A la calle.
Nunca la Jefatura del Estado, es decir la Monarquía, se había considerado un problema o había suspendido tan estrepitosamente en el aprecio general.
Los españoles han hecho una enmienda a la totalidad a políticos e instituciones que cobran de los impuestos de todos. Nunca la valoración de los dirigentes de las principales partidos había caído tan bajo. Nunca la Jefatura del Estado, es decir la Monarquía, se había considerado un problema o había suspendido tan estrepitosamente en el aprecio general.
Sorprendentemente nadie entona "meas culpas" y propósitos de enmienda. Los portavoces que han salido a valorar la última encuesta del CIS, dando una muestra más de su mediocridad, se han dedicado a resaltar el desplome del adversario ciegos a su propio derrumbe.
Los ciudadanos les están indicando el camino a seguir: todos a la calle. En tiempos de adversidad hace falta una regeneración a fondo de la vida democrática, si las actuales siglas quieren sobrevivir tienen que buscar un nuevo liderazgo a todos los niveles. Hace falta en la política española un relevo generacional que traiga limpieza, vocación de servicio público, respeto al patrimonio común o, lo que es lo mismo, que vengan vacunados contra la corrupción.
Las triquiñuelas, las mentiras, las falsas promesas electorales, el gobernar por decreto, las explicaciones a través de una pantalla de plasma ya no valen. La ciudadanía, esa a la que desprecian, les ha calado. Suspenden todos. Y con notas tan bajas que no cabe la recuperación en septiembre.
Este gobierno que practica la inacción, salvo en el capítulo de recortes, cuyos ministros no asisten siquiera a las cumbres europeas de su competencia, ha sido abandonado, incluso por sus votantes, tras quince meses en el poder.
El principal partido de la oposición, el PSOE, perdido en la tarea laberíntica de recomponer las huellas del naufragio, ha acabado asumiendo la "herencia recibida" como su pecado original y si no reacciona a tiempo acabará convertido en una fuerza testimonial e irrelevante.
Incluso Rosa Diez, que creo UPyD a su imagen y semejanza, solo obtiene poco mas de un tres de nota. Como tampoco consigue aprobar Cayo Lara, experto pescador de votos huérfanos. No se les considera alternativa.
Antes de marcharse, y como último servicio a una democracia que tanto han contribuido a deteriorar, sería exigible que llegaran a un pacto para sacar de la estructura del Estado a tanto parásito, tanto asesor y tanto chupatintas.
Por ejemplo: ¿Qué pintan en la España de hoy unas diputaciones destinadas fundamentalmente a dar cobijo a amigos y correligionarios sin plaza en otras instancias? ¿Por qué no se unifican ayuntamientos cuya proximidad dificulta establecer sus límites? ¿Cuándo se convertirá el Senado en una autentica cámara territorial que haga innecesaria la existencia de unos inoperantes y despilfarradores parlamentos autonómicos?
Obviamente resulta mucho más sencillo desmantelar la sanidad y la enseñanza pública que meter mano a los propios, tan dados a las revueltas internas.
Antes de cerrar la puerta le deben ese servicio a los españoles que, lejos de estar resignados ante la situación, lo que han trasmitido a los encuestadores del CIS es su monumental cabreo.
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