LA LIBERTAD RELIGIOSA Y LOS DERECHO HUMANOS Por Juan Goti Ordeñana Catedrático jubilado de la Universidad de Valladolid
Del enfrentamiento de los cristianos con el imperio romano es donde surgió la lucha por el concepto de libertad, en expresiones como ésta de Tertuliano en el Apologeticus, 24: Adore cada uno al Dios que quiera, verdadero o falso, pero díganme «si no es un crimen de impiedad el quitar a los hombres la libertad de religión y prohibirles la elección de la divinidad
Cuando hoy día hablamos de los derechos humanos, no se suele hacer referencia más que a la letra de las Constituciones o a lo sumo se recuerda la Constitución de la Revolución Francesa con su lema de «Liberté, Égalite, Fraternité», una copia de la tradición cristiana, pero mal llevada a cabo, pues la famosa «Liberté» era para los que pensaran como ellos, y para los que discrepaban se inventó la guillotina, o una masacre como la de la región de la Vendé. Tradición que se sigue pues si eres de izquierdas puedes decir lo que plazca, y si no, eres un ultra, y tienes la censura encima, por lo que no deberíamos recurrir a esta libertad, sino a la de la tradición cristiana que es la que llegó a establecer los derechos humanos que hoy podemos disfrutar.
Es fácil comprender que unos principios tan importantes y tan integrados en la realidad humana, deban tener unas raíces más hondas, y de aquí la necesidad de ir más allá en la búsqueda de su fundamento. En este sentido me parece bien recordar a Umberto Eco cuando reconoce: «ni que decir tiene que todos los problemas de la Europa Moderna, tal como hoy sentimos, se forman en el Medievo: desde la democracia comunal hasta la economía bancaria, desde las monarquías nacionales hasta la rebelión de los pobres... El Medievo es nuestra infancia, a la que hay siempre que volver para realizar la anamnesis».
Siguiendo esta advertencia, si queremos conocer el origen y la definición de los derechos humanos, tenemos que ver algunas líneas de la evolución del derecho de libertad religiosa, que fue la primera que se concibió en el orden social y político. Apareció con el planeamiento que llevó a cabo el cristianismo en su lucha para sobrevivir en defensa de su ideología religiosa, manteniendo un enfrentamiento con el imperio romano, y defendiendo la libertad como privilegio de toda persona. De este modo el cristianismo inauguró el concepto de libertad, como un valor inalienable de toda persona, que luego se reconocerá en la historia.
En la Edad Antigua apareció la libertad como algo propio de algunas clases o personas, los demás carecían de derechos. Serán los primeros cristianos, los que consideren la libertad interior, la libertad de conciencia, como patrimonio de la persona humana. «Por esta razón, -dice G.H. Sabine en su Historia de la Teoría Política- el cristianismo planteó un problema que no había conocido el mundo antiguo -el problema de las relaciones iglesia y estado- y supuso una diversidad de lealtades y un juicio íntimo no incluido en la antigua idea de ciudadanía. Es difícil imaginar que la libertad hubiera podido desempeñar el papel que llegó a tener en el pensamiento político europeo, si no se hubiera concebido que las instituciones éticas y religiosas eran independientes del estado y de la coacción jurídica, y superiores en importancia a ellos». En el olvido de esta historia está la causa de la crisis que se ha producido en la sociedad de los tiempos modernos
Del enfrentamiento de los cristianos con el imperio romano es donde surgió la lucha por el concepto de libertad, en expresiones como ésta de Tertuliano en el Apologeticus, 24: Adore cada uno al Dios que quiera, verdadero o falso, pero díganme «si no es un crimen de impiedad el quitar a los hombres la libertad de religión y prohibirles la elección de la divinidad, esto es, no permitirme que honre al que yo quiera honrar, forzándome a honrar al que no quiero. Nadie, ni siquiera el hombre, querría ser honrado por el que lo hace a la fuerza».
Y merece considerar, con una detenida reflexión, la forma como se enuncia la libertad religiosa en el edicto de Milán del año 313. Pues vino a decir que, «renunciando a la consideración de la tradición y tomando la perspectiva de la tolerancia, se concede a cada persona, cristiana o no cristiana, la libertad de creer y practicar el culto que cada uno prefiera». En este documento se reconoció, por primera vez en la historia de la civilización, como se observa G. Lombardi, la existencia de un Estado secularizado, entendido como ordenamiento, y en el que este «Estado ordenamiento, se retira del dominio reservado a la persona determinada, reconociendo en substancia la libertad de conciencia, de religión y de cultos. No se trata de una libertad concedida por el Estado, sino que más bien es una dimensión de la persona humana, que debe desarrollarse fuera de la competencia del Estado ordenamiento».
La interpretación que se va a hacer por las diversas ideologías que inciden en la creación de la nueva sociedad, toma orientaciones res-trictivas, pero queda claro el dualismo en la persona y la libertad de conciencia, no como algo concedido por el Estado, sino como una di-mensión propia de la persona humana. De aquí, que este radical plan-teamiento de la libertad, que ha hecho el cristianismo, como dice Capograssi, trajo: «una nueva concepción del mundo, que se presenta propiamente no como una evolución de la historia, sino como una revolución, como la revolución esencial que lleva en sí el germen o el principio de la subversión».
Sé el primero en comentar