Los olvidados.
Mientras las encuestas suben y bajan candidatos con tal grado de volatilidad que uno puede despertarse un día con un pie en la Moncloa y al día siguiente estar en riesgo de perder el grupo parlamentario, hay tres fuerzas políticas, una de ellas con una historia señera en la vida democrática, de las que nadie habla.
Mientras las encuestas suben y bajan candidatos con tal grado de volatilidad que uno puede despertarse un día con un pie en la Moncloa y al día siguiente estar en riesgo de perder el grupo parlamentario, hay tres fuerzas políticas, una de ellas con una historia señera en la vida democrática, de las que nadie habla.
Izquierda Unida, Unió y UPyD rellenan la cola del queso del reparto de escaños que hacen las apuestas demoscópicas. Pero más para dar color al ya vaticinado pluralismo político del nuevo parlamento que por las expectativas electorales que se les atribuye.
No están presentes en los medios, no participan en los debates de audiencia mayoritaria, y sus rostros en las banderolas van perdiendo color según pasan los días. Y, sin embargo, hubo un tiempo en que la vida política de este país era inimaginable sin la presencia del Partido Comunista, antecesor de IU.
Su aportación, no solo al pacto constitucional sino a todos los que conformaron la transición, hizo que la incipiente democracia española se homologara con las de los vecinos europeos. ¿Hay muchas divergencias entre las propuestas de IU y las de Podemos? Pues no deben ser tan significativas cuando que han estado a punto de coaligarse.
Y es que el triunfo de Podemos supone la ruptura generacional entre la vieja guardia de los luchadores de la izquierda, a los que se puede dejar sin representación parlamentaria, y una juventud que rechaza ideologías y quiere ver sentado en los escaños al relato de su cabreo y su falta de expectativas. El problema es que los viejos militantes del PCE también están cabreados, también han sufrido los recortes, la pérdida de derechos y no se les debe dar por amortizados.
Lo mismo podría decirse de Unió, ese sector sensato de nacionalismo catalán que tantas mayorías ayudó a conformar en Madrid, sacando siempre alguna contrapartida para su tierra, como ha sido tradicional en el juego político de los apoyos parlamentarios. Cuando comenzó el viaje al independentismo furibundo de Artur Mas, Duran i Lleida intentó hacer de mediador con el Gobierno, para recuperar el diálogo entre Barcelona y Madrid.
Pero, a medida que iba perdiendo peso dentro de la coalición, crecía el desinterés de Moncloa por sus servicios. Así que se quedó en tierra de nadie y ahora parece que se irá a su casa. Seguro que algún día se le echará de menos.
Y, por último, UPyD. No les ha dado tiempo a hacerse viejos, ni a desgastarse, ni siquiera a tener casos de corrupción en sus filas. Se han suicidado ellos mismos por la arrogancia y la falta de cintura de quien ha sido su impulsora y dirigente máxima, Rosa Diez. Rechazó de forma despectiva las propuestas de Ciudadanos y, finalmente, Albert Rivera le ha segado la hierba bajo los pies.
Repasando la trayectoria de estas tres siglas cabe preguntarse por el futuro de las formaciones emergentes si no responden los próximos cuatro años a las expectativas creadas.
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