Alemania, decepciona.
Siempre se ha dicho que los españoles no somos precisamente los mejores embajadores de lo nuestro. La tendencia de casi todos es a hipervalorar lo ajeno. En los últimos tiempos hemos puesto mucho énfasis en Alemania. Sin ninguna duda hace muchas cosas mejor nosotros.

Pero quizás no tantas, ni todo el tiempo. Estamos tan mal en España, que todo lo que hiciera Merkel iba a misa. A algunos ya no nos gustó tanto cuando, de forma demagógica y electoralista, cambió su programa de energía nuclear. Y algo parecido se ha repetido ahora con el asunto del pepino. Se han pasado de frenada y ahora tendrán que pedir perdón y compensar todo lo perdido por nuestro hortofrutícola que es mucho.
Cuesta creer que un país tan serio como Alemania calumniara sin pruebas a pesar de los muertos y los heridos. Quizás ahora tenga, debería hacerlo ya, explicarle a sus paisanos que la culpa de la bacteria nada tiene que ver con nuestros agricultores sino con una mala manipulación de los alimentos en su suelo. Claro, que podemos y debemos quejarnos de la tibieza de nuestro gobierno. Ha protestado tarde y mal. Seguramente no nos toman en serio. No tenemos gobierno. El ungido Rubalcaba está preparando su candidatura con varios ministros y aquí no hay nadie que ponga orden y concierto.
Es verdad que todos los países cometen errores, así que toca que Alemania asuma el suyo y España el suyo por no haber estado a la altura de las circunstancias. Ningún gobierno, ni ningún país son perfectos. Tampoco Alemania. Nadie es modelo a imitar en todo, en cualquier circunstancia. A pesar de que lo que ocurre en España es difícil de encontrar. Dicho esto, deberíamos hacernos mirar esta especie de pesimismo que nos lleva casi siempre y a casi todos a pensar que lo de fuera siempre es mejor; que en cualquier lugar hacen las cosas mejor que nosotros, aunque a veces sea verdad.
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