Barbarie humana.
Asistimos atónitos, estupefactos, pero a la vez indiferentes, al catálogo de barbaries que las civilizadas sociedades del siglo XXI son capaces de cometer. Indiferentes, ante el asesinato indiscriminado de seres inocentes cuyo único delito ha sido estar en el momento equivocado y en el sitio equivocado.
Los niños de la playa de Gaza, a quien los israelíes conminaron a abandonar sus casas para huir de los bombardeos, cayeron bajo el fuego cuando jugaban cerca del mar, única escapatoria que les está quedando a los cercados palestinos encerrados en esa pavoroso campo de concentración en que se ha convertido la franja.
El polvo, esa masa densa que levantan los tanques en su avance por las estériles tierras palestinas; su afán destructor, los trescientos muertos casi todos civiles, no provocan la respuesta adecuada en una comunidad internacional en la que se ha instalado como un dogma el repugnante principio de que hay ciudadanos de primera que tienen derecho a defenderse y ciudadanos de segunda que ponen los muertos.
Ni Europa ni Estados Unidos están haciendo nada, salvo teatrales llamadas a la paz, para acabar con este genocidio. Obama, indignamente, apoya el derecho de Israel a "defenderse"; defenderse de los torpes e ineficaces cohetes con certeros y mortíferos misiles.
Contrasta esta hipócrita ceguera con la celeridad que la administración norteamericana ha mostrado al exigir a Rusia explicaciones por el disparo del misil que ha derribado al avión de la Malaysian Air Lines. Intereses geoestratégicos se mezclan con la tragedia de la muerte de 289 pasajeros que también estaban a la hora equivocada en el cielo equivocado. Porque si se confirma la certeza de Barack Obama de que fue un misil disparado desde la zona donde se han hecho fuertes los separatistas pro rusos, será otra prueba más de hasta donde es capaz de llegar la depravación. Uno de los expertos en SIDA, miembro de la comisión que ha organizado el congreso que va a celebrarse en Australia, dijo una frase lapidaria: "posiblemente en ese avión viajaba la solución a la infección con el virus del VIH". Pero, además de los reputados científicos, en los asientos de ese vuelo, iban muchos niños y sus padres y sus abuelos. Los que dispararon el misil sabían que era un avión comercial, imposible confundirlo con un objetivo militar. Aún así, pulsaron el maldito botón. Buscaban la repercusión mediática a costa de lo que fuera. Para ellos, como para el ejército israelí, la vida ajena no vale nada.
En este siglo recién comenzado, cuando los avances tecnológicos propician un mundo global, el asesinato sigue siendo la moneda de cambio en las disputas territoriales. Los conflictos bélicos necesitan visibilidad, y la atrocidad se ha convertido en un arma de guerra. Vergonzosamente vivimos en el todo vale. Esta semana ha sido una prueba incontestable de hasta donde puede llegar la barbarie humana.
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