Pan y fútbol
La semana ha ido de paro y de fútbol. Un alarmante y vergonzoso contraste entre dos universos; el mundo real, en el que un millón ochocientas mil familias tienen a todos sus integrantes en el desempleo, y el de los sueldos estratosféricos y soeces de unos señores cuyo mayor mérito es darle patadas con tino a una pelota.
La semana ha ido de paro y de fútbol. Un alarmante y vergonzoso contraste entre dos universos; el mundo real, en el que un millón ochocientas mil familias tienen a todos sus integrantes en el desempleo, y el de los sueldos estratosféricos y soeces de unos señores cuyo mayor mérito es darle patadas con tino a una pelota.
Por un lado, la Encuesta de Población Activa nos descubría la angustiosa realidad en que vive sumida España, donde, a pesar de los artilugios con que el Gobierno pretende enmascarar las cifras, lo cierto es que en el pasado año se destruyeron 198.900 empleos y la tan celebrada disminución de parados (-69.000) se debió, sobre todo, al descenso de población dispuesta a trabajar, fundamentalmente por el regreso a sus países de población inmigrante y la salida de jóvenes españoles en busca de trabajo fuera de nuestras fronteras.
Por otro lado, ese mundo aparte que es el fútbol de élite, donde unos jóvenes disfrutan de escandalosos e inmorales sueldos y quienes lo dirigen parecen sentirse amparados por no se sabe que extrañas prerrogativas que les permiten hacer y deshacer en la impunidad más absoluta. Y cuando sus actos, los directamente vinculados a su condición de directivos o los privados, les enfrentan a la justicia y terminan condenados, el colectivo de presidentes de clubes de primera reacciona en tromba solicitando el indulto.
Y aquí no pasa nada. Al parecer, ebria de fervor, la gente aplaude a un del Nido, condenado a siete años de cárcel por chorizo, a un Sandro Rosell, que, presuntamente "distrajo" un montón de millones con contratos opacos (aunque el viernes fueran meticulosa y exhaustivamente aclarados por Bartomeu, el nuevo presidente), a un Messi, defraudador a la hacienda pública, o a tantos y tantos personajes de esa galaxia de irrealidad que es el fútbol, donde las multimillonarias deudas con la Seguridad Social y los turbios negocios paralelos proliferan ante la supuesta ceguera e incluso el amparo de las administraciones.
La otra realidad, la de la calle, nos ofrece una juventud cada día más inerme, con más de un millón de licenciados en paro; con datos del último trimestre de 2013 en que el empleo destruido se produjo entre los trabajadores de 16 a 34 años; con casi 66.000 jóvenes que ni estudian, ni trabajan, ni buscan empleo, desanimados por el convencimiento de que no van a encontrarlo.
Así las cosas, frente a este desolador panorama, cuyo final Olli Rehn,
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