La contrarreforma.
Por fin el Partido Popular va a lograr su viejo anhelo de imponer, con su mayoría absoluta, una Ley de Educación acorde con sus principios, con su idea de España, que defienda como Dios manda la enseñanza privada, en especial la católica.
Se acabaron los devaneos laicos, esa estúpida inclinación progresista de enseñar a los niños principios éticos como el rechazo a la xenofobia o la solidaridad. Hacen falta ciudadanos de sólidos principios morales, de buenas costumbres. Los demás a la formación profesional.
El ministro Wert, ¡Quién lo iba decir de él, ése sociólogo que departía con ponderación sobre resultados electorales en medios progresistas!. Ha elaborado un proyecto de reforma educativa tan parecido al existente en la España franquista que solo le falta la asignatura de Formación del Espíritu Nacional.
Uno de los fracasos más graves de los políticos de la Democracia ha sido su incapacidad para lograr el consenso en materia educativa. Cada cambio en la Moncloa ha supuesto un nuevo plan de estudios que solo ha servido para empeorar el anterior y crear confusión a profesores y alumnos. Hay españolitos que a lo largo de su vida escolar han pasado por tres planes distintos.
Un niño de este país podía pasar de una tolerancia desincentivadora, que le permitía pasar de curso con todo suspendido, al correaje y la evaluación continua sin cambiar de colegio. Así nos ha ido.
No es que las leyes que impulsó el Partido Socialista en el Gobierno fueran buenas, no lo eran, fueron simplemente bienintencionadas e inútiles para preparar a las nuevas generaciones para el mercado laboral que les está tocando vivir.
Pero la solución no pasa, evidentemente por la marcha atrás y la vuelta a las esencias de todo lo rancio de la tradición española. Va a ser el complemento perfecto al recorte económico brutal de la enseñan publica. Sin dinero, sin medios, sin respaldo, la antigua educación pública y universal va a quedar como un reducto para gente sin posibles, sin expectativas de llegar a la universidad.
Saltándose la sentencia del Tribunal Supremo, con una oportuna modificación legislativa, se van a seguir subvencionando los elitistas colegios religiosos que practican la segregación por sexos. Son lo semilleros de los futuros cuadros del Partido Popular porque, a juicio del Gobierno, allí se forma "gente decente".
Quizá el único aspecto "innovador" del proyecto de Wert sea el intento de homologar las materias troncales que deben ser impartidas en todas las comunidades autónomas para evitar que un alumno que se desplazara de Andalucía a Galicia tuviera que perder un curso ante la disparidad de asignaturas.
Cuando Mariano Rajoy nombró su Gobierno, la presencia de Wert, además de insólita, resultó un soplo de aire fresco, de alguien que venía de la extinta UCD, y que se contraponía a la ñoñez interesada de una Ana Mato que no fue capaz de descubrir que en el garaje de su casa había un "Jaguar", sin la menor merma en la cuenta corriente familiar.
Ahora es el ministro peor valorado por la opinión publica. Posiblemente su esfuerzo por hacerse perdonar un pasado lejos de las verdaderas esencias es la causa de su respaldo sin fisuras a una contrarreforma educativa en toda regla. Así seguiremos siendo el país con peor formación de todo el entorno. Un desastre.
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