Noticias de Cantabria
10-09-2012 12:09

Volver a enamorarse.

Siempre fueron muy felices mis progenitores, ni que decir tiene…Se despedían, cuando novios, con mil besos-capullos de rosas mil colores-, en el portal de la casa de mi madre. Más tarde se llamaban por teléfono mil y una veces al día, se escribían pequeñas misivas cada dos por tres, y jamás sintieron el vacio de sus corazones enamorados…

Nunca se le acabó el amor: siempre tenían carias y besos para demostrarlo. Felices fueron ¡muy felices!, sabiendo pasar del rosa al amarillo-de la juventud a senectud-en sus vidas terrenales.

Mi madre y mi padre-ella y él- habían ido un montón de veces al cine, al teatro, a bailar, a la Zarzuela, a la Feria del libro, a la del Vino, a la de los anticuarios… Vivir para creer en los sentimientos propios y los ajenos, y morir para nunca jamás olvidar tiempos pasados: sean éstos buenos o malos, menos buenos o menos malos.

Sin presente y sin futuro para planificar, necesariamente, la vida en la vejez tiende a refugiarse en el pasado: ¡qué tristes perspectivas de vida se avecinan para las personas mayores! Pienso, muchas veces, que es provechoso reírse de un mismo e, incluso, de nuestra propia sombra: de esta manera descubro lo poco que sé, y lo mucho que me queda por aprender.

Nuestras limitaciones a lo largo de la vejez y últimas vivencias-con la experiencia que dan los años…-, hacen que éstas nos concedan el tiempo suficiente para poder pensar y plantearnos ‘cómo pasar el tiempo’, y entiende uno que debemos dedicarnos, precisamente, a desarrollar aquellas actividades que, por falta de tiempo, nunca pudimos realizar: escuchar música, escribir, pintar, leer libros( para fortalecer y ampliar nuestro intelecto), pasear disfrutando de la ‘madre naturaleza’ con nuestros pocos amigos-que se cuentan con los dedos de una mano y aún nos sobran dedos….¡Tantas y tantas ocurrencias que no pudimos hacer…! Amor en los jóvenes, amor en los mayores

El trabajo es para muchos de nosotros-de la tercera o de la cuarta edad, sólo Dios lo sabe-, la única actividad que nos produce suficientes motivos para seguir viviendo, a la vez que constituye una manera o forma de llenar nuestras vidas, que se mueven en el olvido de propios y extraños.

La sociedad que nos ha tocado vivir (¿esa maravillosa democracia española, qué nos habla del estado de bienestar para todos, qué nos habla de la igualdad de oportunidades, qué nos habla de viviendas asequibles para nuestra juventud…?), ha ‘roto aguas’ por los cuatro costados, y ha relegado a las personas longevas, única y exclusivamente, para que emitan su voto cada cuatro años… A lo sumo ha construido pocas residencias -jaulas de soledad- donde podemos ir a morir, y, desde luego, ser olvidados por propios y extraños. Eso sí, para morir con tranquilidad, llevando sobre nuestras espaldas sacos pesados con tierras cargadas de olvidos, penas y sinsabores.

Volver a enamorarnos-nuestros corazones perezosos por el paso del tiempo, que son el sol de nuestras vidas ya marchitas-, ya que, indudablemente, los mayores también somos seres humanos que poseemos nuestros corazoncitos -que siguen latiendo con lentitud-, pero caminamos despacio, hablamos despacio, comemos despacio… Debemos pasar ‘Del_rosa_al_amarillo’ esto es, de la vitalidad y pasión amorosa juvenil a un status de personas maduras: vida afectiva, segunda actividad, fomento de la cultura, hacer lo que nunca pudimos llevara la práctica… ¡Ah!, se me olvidaba (¿no lo adivináis?)…, y continuar nuestras vida sexual, un tanto limitada, y quien diga lo contrario miente como un cosaco (pido disculpas a los cosacos), pero relegada al quinto lugar según el orden expuesto de lo que piensa un semejante vuestro, que puede estar equivocado.

Nuestras jubilaciones son una buena etapa de nuestras vidas, dorada diría yo, para viajar-aunque sea con el IMSERSO -, y conocer muchos países: gentes, costumbres, artes culinarias, folclore…Hemos de perder el miedo…, que todos tenemos, a subir en los aviones, pues sabemos que, a lo largo del año, son innumerables las personas que fallecen en accidentes de tráfico por las carreteras españolas y del mundo entero.

“Hoy en día-me comentaba un viejo amigo, con el que tengo la costumbre de tomar café todos los días-, el hombre/mujer tienden a vivir mayor número de años, comenzando a trabajar tardíamente, y jubilándose muchos antes que en tiempos pasados.” Hechos contrastados todos los mañana, tarde y noche por los medios informativos. Y es que en la vejez nos sobra el tiempo, que marcan los relojes, como ‘testigos del tiempo’ que son (tic tac, tic tac del reloj). “¿Qué son mil años? El tiempo es corto para el que piensa, e interminable para el que desea”, Émile Chartier.

“¿Qué haces?, ¿A dónde vas?, ¿Quién ha llamado?, ¿Qué pondrás de comer?” Éstas y muchas otras conversaciones se producen, de hecho, dentro de los hogares, cuando los hombres jubilados no desempachamos actividad alguna., Con lo que, sin duda, al sobrarnos tanto tiempo para no hacer ‘nada’, podemos llegar a hacernos un tanto molestos-en nuestros propios domicilios-, con nuestros familiares. En cualquier caso, y si lo estimamos conveniente, no sería mala estratagema integrarnos en grupos de trabajo para colaborar en tareas humanitarias, religiosas, ecológicas, etc.
Y esto ocurre cuando las personas mayores saben, mejor que nadie, qué es importante en la vida, qué es accesorio, qué merece la pena hacer o desarrollar, qué amor es el verdadero y cuál es el falso…Sí, desde luego, es cierto que los humanos llevamos anexa a nuestras mentes la soledad, sí, la Soledad, cuando nos encontramos mermados en nuestras facultades físicas y mentales. Porque nuestros vínculos con los hijos -familias generalizadas-, se van debilitando progresivamente a medida que cumplimos más años.

Y, sin embrago, entiendo uno que la longevidad es un gran tiempo de ocio, que nos permite dedicarnos a laboriosidades que engrandecen el corazón al hombre y a la mujer, y viceversa. Y de esta manera buscamos y encontramos tranquilidad en el alma, y sosiego en nuestros corazones…, que ya corren cansinos por la tierra prometida.

Hoy por hoy no es raro comprobar que el anciano/a se cambie, con cierta frecuencia, desde el domicilio de un hijo al de otro: en cortos espacios de tiempo. Uno, cualesquiera, todos los que somos protagonistas de la senectud -período natural de la vida humana-, llegamos a entender que somos… viejas maletas -rotas y desteñidas- que se van pasando de mano en mano nuestros descendientes, tal y como si nadie las quisiera. ¡Qué triste resulta nuestra vejez que…!

Esto fomenta, indudablemente, que el anciano deje de entender que la vida, y hasta nuestra muerte, tiene un sentido y muchas finalidades: respetémonos y amémonos los unos a los otros, que ésta es la verdadera religión del ser humano. Atrás quedan los cristianos, los mahometanos, los católicos, los budistas…, todas las religiones que tienen un solo Dios: el Dios de todas las religiones. Y comprendo que, si cada día tenemos un sueño, una ilusión, una tarea a desarrollar, de esta manera moriremos -poco a poco- sin darnos cuenta.

Por último, como colofón, no dejo de leer y comprobar que son los ancianos -sus personas- en los que se acumulan mayores índices de depresiones y suicidios. Vivir en estas situaciones y desear la muerte, verdaderamente, todo es uno. Por cierto, que los viejos deben y pueden enamorarse, pues mientras hay vida existe siempre el camino hacia la esperanza.

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