Y Mato sigue...
La han apartado; le han dicho, seguramente, que procure estar callada. No compareció junto a la vicepresidenta en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, ni acompaño a Rajoy en su visita al hospital Carlos III, pero Ana Mato sigue siendo ministra de Sanidad.
En la estrategia marcada por el Gobierno, de culpar a los sanitarios por negligencia en el cumplimiento de los protocolos, Ana Mato es un estorbo. Desbordada por los acontecimientos, permanentemente a punto de llorar, temen que pueda reconocer la verdad: que los famosos protocolos eran una basura y que no hay más que ver la foto que público el diario El Mundo donde en una pizarra, y sujetas con esparadrapo, colgaban unas fotocopias en las que se indicaba como ponerse o quitarse el traje de protección frente al Ébola.
Sáenz de Santamaría asumió el viernes, con un tono autosuficiente, que sería ella misma la encargada de presidir la comisión de seguimiento de una crisis sanitaria que se les ha ido de las manos y que, aunque parezcan no ser conscientes de ello, les ha hecho perder el resto credibilidad que le quedaba a este Gobierno.
No se puede desmantelar un hospital puntero en enfermedades infecciosas y tropicales para luego hacer la "machada" de traerse a dos enfermos de Ébola, sin tratamientos adecuados, sin personal suficiente y sin estrictos protocolos de seguridad, mientras la ministra seguía de vacaciones. Eso si, asistió luego al funeral religioso del sacerdote fallecido en suelo patrio.
Hartos de recortes, con veintiocho mil profesionales menos dentro del sistema sanitario público, los trabajadores de La Paz/Carlos III recibieron al presidente del Gobierno a "guantazo" limpio.
¿Qué esperaban él y el presidente autonómico, Ignacio González, aplausos? Acudieron sin los responsables del ramo a los que tienen escondidos, pero a los que no cesan porque sería como reconocer la verdad: que ambas administraciones han hecho un campeonato a ver quien cometía más dislates y comunicaba peor, incluso con insultos.
No hay ninguna razón, dado que han sido sustituidos por sus superiores, para mantener a ambos en el puesto. Total, Ana Mató, dijo que sabía del estado de salud de la auxiliar contagiada por los medios de comunicación. Y, dado que el consejero de Sanidad de Madrid ya llegó "comido al cargo", tuvo que ser Ignacio González quien explicara que la vida de Teresa Romero corría grave peligro.
Por otro lado no se sabe muy bien que espera la "paciente" oposición para reclamar a gritos en el Parlamento que se cese a tan nefastos responsables de la Sanidad que, lejos de tranquilizar a la opinión pública, están multiplicando por cien la alarma social. No hay que esperar a que el problema puntual se haya solucionado. Precisamente las crisis necesitan personas eficaces para gestionarlas en el momento álgido, no después.
Y es que el PSOE no quiere ser acusado de falta de sentido de Estado, los nacionalistas bastante tienen con sus independencias, IU no se haya y sigue cortejando a Podemos mientras la realidad les desborda, y Podemos (¡qué momento están desaprovechando!) anda con líos organizativos y de liderazgo, o sea a lo suyo, como le ocurre a toda organización que toca el poder.
Los guantes que los sanitarios arrojaron al presidente Rajoy se han convertido en el emblema del sentir de la calle.
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