En galeras
Los que ahora cargan con el mochuelo no son precisamente los que han especulado, hundido la bolsa, quebrado la banca, desplomado los mercados, construido aeropuertos sin aviones, estragado la Educación y la Sanidad, sino los remeros de las galeras.
Es conveniente refrescar la memoria de algunas personas recordando cómo todos los políticos que, durante estas últimas cuatro décadas, han saboreado las mieles del poder durante una veintena de años, se quejaban de que el anterior jefe de Estado preconstitucional estuvo gobernando durante cuarenta años, cuando ellos han querido hacer lo mismo con el agravante de la mentira partitocrática de unas elecciones aparentemente democráticas sin listas abiertas. Ninguno de ellos ha tenido la vergüenza de dimitir para dejar paso a generaciones con aires renovados. Países más desarrollados que el nuestro, hace tiempo han superado, con una ley electoral adecuada, la limitación de los mandatos de poder a ocho años. Nuestra clase política aún no ha superado el aldeanismo, mientras ha ejercido, y sigue ejerciendo, secundando la voz popular de quítate tú, que me pongo yo y cuanto más tiempo, mejor.
Los goznes crujen cada vez que el político de turno, desde tiempo inmemorial, en su infame mandato, se expresa anunciando a bombo y platillo en todas y cada una de las comparaciones posibles que: en Europa, por tal o cual producto, se paga más que en España, por eso vamos a igualarnos encareciéndolo, olvidándose convenientemente de que los sueldos españoles siempre han sido, y son, inferiores a los europeos por el mismo tipo de trabajo, lo que genera un agravio comparativo, incluso antes de entrar en la famosa economía del euro que, con la crisis, nos ha pillado con el paso cambiado, haciendo que el país se empobrezca y, sin haber conseguido elevar los salarios a un nivel superior, los han rebajado hasta conseguir que seamos ciudadanos de segunda, incluso de tercera, que ya lo éramos. Precios europeos pagados con jornales españoles.
Es una barbaridad estar costeando a tanto representante español, elegido partitocráticamente, cuando debería estar trabajando en una empresa para sacar a este país de la ruina. Sin embargo, no lo hace y cobra muy buen sueldo, muy buenas dietas, más de mil y una prebendas, olvidándose fácilmente de sus electores, de las promesas, dedicándose, en los diecisiete parlamentos autonómicos, en el congreso de los diputados, en el senado, en el europarlamento, a sestear, a crucigramear, a sudokear, a tabletear, a juguetear, a cadycrushear, a inasistir sin poder exigir una justificación como a cualquier trabajador, sacar leyes contrapuestas que a nadie, o a muy pocos, poquísimos, les va a servir, a la vez que sangran al Estado con sus incorregibles trámites, a la vez que más bien parecen un concierto de grillos legislando cual torre de Babel, por no haberse dado cuenta de que el Estado Autonómico no estaba más que en su pensamiento para amasar más poder.
La mala administración debe tener presente, en el día a día que, para empezar, el ciudadano no tiene culpa ni responsabilidad alguna de los resultados de su derroche, con los que se ha encontrado sin comerlo ni beberlo. Al reino de España le sobra más de la mitad de los políticos.
Los que ahora cargan con el mochuelo no son precisamente los que han especulado, hundido la bolsa, quebrado la banca, desplomado los mercados, construido aeropuertos sin aviones, estragado la Educación y la Sanidad, sino los remeros de las galeras.
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