Una Ley alucinante, por Manuel Olmeda Carrasco
Deduzco que esa “amenaza” de dedicar el cinco por ciento del PIB a educación pública, aunque destinen bastante a incrementar su infraestructura, no es razón suficiente para encrespar a la enseñanza concertada
Alucinar significa ofuscar, seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra. Según su acepción dos, también expresa sorprender, asombrar, deslumbrar. Si llegamos a la cuatro, padecer alucinaciones. Se ha comentado con harta frecuencia que insignes piezas del rock o del pop han surgido de sus autores tras un intenso contacto con sustancias alucinógenas. No es el caso de la Ley Celaá, ni por la génesis ni por el efecto. Es un escaparate lleno de viejos significantes y de alguna voz nueva, inclusiva, pero sin sustancia. Hay artículos que se completan añadiendo “alumnas” “técnicas” “profesoras”, etcétera, sin más trascendencia.
Quien lea su texto libre de pasiones, avistará un dejá vu desastroso, un clon evolucionado de la LOGSE, que nos arrastra en el informe PISA, año dos mil dieciocho, más allá del puesto setenta y siete en habilidad lectora. Por eso, remedando la Ley General de Villar Palasí, esta acelerada Ley —todavía nonata— recomienda leer en clase, en grupo, ante el presunto fracaso del enigmático plan logsiano de “animación lectora”. Además, reinventa (pasados treinta años) las “escuelas del currículum” inglesas invitando a la comunidad exterior a que aporte ideas aprovechables en el futuro laboral del hábitat. Toda una innovación. Sí, parchea a fondo, y sin miramiento, todas las leyes inmediatas anteriores.
Personalmente, creo que la LOMLOE verifica de lleno las acepciones una, dos y, en parte, cuatro. Me explico. Engaña porque potencia que se tome una cosa por otra, ya que mérito, excelencia y realidad, en este caso, se parecen igual que un huevo a una castaña. Desde luego, leyéndola de cabo a rabo, nadie con sentido común aventuraría que su contenido dé frutos satisfactorios. Tampoco se puede inferir en su articulado, de forma clara y rotunda, efectos favorables o desfavorables a ningún colectivo específico. Es tan difusa y quimérica que puede servir indistintamente para un roto o un descosido. Sorprender… ¡claro que sorprende! Desde el principio. Hay que tener fina inteligencia y sutil creatividad para bautizarla con el acrónimo LOMLOE (Ley Orgánica que Modifica la Ley Orgánica de Educación). Si fuera lego pensaría que están proponiendo un trabalenguas. Muy competentes, porque el fondo es huero reclamo; eso, un escaparate lleno de palabras pomposas.
La cuarta acepción se corresponde con alegatos extemporáneos, apuntando similar carga ideológica con que Celaá fundamenta este engendro. Partidos, instituciones docentes y padres —ignoro si por convencimiento o desconfianza— certifican certidumbres que, en justicia, yo no he percibido con solidez. El PP hace hincapié con la pérdida del “vehículo español en Cataluña” cuando él (junto a PSOE, o viceversa) lleva décadas tolerándolo en diferentes Comunidades bilingües. Tengo vivencias personales sobre este tema. Practiqué mi labor docente en la Comunidad Valenciana, entonces presidida por Joan Lerma, desde mil novecientos ochenta y dos. Luego, mil novecientos noventa y cinco, vino Eduardo Zaplana que, bien por complejo, ya por irresolución, agravó el horizonte lingüístico de alumnos y profesores. Su sucesor, mi paisano conquense José Luis Olivas, ni intentó siquiera corregir el rumbo en dicho aspecto. PP, ¡cuánta pataleta y qué falta de memoria!
Deduzco que esa “amenaza” de dedicar el cinco por ciento del PIB a educación pública, aunque destinen bastante a incrementar su infraestructura, no es razón suficiente para encrespar a la enseñanza concertada. Primero porque no hay ni un euro y luego porque se pretende universalizar el primer ciclo de Educación Infantil. Por tanto, queda lejos (aunque lo pretendan, como siempre) coartar la libertad de elección. Ya se sabe qué dice el refrán: “Quien tiene hambre sueña con rollos”. Además, la política en un marco capitalista —aunque haga nuevos ricos— nace de una clase burguesa y muere en el mismo contexto. Sin embargo, esta ley ha permitido a la derecha competir por la calle en un hito casi histórico. Por este motivo, con cierta socarronería, sería infundado negarle alguna eficacia. No esperemos mucho más.
Sobre Educación Especial, anuncia un “anticipo” para dentro de diez años (¿tanto espera gobernar este ejecutivo social-comunista?), momento en que los Centros contarán con recursos necesarios para asumir “eficazmente la inclusión” de alumnos con discapacidad. Este “avance” fue un fracaso definitivo cuando la LOGSE obligó a que se “integraran” alumnos con discapacidad en los Centros ordinarios. Lo que entonces llamaron integración y esta ley nueva llama inclusión, no son medidas educativas sino procesos pantalla bajo el biombo recurrente de socializar al alumno. Creo, pese a todo, que los padres de esos chicos deben estar sobre aviso, pero nunca moralmente desvencijados.
Profesionalmente, he vivido cinco leyes educativas, aparte las anteriores a mil novecientos setenta: LGE (1970), LODE (1985), LOGSE (1990), LOPEG (1995) y LOCE (2002). Esta última ni se aplicó. Aznar, según vimos, no tenía prisa por corregir las graves deficiencias tangibles en la LOGSE. Celaá ha seguido los pasos de Lampedusa: “Cambiarlo todo para que nada cambie”. La LOMLOE no es buena ni mala, sino todo lo contrario. Como mucho, y siempre en las leyes educativas socialistas, tal vez intente colectivizar las libertades individuales. Por consiguiente (frase fetiche de Felipe González, impulsor de la LOGSE) debemos estar alerta pese a que, por suerte, esto sea Europa. No obstante, el PP —coautor alternativo de leyes educativas— tampoco ha sido en ellas garante riguroso de una educación excelsa, ni supo cobijar los derechos ciudadanos. Acaso tengan PP y PSOE intereses comunes respecto a la “indecorosa educación” que indican los postreros informes PISA.
Desde que se implantó la LOGSE, en mil novecientos noventa, se han aprobado tres leyes educativas: LOCE (sin aplicarse en tiempos de Aznar), LOE (aplicada con Zapatero) y LOMCE (Ley Wert, con Rajoy), en activo hasta que sea sancionada la ley Celaá (LOMLOE, de Sánchez). Con ellas, el informe PISA ha constatado la deficiente situación educativa en España respecto a la OCDE. LOE y LOMCE son “extensiones” LOGSE e igualmente detestables. Cuando ahora distintos colectivos: políticos, profesores, padres y sindicatos, se quejan del olvido a que les ha sometido el gobierno para consensuar la ley, quiero denunciar mi esfuerzo en la elaboración del Libro Blanco —presunto germen de la LOGSE— que Solana tiró a la papelera. Esta ley fue, y es, un desastre educativo puesto de manifiesto por Cronos y, en varios informes, por los investigadores Florentino Felgueroso, María Gutiérrez y Sergi Jiménez.
El problema educativo en nuestro país no es de capitalización, infraestructura o adoctrinamiento, que también; procede de los preceptos epistemológicos basados en el constructivismo y de la escuela comprensiva. Uno, que defiende la adquisición del conocimiento a través de experiencias personales, sin esfuerzo, quiebra corajes y talentos. Otra, que impulsa pasar de curso automáticamente, acrecienta abandonos y perezas. Subsanar estas lacras, según parece, no atrae a nadie. El sistema, con estos mecanismos, invalida el concepto “educar” y extingue cualquier propósito respetable, equitativo, justo. Mientras, avanza enmarañada, ahogando salidas, una mediocridad debilitante y servil.
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