Las autoprofecías, o el arte de tropezar en la misma piedra
Las palabras, en definitiva, pueden destruir de manera mucho más efectiva que las armas, sobre todo si están revestidas de religiosidad.
No hace falta vestir capa negra y un cucurucho en la cabeza para ser un brujo hechicero. Muchos padres «ejemplares» de familia lo son. Mediante una serie de palabras encantadas como «Nunca llegarás a nada», «Eres el reflejo de tu padre», «Qué será de ti cuando yo me haya ido», etc., embrujan a sus hijos para beneficio propio convirtiéndolos desde pequeños en unos fracasados o trastornados incapaces de encontrar su rumbo, condenados a luchar de por vida contra tales predicciones (afortunadamente hay quienes poseen la suficiente determinación y perseverancia como para romper el maleficio).
En tales familias no se re-conoce al niño por lo que es sino por lo que debería ser. Por consiguiente, la moralidad es básicamente condenatoria. El niño, el adolescente que ha sido humillado y forzado nunca alcanza el ideal, así que se le condena. El ideal está en el futuro, y él está aquí, en el presente, tal como es. El niño condenado a la vez se autocondena por no estar a la altura de las exigencias. Entonces se siente culpable, inferior, anormal. Uno de los más grandes psicólogos modernos –además de sociólogo y filósofo–, Paul Walzlawick, descubrió en sus consultas que las profecías familiares quedan grabadas en la mente del paciente de tal modo que actúan como órdenes o prohibiciones siempre latentes, «y el sólo hecho de que otros, o incluso el mismo profeta, crean que se cumplirá, produce su cumplimiento».
Muy similar es el llamado «efecto Pigmalión»: la predicción del maestro acerca del rendimiento del alumno tiende a cumplirse. Es decir, que si la conducta de un alumno no coincide con la escala de valores del profesor, este último se distanciará del alumno o lo entorpecerá con desdeñosos juicios que sólo servirán para hacer realidad la predicción. Para demostrar esta hipótesis, un conocido psicólogo llamado Robert Rosenthal hizo el siguiente experimento: realizó unas pruebas de inteligencia en un colegio de San francisco a niños de primer y sexto grado. Sin prestar atención a los resultados, escogió a unos pocos alumnos e informó a los maestros que estos estudiantes eran excepcionalmente inteligentes y que de ellos se podían esperar grandes resultados. Al cabo de ocho meses, ese grupo de alumnos elegidos al azar había mejorado sus calificaciones por encima del promedio de la clase. Como los maestros estaban convencidos de que estos alumnos eran excepcionales, les brindaron más apoyo, atención y tiempo. No sólo las expectativas positivas o negativas del docente pueden afectar al comportamiento del alumno sino que, además, pueden afectar al nivel intelectual del mismo.
En su irónico libro “El arte de amargarse la vida” Paul Watzlawick hace una magnífica reflexión al respecto:
«Si, por ejemplo, se impide a una minoría el acceso a ciertas fuentes de ingresos (pongamos, por caso, a la agricultura o a cualquier oficio manual), porque, en opinión de la mayoría, es gente holgazana, codiciosa o sobre todo «no integrada», entonces se les obliga a que se dediquen a ropavejeros, contrabandistas, prestamistas y otras ocupaciones parecidas, lo que, «naturalmente», confirma la opinión desdeñosa de la mayoría. Cuanto más señales de stop ponga la policía, más transgresores habrá del código de circulación, lo que «obliga» a poner más señales de stop. Cuanto más una nación se siente amenazada por la nación vecina, más aumentará su potencial bélico, y la nación vecina, a su vez, considerará urgente armarse más. Entonces el estallido de la guerra (que ya se espera) es sólo cuestión de tiempo. Cuanto más alta es la tasa de impuestos en un país, para compensar así los defraudes de los contribuyentes, que, naturalmente, ya se supone de antemano no van a ser sinceros, más ocasión se da a que también los ciudadanos honestos hagan trampa. Si un número suficiente de personas cree un pronóstico que dice que una mercancía determinada va a escasear o a aumentar de precio (tanto si «de hecho» es verdad como si no lo es), vendrán compras de acaparamiento, lo que hará que la mercancía escasee o aumente de precio. La profecía de un suceso lleva al suceso de la profecía. La única condición es que uno se profetice o deje profetizar y que luego lo considere un hecho con consistencia propia, independiente de uno mismo o inminente. De este modo se llega exactamente allí donde uno no quería llegar».
En el documental «El secreto de los siete sellos», se dice que alrededor del 60% de los estadounidenses cree que los hechos recogidos en el Libro del Apocalipsis sucederán en realidad. Ahora bien, esto es extremadamente peligroso, porque tales creencias pueden incitar a muchas personas a forzar (o a dejarse llevar por) una serie de acontecimientos que nos conduzcan a una guerra o un gran conflicto mundial: «Si creemos, por ejemplo, que habrá una guerra en el Medio Oriente y que Jesús va a regresar a salvar al mundo, entonces nuestro comportamiento podría verse afectado por esta creencia y podríamos permitir que esto ocurriera.»
Las palabras, en definitiva, pueden destruir de manera mucho más efectiva que las armas, sobre todo si están revestidas de religiosidad.
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Comentarios(1):
Felicitaciones por su articulo,que razon tiene.como padre me identifico al ser consciente de que muchas veces queremos hacer de nuestros hijos un reflejo de nosotros mismos o un reflejo de la gran autoestima que muchas veces tenemos de nosotros mismos.En el colegio o instituto mas de lo mismo,estan a espensas de unos profesores que la mas de las veces son menos que mediocres ,ceñidos a un plan de studios que tienen que dar de octubre a junio y sin mas pretensiones.Asi pues una asignatura gusta mas o menos segun el profesor que la dé.