22 de Agosto de 1911
Siempre dicen que es agosto un cruel mes en el que casi nada sucede. Puede que tengan razón y puede que no porque el universo está lleno de maravillosas e infinitas oportunidades (económicas y no tanto) de pasar una tarde entretenida.
Así lo hizo un tal Vicenzo Peruggia, autor de un famoso robo: el de la Gioconda en el Louvre de París. Todavía dicen las malas lenguas que Apollinaire y Picasso algo tuvieron que ver e, incluso, se les llegó a detener para hacerles –suponemos- algunas “amistosas” preguntas. Para quien no lo sepa, el asunto los salpicó porque el secretario de Apollinaire, un tal Honoré-Joseph Géry Pieret, había robado unas estatuillas, de ahí que se relacionase al inventor de los caligramas con el robo.
¿Saben qué me llama la atención de este asunto? Resulta a todas luces evidente que un artista, ya sea titiritero o (Dios nos libre) escritor tiene que robar para poder comer antes de hacerse terriblemente famoso y millonario (y que las mujeres caigan a sus pies y hasta el vecino del quinto les devuelva el saludo). Por ello, los franceses vieron perfectamente coherente que un señor como Picasso se manchase las manos en un asunto tan turbio. Todavía hoy se sospecha y se llega a decir que si la actual Gioconda que podemos contemplar es obra de un tal da Vinci o de un tal Pablo Ruíz.
Especulaciones dignas del agente Mulder aparte, lo cierto es que estoy totalmente de acuerdo en la sospecha de los agentes de policía franceses: ¿un escritor y un pintor juntos? Digno de una investigación y un interrogatorio tipo Gestapo en toda regla.
¿Acaso creen ustedes que un escritor puede (o debe) vivir de su trabajo? Desde luego que no, y la propia idea debe ofender nuestros oídos: un escritor puede robar o matar para conseguir el pan, pero jamás debe ser pagado por su trabajo. Un escritor debe ser robado y dialécticamente maltratado porque ya le vendrán las lisonjas cuando sea famoso y entonces ya será compensado, de la misma manera que un niño pequeño tiene que entender que es medio bobo porque cuando sea mayor ya tendrá tiempo para disfrutar de los placeres de la edad adulta (de casa al trabajo, del trabajo a casa y tiro porque me toca).
Así se establece lo que voy a venir en llamar la ética del “mañana será mejor, hoy te toca jod…”. Porque es ésta una sociedad en la que, siempre, se trabaja para un futuro esperanzador que vendrá a ser maravilloso y no hablemos de este presente empobrecido mental y económicamente. Piénsenlo un momento: mañana será mejor, sí… cuando la hipoteca esté pagada y podamos vivir y jubilarnos, la mejor época de nuestra vida… mañana será mejor cuando sea un escritor de renombre y no tenga que escuchar expresiones de desprecio y mañana será mejor cuando la crisis termine y cuando volvamos a tener vacaciones y cuando el mundo se arregle definitivamente porque la guerra de turno contra el invasor invisible habrá al fin terminado.
Consolémonos, lectores bien amados, a Picasso le fue mejor, sí… y ya nadie le volvió a acusar de haber robado nada… y tampoco a Apollinaire. Cuentan que los dos amigos eran medio pobres y que caminaban meditabundos por Montmartre buscando un lugar en el caerse muertos por inanición.
O tal vez no… piensen en el secretario de Apollinaire y respondan a esta pequeña y estúpida pregunta: ¿cuántos mendigos se pueden permitir un secretario?
Y es que, tal vez, la situación del arte no ha mejorado precisamente con el tiempo.
Sí, ahora estamos más jodidos.
Pero, supongo, menos aún que mañana.
Mis menos sinceros aplausos para todos los falsificadores, ladrones y proxenetas del arte… poco a poco lo estáis consiguiendo.
El próximo día os hablaré de la necesidad de asesinar a los autores de libros y cuadros, el último plan de una industria del ocio destinada a la idiotización de la masa y a la negación del principio de individualidad.
Hoy no tengo ganas.
Pero quizá mañana sí… porque tal vez todo sea mejor.
O no.
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