El estado de la educación
Todos envejecemos, sí… se nos cae el pelo (a otros, a mí no) y nos volvemos un poco cascarrabias… contamos historias de cuando teníamos más pelo y nos mostrábamos un poco menos cascarrabias.
Y es que hoy, precisamente, les voy a contar una de esas historias de cascarrabias.
Hace no demasiado tiempo me vi ante un manual de texto de literatura. Sí, nada tiene que ver con lo que estudiábamos en aquellos pretéritos tiempos, nada tiene que ver con lo que los profesores nos hacían leer. Libros y Quijotes y Ana Ozores y celestinas varias, quizá demasiado para unos chicos que aún no habían alcanzado la mayoría de edad. Nos quejábamos, es cierto, y nos seguimos quejando ahora al ver las asignaturas de nuestros hijos, definitivamente condenadas al surrealismo. Un manual de literatura es hoy todo menos una cuestión literaria: nombres y más nombres sin relación lógica que se agolpan en la mente de los estudiantes para producirles algo así como un paro cerebral. Nuestras lecturas obligatorias ya no son las suyas, sustituidas ahora por novelas más o menos amables adaptadas a la mentalidad de los chiquillos.
Sí, es la generación que ha crecido leyendo el Barco de Vapor, una colección digna de un Oscar al peor guión adaptado, un insulto a la inteligencia que, si bien breve, aún estaría por demostrar. Es la generación que ha crecido con tantas facilidades y a la que se le ha dicho que no es una vergüenza no comprender las cosas, que todos valemos lo mismo y que, por lo tanto, el que más vale tiene el mismo derecho que el que menos entiende y que el que menos entiende, el mismo que el que más. Dícese: todos igual de estúpidos.
Quizás es que esté ya un poco mayor, quizá ya recuerde tiempos pasados en los que los alumnos callaban al escuchar a alguien mayor. Hoy en día interrumpen en las clases porque (sorpresa, sorpresa) no entienden nada de lo que no han escuchado.
¿Han perdido el oído? Tal vez sea yo el que, con el tiempo, esté perdiendo la capacidad de escuchar y de comprender a las nuevas generaciones, el que cada vez se siente más alejado de un mundo que parece rápidamente cambiar y rápidamente desaparecer para volver a recrearse de nuevo. Tal vez.
O tal vez, simplemente, cualquier tiempo pasado fuese mejor.
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