El menosprecio siempre es un error.
Le ha pasado al alcalde de Barcelona (tan enfrascados están los lideres de Convergencia en sus tesis independentistas que olvidan las reclamaciones del vivir de cada día). Trias no oyó el clamor de los vecinos de Sants a los que no gustaba la remodelación de su barrio; no querían ser un escaparate para el turismo. Menospreció el malestar latente de la ciudadanía, creyendo que el señuelo de la independencia cubriría todo lo demás.
No fue así y ahora se ha visto obligado a tomar la peor decisión de su carrera política: ceder ante los violentos y paralizar un derribo obligado por sentencia judicial.
Cuando no se escucha el clamor de la calle, cuando se gobierna de espaldas a la gente, se crea un caldo de cultivo en el que crece con facilidad la violencia urbana. Las tribus de los anti sistemas encuentran en el malestar vecinal un escenario idóneo para reventar manifestaciones pacíficas y destrozar el mobiliario urbano. En cierto sentido parasitan las justas reclamaciones sociales y permiten a los gobernantes encontrar una excusa para deslegitimar las protestas.
Pero en origen, antes de la quema de los contenedores, hubo una queja que nadie atendió, confundiendo la legitimidad democrática que otorgan los votos con un cheque en blanco para imponer decisiones al pueblo soberano.
Otro tanto podría decirse del éxito de "Podemos", que tanta sorpresa como malestar ha creado en el resto de los partidos (salvo en Izquierda Unida, que primero los menospreció, para ahora lanzarles cantos de sirena proponiendo unir fuerzas)
Al mofarse de su escueto programa electoral y calificar de "frikis" a sus dirigentes y seguidores solo se estimula una mayor simpatía por parte de un sector social que se ha sentido abandonado por el resto de las formaciones políticas. Nunca se debió ignorar movimientos como el 15M, o las "mareas" en defensa de la escuela pública y de la Sanidad. El menosprecio alimenta el malestar.
No es acertado, por tanto, que, tras el éxito obtenido, se califique de "flor de un día" su apoyo popular, ni que el Partido Popular, que todavía no ha entonado un mea culpa por su descalabro electoral que les llevaría a perder unas generales de celebrarse ahora mismo, muestre una displicente despreocupación por el crecimiento de "Podemos".
Tampoco es de recibo que una formación tan personalista como UPyD, que pivota en torno a la figura de su" lideresa" Rosa Díaz, tilde de fascistas a los dirigentes de la nueva formación simplemente porque le han birlado unos votos que ella esperaba obtener el pasado domingo.
Las fuerzas con representación parlamentaria deberían analizar si han cumplido su compromiso con la ciudadanía en estos años de penurias antes de descalificar, menospreciar e incluso insultar al recién llegado. O, desde el respeto, desmontar las utopías que contienen una propuesta no contrastada todavía con la realidad política europea.
Queda un año para las autonómicas y municipales y si alguna lección se puede sacar del nuevo reparto de escaños es la necesidad de no desconectarse de la calle.
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