Despertar fantasmas.
. Muy mal la cultura geográfica de la canciller Merkel que ubicó la capital de su país nada menos que en territorio ruso. Sería deseable que en el despiste no influyeran extraños actos fallidos freudianos con reminiscencias anexionistas.
La señora Angela Dorothea Merkel, presidenta de la Unión Demócrata Cristiana y canciller de la República Federal de Alemania, demostró escasos conocimientos de geografía al confundir de manera palmaria la ubicación de Berlín en el mapa de su país. "Eso le puede pasar a cualquiera..." -pensarán algunos- "A fin de cuentas, ¿no nos equivocaríamos muchos -puede que hasta el mismísimo Rajoy- si nos pidieran situar la ciudad de Madrid en un mapa en blanco?".
Por supuesto que a uno puede desviársele un poco el dedo y señalar Segovia o Toledo o Ciudad Real... Pero que pensaríamos si nuestro presidente señalara París. Pues que muy mal. Muy mal la cultura geográfica de la canciller Merkel que ubicó la capital de su país nada menos que en territorio ruso. Sería deseable que en el despiste no influyeran extraños actos fallidos freudianos con reminiscencias anexionistas. Seguro que no.
Pero lo cierto es que Angela Merkel debería dar un sólido repaso a la geografía y también a la historia. Debería recordar, por ejemplo, el Tratado de Versalles de 1919 con el que oficialmente se puso fin a la Primera Guerra Mundial. Un tratado de tal dureza que para muchos fue la semilla con que se sembró la imparable ascensión del nacionalsocialismo y el preludio de la Segunda Guerra Mundial.
La expropiación de sus posesiones territoriales y de toda propiedad privada en el exterior, el descomunal resarcimiento económico por daños de guerra, pagadera en metálico -más de 30.000 millones de dólares de la época- y en producción industrial, unido a unas cláusulas de resarcimiento moral, causaron la humillación de la población alemana, haciéndola proclive al desalojo de la República de Weimar y al apoyo febril de Adolf Hitler.
Y es que no hay mejor abono para los extremismos, tanto de derechas como de izquierdas, que la humillación y el empobrecimiento del pueblo. Pues bien, ese es -junto a otros problemas de carácter puramente económico- uno de los posibles e indeseados efectos de la actual política restrictiva de Angela Merkel, seguida a pie juntillas por muchos de sus incondicionales en los diferentes gobiernos de la Unión. Un castigo tan severo a la ciudadanía que termine abriéndola de brazos ante cualquier populista capaz de aprovecharse políticamente de su ira y de su encanallamiento. Ahí tenemos el ejemplo de Grecia con la increíble ascensión de Nikos Michaloliakos y su Amanecer Dorado. O el nada despreciable resultado de Marine Le Pen -casi un 20%- en la primera vuelta de las presidenciales francesas.
Angela Dorothea Merkel debería repasar la geografía y, sobre todo, la historia, para no despertar fantasmas parecidos a los de un pasado no muy lejano.
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