.
La Gastronomía de Pereda en “Peñas Arriba”, por Pedro Arce Díez
Después de haber recorrido el Valle del Nansa, he vuelto a releer y saborear "Peñas Arriba" y me he fijado cómo vio y describió Pereda estos lugares, cómo se alimentaban las gentes de este valle...
Siempre he tenido la inquietud y curiosidad de conocer nuestras ancestrales costumbres; y llevo unos años sumergiéndome en los temas gastronómicos, que tanto placer causan en la mayoría de los humanos y yo mismo me considero un buen gourmand, deseoso, a mi pesar, de intentar ser un gourmet. Y el escritor costumbrista polanquino, José Mª de Pereda, es un buen ejemplo para explorar en este tema. ¡Y bien que me hubiera gustado escudriñar toda su obra en este empeño!
Pero en este caso concreto, y después de haber recorrido el valle del Nansa y probar la exquisita Puchera Montañesa en “Casa Molleda” de Pejanda (Polaciones), he vuelto a releer y saborear “Peñas Arriba” y me he ido fijando cómo vio y describió Pereda estos lugares, cómo se alimentaban las gentes de este valle y de forma especial, los de Tablanca (Tudanca), donde estaba y allí sigue la Casona de don Celso, después de su sobrino, don Marcelo (La actual Casona de Tudanca, hoy Museo).
Con frecuencia, Pereda nos va mostrando en su obra aspectos costumbristas y entre ellos aspectos relacionados con la gastronomía del siglo XIX; en este caso, existen 15 referencias, respecto a la “Puchera” o condumio, que trataré de ordenar y nos pueden dar una visión de la riqueza culinaria de entonces, especialmente en la “Casona de don Celso”, lo que nos induce a pensar que, en las casas más humildes, las alacenas serían más flacas y la mesa menos abundante y variada.
Incluso, cuando habla de lo que come la servidumbre de la Casona, lo podemos conocer, pues nos describe, por ejemplo, “Fritangas con borona” como desayuno; también era desayuno habitual el de “café caliente con tostadas”, quizás ya para los señores de la Casona.
Las gentes de este valle, y la Casona en particular, eran gentes muy hospitalarias que siempre recibían a sus visitas, ya fuera con un “cangilón de café”, lo que nunca faltaba a cualquier hora del día o la noche, con unos “vinos generosos y bizcochos de soletilla…[…] leche, caldo o chocolate…o magras de jamón con huevos estrellados”, como sucedió a los visitantes lejanos que llegaron bien de mañana a la casa de don Celso, con ocasión de su funeral solemne. Y en la ocasión que don Marcelo y el médico pasaron por la casa de la hermana de éste en Robacío (Rozadío), les ofreció “…una gran fuente, conteniendo dos pares de huevos estrellados y una enormidad de lomo y de jamón frito, con su correspondiente cerco de patatas”.
A veces nos sorprenden algunos menús, como esta cena de bienvenida a don Marcelo en la Casona: “Primeramente, un cangilón de sopas de leche; después una fuente muy honda de un potaje de nabos en ensalada; luego una tortilla de torreznos, seguida de una asadura picante, y, por último, una compota descomunal de manzanas y mucho queso curado, de ovejas; y una torta de pan casero”. Otras veces la cena en la Casona es menos copiosa, como aquella de “carne y leche en dos o tres formas y algún fruto de la tierra”. Don Celso ya hacía una cena mucho más sencilla, dada su edad y estado, con su “correspondiente ración de leche”.
Y hablando del pan, nos lo cita en tres ocasiones: la primera para decirnos que se hacía una vez a la semana o en un apetitoso tentempié como este: “Pan de hornadas hechas en la taberna, cecina y una res que se mataba en domingo, además de leche”. Se hacía pan en la taberna y también en algunas casas principales, como la Casona: ”una torta de pan….salida del horno del portal” o la “torta de pan casero”, que cita en la cena del párrafo anterior.
Y para comida contundente y copiosa, la que tuvo lugar en la Casona el día del funeral de don Celso, al que asistieron docena y media de amigos y familiares lejanos, arropados en el acto fúnebre solemne por todo el pueblo de Tablanca (Tudanca); tras una “…sopa de fideos”, el almuerzo consistió en una “pila de potajes con metralla de embutidos, de rimeros de pollos patas arriba entre lagunas de grasa; de solomillos enroscados; de magras con huevos duros; de carne en toda suerte de guisos; de patos rellenos de salchichas y de lomo, y tras ello, los flanes como ruedas de molino, y las natillas y el arroz con leche, poco menos que a calderadas…”
La bebida podía ser una “Botella con vino”, en lugares donde el pellejo era quizás más popular y común y yo aún le he llegado a ver; incluso don Marcelo invitó en una ocasión en la taberna a “Salsa a mis expensas”, es decir, vino para todos. Tampoco era infrecuente, tomar “Rancio Tostadillo lebaniego” para después de una buena comida y el aguardiente para la tertulia nocturna, la hila o la deshoja.
Sorprende que Pereda cite en varias ocasiones aquello de “un cangilón….”, “a calderadas”, “una pila”, etc., para dejar constancia de la abundancia de la comida.
Alimentos absolutamente naturales, a veces escasos y otras en abundancia extrema, según ocasiones; sin gran variedad, pero sin los artificios de nuestros tiempos.
Peñas Arriba es una novela, pero sus lugares, personajes y circunstancias son más que reales y él mismo lo conoció y vivió; por ello, junto a la trama y el relato novelesco, se atisban muchos aspectos más que reales, lo que nos permite diseccionar la sociedad de su tiempo en este bello valle del Nansa.
¡No se lo pierdan!
Sé el primero en comentar