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Opinión 31-07-2020 18:18

Cuando EEUU habla holandés, por Eduardo Madroñal

Un solo miembro de la UE, Holanda, podrá bloquear que países como Italia o España reciban los fondos si no está de acuerdo con las macropolíticas que impulsen sus gobiernos.

 

 

EEUU habla holandés y así se ha convertido en país miembro de la Unión Europea -aunque evidentemente puede confundir que se haya disfrazado de primer ministro de Holanda- pero, nos dé gusto o no nos guste, EEUU ha entrado en la Unión Europea para saquearnos, con su caballito de Troya holandés -no frugalmente sumiso, la verdad sea dicha- caballito obediente que se ha enfrentado a Alemania, y -nada frugalmente- nos ha atacado e insultado a los países de Sur de Europa. ¡Palabra de Washington, te alabamos señor!

 

La relación de Holanda con Estados Unidos es una estrecha relación político-militar que se remonta a 1782, dado que Holanda fue el segundo país del mundo en reconocer la independencia de EEUU. Pero en estos tiempos la clase dominante holandesa mantiene ya una sumisión a la superpotencia que no se limita a los servicios que presta como paraíso fiscal en el terreno económico para inmenso beneficio de los oligopolios norteamericanos. Va mucho más allá.

 

Porque Holanda es el actual caballo de Troya de EEUU, Brexit mediante, y uno de sus mamporreros militares. Decía Zbigniew Brzezinski, estratega norteamericano y ex Consejero de Seguridad Nacional de 1977 a 1981, en su libro "El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos que: “los Estados europeos de tamaño medio, la mayoría de los cuales son miembros de la OTAN y/o de la UE, o bien siguen el liderazgo estadounidense, o bien se alinean tranquilamente detrás de Alemania o Francia”. Holanda es uno de estos Estados.

 

La relación militar de Holanda con Estados Unidos es una de esas cuestiones ocultas que no ocupan un lugar destacado en los medios y ni siquiera entre la población de su propio país. Un hecho tan relevante como el arsenal nuclear instalado en la base militar que Estados Unidos tiene en Volkel, al sur de Holanda, instalada durante la Guerra Fría no fue conocido públicamente hasta 2013. Lo reveló Ruud Lubbers, exprimer ministro democristiano, en un documental en National Geographic: "Holanda guarda 22 bombas atómicas estadounidenses del tipo B-61, cuatro veces superiores a las que se arrojaron en Hiroshima y Nagasaki, instaladas durante la Guerra Fría". Hasta entonces todos los gobiernos holandeses lo habían negado.

 

Lo mismo ocurre con las bases norteamericanas en territorio holandés europeo y en sus colonias de las Antillas caribeñas de Aruba y Curaçao que son utilizadas por EEUU para intervenir militarmente en Colombia, y ahora para atacar a Venezuela. EEUU tiene siete bases americanas, la nuclear de Volkel y cuatro más en Holanda, y las dos bases en las Antillas. Además las tropas holandesas juegan un papel muy activamente sumiso en las misiones internacionales impulsadas por EEUU, desde Afganistán e Irak hasta Oriente Medio y América Central.

 

Solo así se puede entender que los mal llamados países “frugales” -¿por qué no piratas del Norte?- como Austria, Suecia, Dinamarca y Finlandia, capitaneados por Holanda- hayan lanzado un feroz ataque a la propuesta de la Comisión Europea, respaldada por los países del Sur y más afectados por la pandemia -especialmente Italia y España- apoyados en esta ocasión por Alemania y Francia.

 

La cuantía del Fondo va a ser de 750.000 millones de euros, lo que es una cantidad considerable. Pero no se debe a la “generosidad” de las burguesías monopolistas alemana y francesa, ni a la sensibilidad y el altruismo de líderes como Merkel o Macron. El gran capital alemán es uno de los más interesados en que vuelva a ponerse en funcionamiento la producción y el comercio en la UE. Más de dos tercios del excedente comercial alemán provienen de sus ventas a los países europeos. Tres cuartas partes de lo mismo pasa con los intereses de la plutocracia gala.

 

Un eventual colapso económico del Sur -que incluye a mercados del tamaño de Italia, España y Portugal- sería un ruinoso negocio para el capital alemán. Y podría acelerar la desintegración política de la UE, la plataforma que impone la hegemonía alemana, ya sometida a bastantes tensiones desde hace unos años, y que tras el Brexit tiene las costuras aún más debilitadas. Por eso -no por preocupaciones humanitarias ante los efectos de la pandemia- la antaño intransigente Merkel ha abogado por abrir la mano en la concesión de ayudas por parte de la UE.

 

Pero un solo miembro de la UE, Holanda, podrá bloquear que países como Italia o España reciban los fondos si no está de acuerdo con las macropolíticas que impulsen sus gobiernos. Para entender este nuevo juego de poderes es necesario mirar al otro lado del Atlántico. Porque la contradicción que está en el corazón de la batalla por la cuantía, las formas y las condiciones del Fondo de Reconstrucción no es solo, ni principalmente, la antigua y tradicional pugna del “eje franco-alemán” versus los países del Sur de Europa, aunque esa contradicción siga existiendo y operando.

 

No estamos ante una batalla Norte-Sur, sino ante un forcejeo entre los máximos representantes, nada frugales, de la política norteamericana en Europa, en contradicción con los intereses imperialistas de Alemania y Francia, y con las burguesías y los pueblos del Sur. En este caso, los piratas del Norte encabezados por Holanda, actúan a modo de bucaneros con patente de corso de la superpotencia yanqui, que -ante la agudización de su ocaso y las notables consecuencias inmediatas de la crisis económica pos-pandemia- necesita dar un salto en su grado de expolio sobre Europa. Washington necesita capataces para, látigo en mano, obligar a los países europeos a aceptar una nueva cuota de tributos, para endosarles una mayor parte de las pérdidas derivadas de la crisis.

 

Y este es el papel que ahora cumple Holanda, que ve en alza su importancia por una administración Trump empeñada en someter y degradar al Viejo Continente a los intereses hegemonistas de Estados Unidos. Un cometido, el de ser caballo de Troya de los intereses norteamericanos en Europa, que durante muchas décadas ha cumplido un Reino Unido cuya clase dominante tiene muchos y profundos vínculos con la oligarquía financiera estadounidense.

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