Desequilibrio ecologista
Las catástrofes naturales dejan suficiente cambio en el ecosistema como para que la mano de la especie humana intervenga en la naturaleza sin su permiso. Hasta el momento, parece ser que han existido cinco cataclismos paroxísticos en los que se perdieron gran cantidad de especies de una forma selectiva y natural....
Las catástrofes naturales dejan suficiente cambio en el ecosistema como para que la mano de la especie humana intervenga en la naturaleza sin su permiso. Hasta el momento, parece ser que han existido cinco cataclismos paroxísticos en los que se perdieron gran cantidad de especies de una forma selectiva y natural, posiblemente hasta un noventa y cinco por ciento, sin contar que anualmente fallecen en siniestros naturales más de ciento cincuenta mil personas.
El que desaparezca o se extinga una especie significa que no tiene sitio, o cabida en el sistema, que su función ha finalizado, que ya no es necesaria y, si se cree que lo es y se manipula, intentando resucitarla, el proyecto se puede ir de las manos, provocar un desequilibrio en la especie humana y generar enfermedades infectocontagiosas desconocidas, desaparecidas y rebrotadas, de difícil o nula curación. Aparentemente esta consecuencia no es buena ni mala, no se acaba nada, sino que aparece algo que lo sustituye, incluso mejorado, es algo intrínsecamente natural a la evolución del planeta Tierra.
Sin embargo, la obsesión por el control de cualquier especie inferior a la humana tiene que beneficiar a alguien, esto es casi seguro, ya que las administraciones públicas invierten ingentes cantidades de dinero en lugar de revertir en los propios contribuyentes, que para eso se lo exigen.
Tras la fachada del llamado ecologismo hay un principio de desequilibrio. El ecologismo debe ser una norma educacional, y no una doctrina absolutista ponderada a diario por los medios de comunicación social. La especie humana, máxima depredadora, por excelencia, lleva en su sangre los genes de la destrucción del planeta Tierra sin que, hasta el momento, lo haya conseguido después de 4.500 millones de años de existencia de este planeta madre y del que aún le queda, como mínimo, otro tanto, pues este planeta, considerado un ser inteligente, sabe lo que se cocina en sus entrañas y en su exterior, mientras que la especie humana ignora casi todo, tan inteligente es que, cuando otra especie desaparece, la que sea, incluso la más vulgar, hace que aparezcan cientos, y nunca del agrado de los humanos y menos aún de los señores ecologistas que, a su pesar, observan como lo destruido se regenera en contra de sus teorías catastrofistas, pues ellos lo que más desean es tener a toda Humanidad en un puño, por ahora, sin conseguirlo, aunque de camino van.
Como humanos, cuando se mete mano a algo, en el mejor de los casos, y aún con buena voluntad, para conseguir un buen fin, al desconocer casi todas, por no decir la totalidad de las leyes de la Naturaleza, los resultados, no uno sólo, son unánimemente dispares, incluso contrarios, al pensamiento último de la hipótesis puesta en marcha. Esto es lo que ocurre cuando los humanos pretenden someter a la Naturaleza que, en su sabiduría, se rebela contra todo encasillamiento, porque se la obvia diariamente. Ejemplos hay miles de millones. Pretender levantar, como se ha enarbolado la bandera ecologista, sin pensar que ella es más sabia que todos los humanos juntos se traduce en todos los desastres que ve el ojo humano.
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