarle de la fecha del funeral de Lenin y así conseguir salir en primer plano en la fotografía. Así, con intrigas y tejemanejes, ese chico con bigote se hizo con la herencia de Lenin para convertirse en un nuevo zar.
La efectividad de este sistema está fuera de toda duda, y más allá de las fronteras de Rusia encontramos la aplicación de lo contrario. En un país que se llamaría España, una tal Isabel la Católica pactó con unos y con otros, expulsó a los otros y convirtió un continuo de guerras civiles en una nación estable.
Un gobernante que aplica este sistema (tiránico, sí) suele tener un consejero al lado (como fue el propio Maquiavelo): tipo delgado, biotipo roedor, que parece susurrar maldades. Vean aquí un ejemplo con “parecidos razonables”: Nicolás de Maquiavelo, Joseph Goebbels.
Más allá del evidente parecido físico de los dos propagandistas, la máxima de Maquiavelo de “el fin justifica los medios” fue aplicada también por el aconsejado de Goebbels (que para quien no lo sepa fue un tal Adolfo Hitler y bajo sus espaldas pesan crímenes muy, pero que muy malos).
Si bien Maquiavelo se centraba en las artes propias del gobierno, Goebbels se centraba en lo que llamó propaganda y que se refería a las fórmulas de manipulación mediática para que el público pensase lo que al señor Goebbels y compañía querían que pensasen. Se centró fundamentalmente en los medios de comunicación y en las artes, y se creó todo un código de lo “correctamente nazi” y se prohibió cualquier manifestación contra la ideología imperante. A esto se le unió todo un ritual pseudo-religioso que complementaba lo anterior. También se dividió siguiendo la máxima de Maquiavelo: hay individuos que sirven y son altos y rubios y con ojos azules y tienen apellidos muy largos y luego están otros que roban dinero y son malos a los que hay que derrotar y vencer para que los primeros puedan cultivar cebada libremente. Durante el período nazi se homogeneizó y se estandarizaron comportamientos y mensajes para que nada se saliese de lo “correctamente nazi”.
Pero hay cosas que se parecen, como el presidente del Gobierno de España y un popular cómico con el sobrenombre de Mr Bean (lástima que uno de los dos no tenga una pizca de gracia, adivinen cuál).
Desde luego, en la actualidad todo el movimiento nazi ha sido totalmente desacreditado, pero no así el espíritu maquiavélico que conlleva. Hoy en día, y ya centrados en Europa tenemos un intento de, precisamente, hacer lo contrario que hicieron los hijos de Goebbels o Isabel la Católica. Y es que todos los elementos de la esfera privada parecen controlados en nuestra muy moderna Europa: se legisla desde los lugares adecuados para cada cosa hasta cómo se reparte una herencia. Desde luego, esto no es nada nuevo, y es que toda sociedad o Estado en crisis se ve “obligado” a legislar los comportamientos para cuidar de los ciudadanos.
Lo anteriormente mencionado, si bien es muy criticable, constituye la base del actual sistema de valores mundial y se basa en otro principio maquiavélico: “el fin justifica los medios” (que por cierto nunca llegó a escribir Maquiavelo, como el “tócala otra vez, Sam”): legislamos la vida privada porque nuestro fin (la salud pública del Estado) justifica a todas luces el intervencionismo atroz y privar a los ciudadanos de sus más primarios privilegios (como el de poder elegir: nunca he hablado de matar a nadie).
Por ello, y derivando que es gerundio, los estados europeos (ya sean más o menos intervencionistas, se han puesto en el papel del padre bondadoso que en otro tiempo se llamó YHVH y se creen en condiciones de condenar en anatema a cualquier ciudad que no cumpla con los mandamientos impuestos desde lo alto del monte de la Moncloa.
Sí, hay cosas que se parecen pero no son iguales. Sí, el popular presentador de TV Luis Mariñas se parece físicamente al genial Mark Twain, pero carece de su talento y sentido del humor, los mandamientos de la Unión Europea se parecen a los mandamientos de Dios: no matarás, etc…, pero guardan en sus intrincados interiores (la que podríamos llamar “letra pequeña”) la semilla de ese control político de las masas basado en “el fin justifica los medios”: una gran idea de una Europa merece algunas pequeñas bajas como la libertad.
El sistema propagandístico de la unión europea se parece al de Goebbels en su interior: que toda Europa piense igual, imponiendo leyes y normas de conducta que distingan a los europeos de los indios americanos, que todo no puede ser. Desde la extendida prohibición de fumar en los lugares públicos hasta otras normas, pasando por un poco de Photoshop llegamos a extrañas conclusiones, como que Churchill no fumaba. Vean la prueba evidente.
Y es que el sistema de valores puede incluso modificar un hecho suficientemente conocido (como que Churchill fumaba más aún que yo) y “lavar” la imagen de un pasado que, por otro lado, no tenía demasiado de qué avergonzarse.
Esto es propaganda, sí… muy en el estilo de Goebbels y mucho más en el sentido del término de Maquiavelo.
Me despido por hoy dejándoles una incógnita que, en realidad, es lo que me ha llevado a escribir este artículo: ¿conocía Zapatero la frase de Maquiavelo de “divide y reinarás” antes de apoyar con tanto énfasis el asunto del Estatuto Catalán?
Sean felices y piensen un poco, que algunos políticos siempre tienen la frase perfecta para engañar. Y es que, aunque lo parezcan, Kuato y Jordi Puyol no son la misma persona.
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