Deporte y Propaganda
Como soy español, me he pasado el día pendiente de la finalmente decepcionante carrera de Fernando Alonso en el circuito de Abu Dabi. Unas veces se gana, otras se pierde, como sucedió en la final del Mundial de Fútbol este mismo año.
Para los españoles, es un hito sin igual haber conseguido esto (nuestra primera vez).
Quiero hoy comentar este asunto, la metáfora moderna en la que se ha constituido el deporte. Antiguamente estaban las guerras y los príncipes peleándose eternamente para ganar este u otro territorio. Empleemos o no el materialismo histórico para explicar estas situaciones, sí es cierto que había claras motivaciones económicas en estos asuntos (incluso, y a pesar de lo que nos contase Homero, hubo –seguro estoy- grandes motivaciones de este tipo en la invasión de Troya). Las guerras, además, cumplían con otra función a veces bastante silenciada: la toma de conciencia y el fortalecimiento del espíritu de las gentes. Ganar al rival es siempre motivo de satisfacción y precisamente la rivalidad ha sido motivo de mil gloriosas narraciones. Ya conocido es que durante las primeras épocas de los Juegos Olímpicos los participantes paraban de pelear para rendirse a otra batalla bien distinta, la que se practicaba en la pista de atletismo.
Hace tiempo me enteré de un curioso caso: el de Jesse Owens. El hoy en día considerado un héroe nacional por los EE.UU. por haber ganado en Alemania no opinaba demasiado bien de la política racial practicada por sus compatriotas: llegó a afirmar que en Alemania le dejaban entrar en todos los restaurantes y que le trataban como a uno más. Sí, es cierto que Owens ganó cuatro medallas (100 metros, 200, relevos y salto de longitud), pero existe a este respecto una leyenda que no es demasiado cierta: que Hitler se negó a darle la mano a Owens. En sus memorias, Owens reconoce que recibió una carta de felicitación del gobierno presidido por el Fuhrer, pero que Roosvelt no invitó al atleta a la celebración en la Casa Blanca para así ganar votos entre los más sureños).
Y es que este caso me lleva a una extraña reflexión: ¿no se estará usando el deporte como parte del aparato propagandístico nacional? Recuerdo cuando llegó la selección española a esa final contra Holanda: “personalidades” (las comillas son importantes) del mundo de la política pueblan las gradas. Y es que les encanta dejarse ver en acontecimientos deportivos porque es el deporte uno de los principales palcos políticos en el que expresarse públicamente.
El deporte ha pasado en nuestra moderna época a manos del marketing político y se ha constituido en una de las armas públicas más eficaces. Desde presidentes del Gobierno que no niegan su apoyo a este u otro equipo de fútbol hasta acuerdos entre Ayuntamientos y entidades deportivas para, conjuntamente, dar a conocer una determinada imagen pública.
El deporte ha dejado de estar en manos de los deportistas. El deporte es una actividad física, sí… pero detrás de él se mueven tantos intereses que hacen del deportista el actor de un teatro mediático gigantesco. La labor del deportista ya no está en ser mejor o meter más goles: consiste en vender imagen y marca… en un mundo moderno en el que la propaganda se realiza a muy distintos (pero equivalentes) niveles.
Me gustaría, por una vez, volver a ver un partido como los de antes, una carrera limpia y alguno de esos milagros (como el de Owens) que hicieron más grande al deporte y más pequeña a la política.
Porque se lo merecen (políticos y deportistas).
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