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Opinión 18-07-2020 19:08

De mezquinos y de sardinas, por Manuel Olmeda

El decir popular (filosofía de subsistencia y germen hogareño de refranero) mantiene que todo organismo fundamenta su rectitud e integridad en sus primeros años. Cualquier campesino sabe que un árbol torcido se debe enderezar cuando todavía ejerce de arbusto para que crezca recto.

 

Igualmente, si se quiere formar personas con moral y costumbres intachables hay que iniciar dicho proceso desde la infancia, para continuarlo en ese crisol socializante llamado escuela.

 

 Somos seres sociales y dicha impronta exige nacer en el seno de una familia, recrearnos junto a compañeros de colegio y desarrollar nuestro carácter definitivo bajo el influjo dañino, según Rousseau, de una sociedad mezquina, beligerante, cuando no rotundamente maligna.

 

En mi pueblo, siendo yo niño, había dos estancias lóbregas, simétricas: las escuelas. Cuartuchos con ventana al fondo -que daba a la plaza- y un vulgar e inútil ventanuco lateral por donde salía el cañón de la estufa, formaban parte inferior del complejo municipal. Palmeta, brazos en cruz sosteniendo libros y una fría poyata, ajustaban la gradación coercitiva a compañeros indisciplinados. Subiendo diez o doce escalones se ascendía al ayuntamiento donde, a la derecha, asentaba sus dominios don Hipólito (un secretario erudito), mientras el sector opuesto albergaba lo que hoy sería una sala de uso común. Uno, que se alimentó durante cinco años de moral casi espartana, arribó al colegio esperanzado con encontrar allí cierta laxitud. Craso error. Teníamos como manual de comportamiento el libro Corazón, un excelente y sugestivo, pero riguroso, inoportuno, antipático, compendio de actuación familiar y escolar.

 

Inmerso en semejantes itinerarios, acabé mi infancia -incluso adolescencia- conllevando una ingenuidad notable. Tal vez fuera práctica generalizada en aquella época oscura, cerrada, llena de escaseces. Luego, estudios, edad y salir al mundo, conformó un carácter reflexivo, escéptico, rebelde. La juventud me inundó de realidad materializada en el aforismo: “Arrimar el ascua a su sardina”. A la vez, objetaba esa insistente, pero fingida, siembra de solidaridad caída regularmente sobre árido peñascal. Aprendí, hace ya mucho tiempo, que cada cual justifica sus intereses excediendo cualquier otra circunstancia, sin consideración a nada ni a nadie. Desde una órbita política -como decimos algunos de profundas raíces lugareñas, pero ahora casi en desuso- la romana (artefacto de pesada muy viejo y rural, teóricamente extinguido) pesa arrobas en lugar de kilogramos.

 

Aunque era innecesario llegar al horizonte actual para comprobar empíricamente lo acertado de mi arranque mundano, los terribles acontecimientos últimos constatan con creces las nociones cimentadas en anteriores etapas de mi existencia. Pienso que se está acometiendo la profanación del acervo semántico en aras a lograr un deterioro del lenguaje (único medio de comunicación humana) para difuminar responsabilidades políticas al objeto de conseguir impunidad total. Resultan lamentables los intentos, bastante eficaces, de embarrar el terreno político. Lo triste, sin embargo, es que este escenario se encuentra vacío de personajes a quienes ofrecer un papel que pueda representarse con algo de dignidad. Todos, quizás se salve alguno de ignoto raigambre, merecen o han merecido desairadas broncas del espectador.

 

Arrimar el ascua a su sardina, insisto, además de mezquino es una forma cicatera, desdeñosa, repugnante, de paradigma vital. Pareciera excesivo aseverar que constituye parte nuclear de nuestro código genético. No obstante, los hechos son inequívocos. Hay un colectivo, pese al imponente extravío social, que eleva potencialmente la vileza del mencionado deslustre: los políticos; y si me aprietan, un poco más quienes se autoproclaman izquierdas. Como este estilo egoísta, rastrero, tiene cierta analogía con la corrupción crematística, cuando un prócer concreto llama corrupto al adversario muestra tal grado de cínico sarcasmo que constituye un hito insuperable. Semejante verborrea describe a quien muestra talante tramposo, usurero, estafador.

 

Sánchez es especialista en arrimar el ascua a su sardina, hace del arrime exquisitez. No tiene rival a la hora de perfilar proyectos cuyos objetivos sean deslumbrar al personal. Es un auténtico vende burras, capaz de cosechar réditos donde solo hay humo, vacuidad, nada. Tras cuatro meses largos de imprevisiones, incapacidades, errores (probable y presuntamente comisionados), vergonzosas deserciones, mentiras, trapicheos groseros y plante contumaz a visitar hospitales y enfermos, monta un aparatoso espectáculo de “afirmación popular” con rasgos franquistas, pero sin palio. El “homenaje nacional a las víctimas de la pandemia”, irreprochable con otros procederes y premisas, conforma la excusa impúdica para robustecer su ego ilimitado. Solo indigentes intelectuales y morales necesitan escenarios fastuosos para enmascarar sus limitaciones. ¿Algún recoveco nazi, totalitario o imperial?

 

Iglesias, asimismo, complementa o completa el liderazgo de arrimar encendidas ascuas a declaraciones, actitudes y hechos que divergen sin posible ocultación. Arrogancia, humildad e impudor conforman simbólicamente la especie clupeidae (sardinas) a las que alternativamente dicho personaje aplicaba el fuego adecuado al momento. En este instante, arrima el ascua a la humildad porque Sánchez es ya su última sardina. Del altivo e hiriente “cierre la puerta al salir”, reconvención obtusa efectuada a Espinosa de los Monteros en la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, al tono monacal (tal vez de monaguillo hechizado) en sus charlas didácticas, además fruncidas, como portavoz ocasional de ciertos acuerdos gubernamentales -esperemos a ver cómo le influye el cero gallego- hay una vida de por medio. El prefijo “unidas” deja falto al partido original y desideologizado, Podemos. Le aconsejaría, para no quedarse solo en cenizas, que en adelante la sigla fuera: UPFCC (Unidas Podemos Frenar el Cambio Climático). Así, pack completo.

 

Las fuerzas políticas restantes no quedan al margen. PP, Vox y Ciudadanos, sacrifican principios, que debieran ser intocables, según sugieran los resultados sociométricos. Aparte, cada líder debe templar y medir estrategias para fortalecer su posición dentro del partido. Creo que esta irrupción calculada de bloques perjudica a quienes defiendan la Constitución, porque el sanchismo va y viene con ausencia de escrúpulos. “Dime con quién andas, y te diré quién eres” expresa un conocido refrán. Es evidente que algunos apoyos de Sánchez pretenden hacer añicos la Constitución de una forma u otra. Mientras, y si el bloque antagónico prosigue en su beligerancia, tendremos gobierno social-comunista para muchos años. Este marco innegable conlleva la conclusión de que neciamente la derecha arrima el ascua al bloque de la izquierda, si incluimos en él a las siglas burguesas catalanas y vasca.

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