El enigma de la doctrina Obama: un año de política exterior norteamericana (DT)
El 9 de octubre de 2009, el Comité Nobel noruego concedió su prestigioso Premio Nobel de la Paz al recientemente elegido presidente estadounidense Barack Obama. Las razones para la concesión del mismo fueron “sus esfuerzos extraordinarios para reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”, además de su visión y su trabajo por “un mundo sin armas nucleares”.
Parte de la prensa estadounidense e internacional se posicionó en contra de una concesión que consideró prematura, condicionante o errónea, máxime cuando los hechos no acompañaban tal reflexión, al incrementar el citado líder el presupuesto de defensa y planear una escalada en el conflicto de Afganistán.
De hecho, en el momento de recoger el citado premio, el presidente Obama lanzó un discurso en el que si bien rechazaba la contraposición idealismo-realismo por limitada, daba una definición –pese a reconocer el valor de las intervenciones humanitarias– de la guerra justa que recuerda indefectiblemente a la del autor comunitarista Michael Walzer. la guerra en defensa propia y como último recurso, de forma unilateral si fuese necesario, defendiendo rotundamente la existencia del mal en el mundo. Asimismo, reconoce que sus logros a la hora de obtener la paz son “pequeños” –como responsable de enviar a jóvenes americanos a una guerra como la de Afganistán–, elogia la política del presidente Nixon hacia China y sostiene la necesidad de la guerra –cuya existencia fundamenta, no en el cinismo, sino en la naturaleza imperfecta del hombre y en los límites de la razón– para “poder conseguir la paz que queremos” y, particularmente, para combatir el terrorismo islámico. Igualmente, pone como modelo de guerra justa dos conflictos muy concretos: el de Irak con George H.W. Bush y el de Afganistán, “una guerra que América no buscó”. Elogia el papel de los valores y de la libertad, pero se opone al uso de la fuerza para expandirlos –defendiendo que en algún caso podría aplicarse una defensa armada de los derechos humanos de poblaciones de países extranjeros–, si bien su política exterior no ha sido precisamente un ejemplo de ello en lugares tan distantes como China, Birmania e Irán. ¿Qué es lo que nos dice esto sobre Obama?
Independientemente de que consideremos justa o no tal concesión, por cuestión de méritos, de comparación con su predecesor en el cargo o por resultar condicionante para un estadista –cuyos objetivos van más allá de la paz universal o del amor entre los pueblos–, la citada polémica nos servirá para ahondar en la enigmática “doctrina Obama”. A un año de su elección como presidente, parece necesario indagar cual es la doctrina o el principal corpus teórico que guía su política exterior. Esta guía teórica fue relativamente clara en sus principales predecesores, pero no en el propio Obama, que no ha hecho públicas tales indicaciones. En este documento de trabajo trataremos de arrojar un poco de luz sobre un asunto con enorme interés como es éste.
La dimensión prescriptiva de las teorías de las relaciones internacionales y la doctrina en la política exterior norteamericana.
A diferencia de lo que sucede en otras disciplinas académicas, la Teoría de las Relaciones Internacionales se ha caracterizado por una serie de aspectos que, en palabras de ciertos teóricos, la han convertido en una suerte de área de conocimiento singular y diferenciada de otras disciplinas. Por un lado, se ha caracterizado por su división en paradigmas compuestos por diferentes teorías, a menudo muy distantes unas de otras y que han tendido a clasificarse como liberales o realistas; por el otro, por la importante dimensión prescriptiva y no solo descriptiva que ha tenido a efectos de guiar la acción exterior de un Estado en el ámbito internacional. Los diferentes paradigmas y guías teóricas que han venido sugiriendo cómo es el mundo, para facilitar la toma de decisiones del líder político –y conducirle al éxito- se han ido sucediendo en el tiempo.
En primer lugar destacaría el realismo político, que moldeó la política exterior norteamericana desde los años inmediatamente anteriores a la Guerra Fría y que se convertiría, probablemente, en el paradigma de mayor éxito en la disciplina. Esto fue, en buena medida, por su capacidad para aunar las dimensiones prescriptiva y descriptiva, además de por las agraciadas virtudes de prudencia y autorrestricción que acompañaban el enorme mérito –y capacidad de discernimiento– de su naturaleza amoral, como el único paradigma internacional que se caracteriza por la seriedad ética.
El segundo gran ejemplo, que pese a su mayor antigüedad, nos permite paradójicamente enlazar con tiempos más recientes; es el del idealismo wilsoniano. El segundo paradigma práctico de la política exterior norteamericana. Este idealismo wilsoniano está compuesto de dos elementos esenciales: su fe en la democracia como elemento revolucionario capaz de solucionar los problemas del mundo; y su fe en las instituciones y normas internacionales para condicionar el comportamiento de los Estados hacia la paz o hacia la guerra. Esta corriente encontraría un rápido acomodo con la denominada tesis de la paz democrática, que afirma que las democracias liberales nunca o casi nunca se hacen la guerra entre ellas. Esta teoría, de inspiración kantiana, originada por el filósofo Michel W. Doyle, pronto sería “completada” por las aportaciones de otros teóricos como Bruce Russett y Rudy Rummel, que preconizaron que expandir la democracia es una forma de fomentar la seguridad, la estabilidad y la prosperidad en el mundo.
La ruptura propiciada por el fin la Guerra Fría pronto provocaría el cambio de paradigma a seguir en política exterior. El realismo político quedó en un segundo plano y la paz democrática, combinada con la profunda tradición norteamericana del idealismo wilsoniano, tomó su lugar. Anthony Lake, consejero de Seguridad Nacional de Bill Clinton, expresó toda una estrategia tendente a exportar la democracia y la economía de mercado al resto del mundo. Consecuentemente, se aisló a aquellos Estados –débiles– que no compartiesen la forma de gobierno y los principios de Occidente, justificando el surgimiento de un nuevo unilateralismo norteamericano, frente a las políticas multilaterales desarrolladas por George H.W. Bush hasta el fiasco de Somalia. La paz democrática y el idealismo wilsoniano marcaron profundamente tanto el discurso como la acción práctica de EEUU en particular, y de Occidente en general, condicionando el establecimiento de protectorados internacionales en algunos de los lugares donde se produjeron las intervenciones más destacadas de la época.
La doctrina Clinton tendría como continuadora y sucesora directa, en una forma aún más mesiánica y exacerbada, a la doctrina Bush –que sumó además determinados aspectos calificados de Jacksonianos en el proceder independiente y en el uso de la fuerza–. Para aclarar conceptos, es necesario mencionar que en la Academia estadounidense, para identificar las diferentes corrientes de política exterior, se utiliza el nombre de un presidente americano histórico asociado a ellas. Así, los realistas que preconizan una política prudente basada en el interés nacional, tienden a ser denominados hamiltonianos. Los idealistas que pretenden hacer “el mundo seguro para la democracia” son denominados wilsonianos, los que apuestan por extender los valores estadounidenses mediante el ejemplo son llamados jeffersonianos y aquellos que apuestan por el uso independiente de la fuerza son calificados como jacksonianos.
La doctrina Bush, se concretaría claramente en la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional, en discursos del propio presidente Bush, como el Inaugural de su segundo mandato -donde propuso “acabar con la tiranía en nuestro mundo”– o en el de algunos de sus colaboradores. Esta política sería claramente una continuación radical de aquellas políticas puestas en marcha por su predecesor, también fundamentadas en el citado idealismo wilsoniano e incluso en un cierto unilateralismo como forma de actuar bajo criterios de oportunidad en política exterior.
En medio de las críticas, Bush finaliza su mandato. Frente a la continuación relativa –aunque probablemente más moderada– que hubiese supuesto la llegada del senador McCain al poder, el presidente Obama, a priori el más desconocido de los grandes candidatos de las primarias, triunfa en las elecciones acompañado de una aureola de cambio y de un enorme talento para la retórica. Sin embargo, y pese al transcurso del tiempo, Obama no ha anunciado ningún tipo de doctrina o de guía teórica a seguir en política exterior, a diferencia de sus antecesores. Desentrañar esta supuesta guía teórica mediante el análisis del discurso y de los hechos, es el objetivo del presente documento de trabajo.
El discurso político de la Administración Obama durante su primer año de mandato
Discurso inaugural
El día 20 de enero de 2009 en Washington –por la toma de posesión–, en un emotivo discurso el recién elegido presidente Barack Obama deleita a sus seguidores esperanzados con su bella retórica, que recoge algunos aspectos de interés en relación a su política exterior y que, por tanto, deben ser expuestos aquí. Obama reconoce en primer lugar que EEUU está en guerra “contra una red de odio y violencia de largo alcance”, refiriéndose naturalmente a al-Qaeda, en la misma forma que hizo el presidente Bush durante sus dos mandatos. Reconoce también en ese discurso la existencia de grandes desafíos que afrontar, en medio de una crisis económica devastadora que constituye una amenaza para el mundo en su conjunto. Asimismo, afirma que el consumo actual de fuentes de energía mayoritaria “fortalece a los enemigos de EEUU” y acentúa el miedo hacia el declive de la nación.
Después de dirigir una serie de emotivas frases a sus electores, el presidente Obama dice que “no es el momento de perseguir intereses estrechos ni de postergar decisiones”, pues corresponderían a un tiempo que ya había pasado. Muy al contrario, Obama defiende la necesidad de establecer controles y regulaciones en el mercado, si bien reconoce su papel positivo para “generar riqueza y expandir la libertad”, afirmación que lo acerca bastante a determinados discursos de la época Clinton, pronunciados en el mismo sentido. Consideraó además que “es falso tener que escoger entre nuestra seguridad y nuestros ideales”, haciendo referencia a que los padres fundadores no lo hicieron. Este es un tópico recurrente y un lugar común que aparece en diferentes discursos y obras de la clase política norteamericana en general, cuando se la pregunta sobre el tema.
Tras afirmar que “generaciones anteriores resistieron firmemente el fascismo y el comunismo, no solo con tanques y misiles, sino con alianzas sólidas y convicciones perdurables”, sostiene que el poder estadounidense “crece a través de su uso prudente, nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, el temple de nuestra humildad y moderación”. En este sentido, su discurso parece acentuar elementos prudentes de carácter hamiltoniano –o realista– sumados a aspectos ejemplarizantes jeffersonianos –también defendidos por destacados realistas como Kennan– como guía a seguir de cara al resto del mundo.
El presidente Obama mantiene en este discurso la necesidad de dejar en manos correctas Irak y de ganar la paz en Afganistán, de reducir la amenaza nuclear y de combatir el cambio climático al igual que en los discursos electorales. Asimismo, defiende la necesidad de combatir el terrorismo en el mundo de una forma decidida. Considera para ello necesaria una nueva relación con el mundo musulmán, basada en el entendimiento mutuo y la cooperación, advirtiendo a los autócratas de todo el mundo que su propio pueblo los juzgará por sus acciones. No obstante, también afirma que “extenderemos la mano, si están dispuestos a abrir el puño”, una frase que tendrá enormes consecuencias en el desarrollo de una política exterior mucho menos mesiánica e idealista que la de la Administración precedente y abriría la posibilidad de negociar con aquellos Estados autocráticos marginados durante la posguerra Fría, lo que le aparta de la política de George W. Bush.
Después de defender que no se debe ignorar a aquellas personas sin recursos que están sufriendo fuera de las fronteras, Obama lanza algunas exhortaciones retóricas de una enorme belleza, que le acreditan como uno de los mejores oradores de los últimos tiempos. Sin embargo, pronto tendría que determinar su posición de estadista y adoptar una posición política pragmática que deberá tener resultados y no solo ofrecer esperanzas a sus seguidores. El resto de discursos a analizar, consecuentemente, crecerán en pragmatismo y disminuirán en emotividad, como resultado de la evolución lógica de un estadista hacia posiciones de creciente pragmatismo que, no obstante, seguirán manteniendo algunos rasgos idealistas, tal y como veremos.
Discurso en la cumbre del G20 en Londres
Al finalizar la cumbre del G20 en Londres, Obama lanzó un nuevo discurso, caracterizado por un matiz pragmático que lo distanciaba notablemente de los emotivos discursos pronunciados previamente. Este sería uno de los primeros discursos donde el candidato apostaría claramente por una acción multilateral y concertada a efectos de solventar los problemas del mundo, en este caso, la famosa crisis financiera.
Precisamente en ese sentido, lo primero que hace Obama es reconocer los efectos devastadores que la citada crisis había supuesto para millones de personas a lo largo del mundo. Esa es la razón que justificaría aquella acción concertada de los líderes globales en la cumbre de Londres para poder afrontar el problema. Obama contrapone esta situación con la que se vivió durante la Crisis de 1929 y sostiene que precisamente este tipo de cooperación ha evitado que la situación se les fuese de las manos como ocurrió en aquella ocasión.
Frente a los problemas comunes, debía llevarse a cabo una acción multilateral por parte de los dirigentes reunidos en el G20, tendente a garantizar los negocios y el crédito de multinacionales y empresarios individuales. Remarca que el G20 triplica la capacidad de actuación en la economía mundial que tienen instituciones como el FMI, rechazando asimismo el proteccionismo como una solución a los problemas del momento. Obama defiende, además, la necesidad de establecer mayores y mejores regulaciones para el mercado financiero, teniendo en cuenta los fallos que han conducido a la actual crisis y ponga coto a las prácticas abusivas.
El instrumento esencial para tales objetivos sería el G20, a través del cual se debería cooperar para establecer los controles necesarios y, además, reformar y expandir organismos internacionales como el FMI o el BM. El presidente Obama defendió, además, ayudar a los más débiles y desfavorecidos y se comprometió a trabajar con el Congreso para aportar 448 millones de dólares a favor de esta causa y doblar el apoyo orientado a que la gente salga de la pobreza, alcanzando el billón de dólares de presupuesto para esta misión.
Tras agradecer a los demás líderes el supuesto éxito de una cumbre –que considera no ser suficiente para solventar los problemas, pero si necesaria como primer paso– habla de la necesidad de estabilizar y combatir el terrorismo en Afganistán y de responder de forma coordinada a las provocaciones de Corea del Norte –materializadas en el lanzamiento de misiles–. Obama finaliza su discurso defendiendo la necesidad de nuevas acciones multilaterales y coordinadas en un mundo interconectado. Debemos, no obstante, hacer alguna referencia a la rueda de prensa inmediatamente posterior al discurso.
En esta rueda de prensa respondería a preguntas de periodistas en relación a varios temas de interés. En una de ellas, donde es cuestionado por el liderazgo americano, pondría de manifiesto el resurgimiento del mismo con la organización y el éxito de la citada cumbre. Preguntado sobre el alcance del cumplimiento de los objetivos con los que acudía a la cumbre, Obama reconoce la existencia de intereses contrapuestos e irrenunciables para cada parte, pero que el solo hecho de reunir a líderes, algunos de ellos enemigos en el pasado, a una cumbre a efectos de discutir las medidas necesarias que eviten un riesgo sistémico; supone un paso sin precedentes.
Preguntado sobre su política exterior, Obama defiende un nuevo liderazgo, que la gran potencia que es EEUU debe asumir, sin avergonzarse, escuchando a los demás –tal y como recomendaba el profesor Nye, pero también Morgenthau– y predicando con el ejemplo, sin dictar a los demás la política que deben seguir. Defiende asimismo las acciones coordinadas para hacer frente a la guerra contra el terror, afirmando que las acciones de la Administración previa erosionaron el liderazgo de EEUU en el mundo, algo que habría que evitar en el futuro. Igualmente, considera necesario establecer una alianza constructiva con una China en ascenso y reconoce que, si bien él es el presidente de EEUU y le corresponde defender los intereses norteamericanos, hoy en día hay desafíos que no se pueden afrontar si no es de una forma coordinada en el ámbito internacional.
Obama apoya la necesidad de actuar a favor de los perdedores de la globalización, por mucho que considere que el mercado y la internacionalización de la economía fuesen positivas y que la cumbre no ha solucionado todos los problemas, pero es el primer paso para ello. Sostiene también la necesidad de discutir las soluciones y medidas para afrontar la crisis entre todos, por mucho que los primeros síntomas de la crisis se hubiesen detectado en Wall Street.
Discurso de Obama en Praga
El 5 de abril de 2009, Obama lanza su discurso europeo ante una multitud congregada en la ciudad de Praga para poder escucharle. Tras la conveniente lectura localista destinada al pueblo checo, donde ensalza la historia de la República Checa en su lucha contra el comunismo, Obama va a resaltar algunos de los aspectos que considera más importantes de su política internacional.
En primer lugar, Obama remarca los cambios operados en “un mundo cada vez, menos dividido, más interconectado”, frente a lo que sucedía 20 años antes. En este mundo nuevo, los grandes desafíos serían la proliferación de armas nucleares, la crisis económica y el cambio climático, desafíos a los que no se podría hacer frente de forma unida, sino mediante la cooperación, los valores compartidos y la capacidad para escuchar al otro. Es por ello que defiende la necesidad de fortalecer la cooperación entre las naciones. Asimismo, defiende nuevamente la necesidad de ayudar a los más desfavorecidos y para ello anuncia que ha apartado con ese fin 3.000 millones de dólares para el FMI, a principios de la misma semana.
Se muestra partidario en su discurso de la utilización de energías renovables, lo que permitirá combatir más eficientemente el cambio climático. En relación a la seguridad común, defiende el papel de la OTAN, haciendo referencia al aniversario de la misma, en cuya mesa se habrían tomado decisiones sin el concurso de gente como los checos, que estaba situada al otro lado del Telón de Acero, y afirma que EEUU no les dará la espalda. Obama defiende igualmente su papel en el conflicto de Afganistán y a la hora de combatir el terrorismo “demostrando que las naciones libres pueden hacer causa común en nombre de nuestra seguridad común”.
Es particularmente extensa la parte del discurso concentrada en la cuestión nuclear, que plantea como uno de sus principales objetivos en política internacional. Así, exponiendo los miedos que se habían desatado en el transcurso de la Guerra Fría sobre su uso, remarca los riesgos que suponen la proliferación de las mismas o su caída en el poder de organizaciones terroristas como al-Qaeda, a medida que la tecnología suficiente para crear una se propaga. No obstante, estos riesgos sobre la paz y la seguridad mundial, según Obama, no deberían hacer caer en el fatalismo –considerado una debilidad–, sino que se deben tomar las medidas para iniciar la lucha contra este fenómeno mediante cinco medidas –de las cuales solo anuncia numéricamente dos–. Por ello, apostaría:
Por un mundo sin armas nucleares. No obstante, hasta el momento en que estos riesgos hayan pasado, defiende que EEUU conserve un arsenal lo suficientemente fuerte para protegerse a ellos y a sus aliados. Defiende el proceso negociador iniciado con Rusia, pero mantiene la necesidad de que mientras Irán siga queriendo adquirir un arsenal nuclear, el proyecto de escudo antimisiles se mantendría –aunque no lo hará por mucho tiempo–.
Se muestra partidario de hacer reformas en el Tratado de No Proliferación Nuclear y de prohibir los ensayos, así como de establecer un mayor control de la difusión de la tecnología destinada a este fin. Asimismo, se deberían fortalecer las inspecciones, que permitiesen acceder a la energía de forma pacífica por países bienintencionados, pero se impidiese recabar un arsenal nuclear por aquellos que no lo fuesen.
En cualquier caso, sostiene que ese camino se seguirá sin ilusión, pues hay Estados como Irán y Corea del Norte, que no han demostrado su voluntad de cooperar. En este sentido, defiende que las normas sean vinculantes y que en el caso de que estos países no cooperen, la comunidad internacional debería establecer las correspondientes sanciones. “Las violaciones deben ser castigadas y las palabras deben significar algo”, dice Obama. Respecto a Irán, el presidente norteamericano apoya su derecho a acceder a la energía nuclear de forma pacífica, pero no a dotarse de un arma que provocaría “una posible carrera de armamentos nucleares en la región, que aumentará la inseguridad para todos”. Tras defender la necesidad de que al-Qaeda no pueda obtener el arma; Obama propone la celebración de una Cumbre sobre Seguridad Nuclear a celebrar en EEUU en el año 2010, objetivo que se mantiene hoy en día.
Discurso de Obama en El Cairo
El discurso de Obama en El Cairo de 4 de junio de 2009 es, sin duda, uno de los más importantes discursos pronunciados por el presidente norteamericano hasta el momento. El citado discurso fue interpretado como una forma de abrir una nueva etapa en las relaciones de Occidente y, concretamente, de EEUU con los Estados musulmanes. En esencia un discurso enormemente pragmático, que se compaginará nuevamente con algunos elementos liberales que muestra su voluntad de cambio en las relaciones de EEUU con esta zona geográfica.
Tras una serie de comentarios elogiosos con los que comenzaría su discurso hacia la propia ciudad de El Cairo, Obama realiza un rápido repaso histórico a las relaciones del islam con Occidente en el que alterna momentos de “coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas”. Obama critica la actitud ante el islam, tanto de los europeos durante el colonialismo como de los propios estadounidenses durante la Guerra Fría. Reconoce el avance del extremismo islámico y, además, considera que los “cambios arrolladores traídos por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a ver a Occidente como hostil hacia las tradiciones del islam”.
Considera que las relaciones no deben determinarse por las diferencias, porque se les hace el juego a aquellos que siembran el odio y promueven la guerra en vez de la cooperación y la paz y considera que, dado que tanto EEUU como los musulmanes comparten unos principios comunes de justicia, progreso, tolerancia y dignidad, su relación debe basarse en el “interés mutuo y el mutuo respeto”.
Obama, que dice haber ido allí para “buscar una nueva relación entre EEUU y los musulmanes del mundo”, reconoce que los cambios no podrán producirse de la noche a la mañana. A continuación resaltará su experiencia de vida en Indonesia y sus conocimientos históricos sobre el iIslam medieval acentuando el papel de los propios musulmanes en la comunidad estadounidense. Obama afirma que “como presidente de EEUU, su responsabilidad es luchar contra los estereotipos negativos del islam allí donde surjan”.
Pero igual que no los musulmanes no son como se les describe peyorativamente, Obama afirma que “América no es el imperio egoísta que pinta el crudo estereotipo que se hace de ella” y considera que EEUU Unidos es una de las mayores fuentes de progreso del planeta. Obama defenderá en su discurso determinados derechos como el de culto e incluso el derecho a llevar velo, que el gobierno estadounidense habría defendido incluso en los tribunales. Reconoce asimismo la “humanidad común” del islam y Occidente y afirma que el mundo actual es interdependiente y, por tanto, hay numerosos desafíos que son comunes y deben afrontarse. Llama a olvidar el pasado y a compartir el progreso.
Obama defiende el conflicto de Afganistán, como un “conflicto por necesidad” al que se acudió tras el 11 de septiembre. Afirma, además, que no desean mantener allí sus tropas, pero la presencia de extremistas violentos lo hace necesario. Considera que “el islam no es parte del problema de combatir el terrorismo violento, sino que es una importante parte en la promoción de la paz”. Considerando que el problema militar por sí solo no resolverá el problema, anuncia que EEUU invertirá 1.500 millones en Pakistán y 2.800 millones en Afganistán para su desarrollo y concesión de oportunidades a sus habitantes.
Frente a su defensa de Afganistán, Obama califica la guerra de Irak como una “guerra de elección”, que “ha recordado a EEUU la necesidad de utilizar la diplomacia y construir un consenso internacional para resolver nuestros problemas siempre que sea posible”. Además, parafrasea a Jefferson, al afirmar que “confío que nuestra sabiduría crezca con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos utilicemos nuestro poder, más grandes seremos”. A continuación afirma que EEUU no quiere nada de los iraquíes ni de sus recursos, que apoyará al Estado iraquí y defiende su decisión de retirar las tropas, de forma que hayan salido del país en su totalidad para 2012. Asimismo, defiende su decisión de cierre de la prisión de Guantánamo para el año siguiente.
El conflicto árabe-israelí será otra de las grandes referencias de su discurso. Tras acentuar los sufrimientos de palestinos e israelíes en el pasado, “dos pueblos con aspiraciones legítimas y ambos con una historia dolorosa que hace difícil el compromiso”. Considera que la única solución “es que las aspiraciones de ambas partes sean satisfechas a través de dos Estados, en los que tanto israelíes como palestinos vivan en paz y seguridad”. Defiende asimismo y a un mismo tiempo que los palestinos abandonen la violencia, porque a su juicio no contribuye a nada, y el fin del asentamiento de judíos en las tierras ocupadas, al que dice oponerse. Considera también que un objetivo central es el desarrollo y la mejora de las condiciones de vida de los palestinos.
En lo que respecta a la cuestión iraní, reconoce la existencia de una historia tumultuosa y el papel de EEUU en el derribo de un gobernante elegido democráticamente durante la Guerra Fría –Mosaddeq–. No obstante, considera que debe haber más diálogo y menos recuerdos del pasado y que cuando quiere evitar que Irán obtenga armas nucleares esto no solo atañe a los intereses norteamericanos sino que “se trata de evitar una carrera de armas nucleares en Oriente Próximo que podría precipitar a esta región y al mundo a un camino extremadamente peligroso”. Defiende su deseo de que las armas nucleares desaparezcan del mundo, si bien reconoce el derecho de cualquier nación al uso pacífico de la energía nuclear.
Uno de los elementos más interesantes del discurso de Obama son las referencias a la política de Bush de expansión de la democracia. Reconoce que “mucha de esta controversia está relacionada con la guerra de Irak” pero, siendo claro, afirma que “ninguna nación puede imponer o debe imponer a ninguna otra sistema de gobierno alguno”. Esta breve frase de Obama incorpora una ruptura esencial con la política exterior dirigida por las dos Administraciones que ocuparon los años centrales de la posguerra Fría: tanto la de Clinton como la de Bush, que defendieron tal política tendente a expandir la democracia liberal como forma de gobierno a efectos de lograr un mundo más seguro, pacífico, estable y próspero.
No obstante, Obama sí que defiende la idea de que todo pueblo aspira a una serie de valores universales como son la libertad, la confianza en el imperio de la ley y en la administración de justicia, la lucha contra la corrupción y la libertad de vivir como uno decida. Obama afirma –sin referirse a la democracia liberal como forma de gobierno– que los gobiernos que respetan estos derechos son más estables, tienen más éxito y son más seguros. Es de destacar, viendo lo anterior, que Obama, lejos de poder ser considerado contrario a la democracia con una visión superficial de las cosas, es un demócrata que la apoya, pero que no la impone o la expande mediante el uso de la coerción o la fuerza. Critica además la hipocresía de aquellos gobernantes que se dicen defensores de la democracia pero que no la respetan y reprimen a sus opositores cuando llegan al poder.
Obama defenderá también en su discurso la defensa de libertades y derechos como la religiosa, la igualdad entre hombres y mujeres, e incluso la globalización, de la que afirma que es posible ser compaginada con la identidad al igual que han hecho muchos pueblos de Asia, como Japón, Corea y la musulmana Indonesia. Se manifiesta en contra de cualquier percepción negativa e incluso defiende su apoyo a la “Alianza de Civilizaciones”, a favor del entendimiento entre los diferentes pueblos. Finalmente, defiende un mundo más idealizado, donde la convivencia entre israelíes y palestinos sea posible y donde se tenga “el valor de emprender un nuevo comienzo”.
Discurso de Obama en Tokio
El discurso de Obama en Tokio responde a un interés claro expresado por el propio presidente norteamericano: renovar el liderazgo norteamericano y perseguir una nueva asociación basada en los intereses y el respeto mutuos. Asimismo, establecerá como objetivo la renovación de la alianza norteamericana con Japón –puesta en cuestión por el ascenso al poder de un presidente como Hatoyama, que recogió en su programa electoral el fortalecimiento de relaciones con otras potencias vecinas como es China–.
El presidente norteamericano, evocando el pasado, recuerda que su infancia en la región de Asia-Pacífico marcó su visión del mundo y que en el pasado Japón ayudó a conformar lo que hoy es EEUU con sus emigrantes. Tras resaltar la gran cantidad de cambios sociales y políticos que se han producido en Asia, remarca los desafíos comunes tan mencionados en sus discursos: terrorismo, proliferación de armas de destrucción masiva y cambio climático. Para afrontarlos se necesitaría fortalecer las alianzas existentes. Por ello, Obama reconoce la existencia de un fuerte compromiso de EEUU con la seguridad de Asia. Tras estos comentarios, comienza un recorrido por algunas de las cuestiones más relevantes que afectarían a la región; la primera es el papel de China.
En relación a la misma, afirma que la percepción que existe en EEUU sobre China como potencia emergente no es un obstáculo para seguir políticas de cooperación; Obama sostiene que “las relaciones de poder en un mundo interconectado no tienen por qué ser juegos de suma cero, y que las naciones no deben temer el éxito de alguna otra”. Las esferas de cooperación y no las de competencia llevarán al progreso en Asia-Pacífico, según él, aunque defienda la existencia de una “cooperación pragmática” con China –con todo lo que eso significa–. Remarca que el fortalecimiento de China será bienvenido, porque ninguna nación puede afrontar los problemas del mundo por sí misma, y sostiene que China es una fuente de seguridad y estabilidad para el mundo y, por tanto, no debe ser contenida. Esto, sin embargo, no sería óbice para que EEUU defienda la existencia de valores y derechos universales e irrenunciables.
Respecto del ASEAN, el presidente norteamericano remarcará que la citada organización se ha convertido en una fuente de diálogo, seguridad y cooperación, resaltando su papel positivo. A continuación desgranará, como en otros de sus discursos, la existencia de esos desafíos universales que todas las naciones afrontan. El primero es el de la economía, en relación a la cual reclama los cambios necesarios, que eviten un crecimiento desequilibrado como el mantenido hasta este momento. Evitar las consecuencias que este crecimiento podría tener para todos constituye, por tanto, uno de sus principales objetivos.
Defiende la existencia de mayores regulaciones y cambios, como los producidos en la Cumbre del G20 en Pittsburgh, así como una estrategia de crecimiento económico fundamentada en las exportaciones, el incremento de la productividad y la apertura de los mercados, trabajando por un Acuerdo de Doha “ambicioso y equilibrado”. Es muy interesante la propuesta realizada en torno a la creación de una Asociación Transpacífica, con la meta de establecer un acuerdo regional en torno a una membresía amplia y los altos estándares de un acuerdo de comercio del siglo XXI.
Obama hace también una referencia directa a la cumbre de Copenhague –a la que pondría en peligro al poco tiempo por sus declaraciones en China–, defendiendo el establecimiento de medidas concretas contra el cambio climático –aunque luego las declaraciones de intenciones no se llevasen a la realidad–. Asimismo, expone los peligros de un mundo que siguiese en posesión de armas nucleares, defendiendo la reforma del Tratado de No Proliferación Nuclear ya expuesto en discursos anteriores. Pone a Japón de ejemplo en relación a lo que las armas nucleares pueden suponer para el mundo. Afirma que la obligación de las naciones que poseen armas nucleares es avanzar hacia la desnuclearización y, por eso, defiende las negociaciones con Rusia para reducir sus arsenales. Anuncia, además, que se expondrán medidas concretas para asegurar los componentes más vulnerables a la proliferación de la energía nuclear en la cumbre del año siguiente sobre el citado asunto.
En relación a esta cuestión, hace referencia a los problemas planteados tanto por Corea del Norte como por Irán. Sobre Corea del Norte, remarca las sanciones establecidas por el Consejo de Seguridad tras sus “provocaciones” y le da la oportunidad de negociar y mejorar, rompiendo su aislamiento si cumple responsablemente con sus obligaciones internacionales. Obama expresará su apoyo al avance de los ideales y valores universales del ser humano, como son los derechos humanos y la democracia, poniendo de ejemplo a Japón y mencionando a Birmania como uno de sus grandes incumplidores. Afirma que las sanciones sobre la Junta Militar Birmana continuarán hasta que haya reformas concretas y solicita la liberación de los prisioneros políticos –mencionando a la dirigente de la oposición al régimen, Aung San Suu Kyi– asegurando que si Birmania cambia, el camino de la prosperidad y la verdadera seguridad se habrá abierto.
Tras una serie de elogios a la nación japonesa y hacer referencia a la cooperación entre los pueblos que permitirá afrontar el futuro, Obama se proclama el primer presidente norteamericano de la región de Asia-Pacífico, en una muestra de exhibición auto-identitaria que no fue expresada antes –ni siquiera en África–, prometiendo reforzar los lazos con esa región del globo de cara al futuro.
Conclusiones en relación con los discursos
A la vista de los discursos expuestos, ¿qué es lo que se puede sacar en claro sobre la doctrina Obama? En primer lugar, es necesario destacar la cuestión de los modelos a seguir. Obama, tanto en su discurso como en otro tipo de documentos, sean estos libros o entrevistas,ha tomado como ejemplo a seguir a destacados políticos y autores realistas como Niebuhr, Kennan, Kennedy –en su dimensión práctica– y Truman. Entre ellos no está presente Wilson ni ninguno de los principales políticos wilsonianos, que defienden una retórica tendente a la expansión de la democracia liberal como forma de gobierno a efectos de solucionar los problemas del mundo.
La paz democrática, materializada en las referencias a que las democracias no se hacen la guerra entre ellas y no patrocinan el terrorismo, ha desaparecido casi por completo, salvo en discursos particularmente idealistas y propagandísticos, como el de Ghana, y ha sido excluido expresamente en otros más pragmáticos como el de El Cairo. Su ascendiente académico-político parece ser el de un realismo prudente y pragmático. Si bien es necesario tener en cuenta algunos elementos liberales en torno al poder inteligente de Nye o a un mundo “interconectado” de intereses mutuos, combinado con algunos aspectos cosmopolitas e incluso la “armonía” –en palabras de su propia secretaria de Estado y particularmente utilizado en el ámbito de las relaciones transatlánticas–.
En segundo lugar, destacan los principales objetivos a los que hace referencia Obama. En este sentido, resaltaría algunos desafíos transnacionales que el propio presidente ha convertido en bandera de su mandato: por ejemplo, la cuestión del cambio climático, que ha sido citada en prácticamente todos los discursos del presidente norteamericano. A esto se añade la amenaza de proliferación de armas nucleares, que el presidente ha decidido acotar, promoviendo incluso la reducción de los arsenales nucleares. Las regulaciones económicas que eviten una nueva crisis ha sido otro de los temas recurrentes del discurso del presidente, particularmente tras alguna de las reuniones más destacadas del G20 como las de Londres y Pittsburgh.
Frente a estos desafíos transnacionales, podemos encontrar otros de corte más pragmático, pero que han ocupado buena parte del tiempo real del presidente estadounidense. Entre ellos destacaría el de Afganistán y Pakistán, recientemente metidos en el mismo saco con el nombre de Af-Pak, que se interpreta como una “guerra de necesidad” por la seguridad internacional, frente al conflicto de Irak –una guerra de “elección” a la que se opuso desde un principio y que relaciona con el ímpetu de expandir la democracia por el globo de la Administración Bush–. A esto se le añaden los conflictos que le enfrentan a algunas de las principales autocracias del mundo, como son Corea del Norte, Irán, Rusia, Sudán, Birmania y China. Respecto de éstas, la táctica recogida en los discursos es la de la negociación. Tal y como dijo en su discurso inaugural, “extenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño”, frase enormemente explicativa de su política hacia ellas. Predicar con el ejemplo y no imponer los valores propios, tal y como afirmaban Jefferson y Kennan, parece ser la vía por la que ha optado el citado presidente.
Uno de los aspectos más interesantes, es el de la apuesta de Obama por el multilateralismo, como forma de actuar en política exterior de manera concertada. Probablemente Obama sea el presidente que más énfasis ha puesto en tal aspecto desde George H.W. Bush. Esta preferencia no es ocultada precisamente por el propio Obama, que menciona tal predisposición en la totalidad de sus discursos –e incluso su admiración por el citado presidente–. Sus referencias de carácter autoidentitario como la realizada en su discurso de Tokio, calificándose a sí mismo como “el primer presidente norteamericano del Pacífico” podrían también impulsar una política exterior en este sentido. Con todo, es necesario analizar hasta qué punto estas declaraciones se han materializado en la política exterior práctica del presidente Obama, para llegar a alguna conclusión factible sobre su doctrina o guía en la política exterior. Para ello expondremos brevemente algunos de los principales objetivos planteados por el mismo de cara al futuro.
La dimensión práctica de la política exterior del presidente Obama en su primer año
La relación con los Estados autocráticos
Uno de los aspectos donde Obama parece haberse distanciado más de la Administración Bush en su política exterior es en la relación con los Estados autocráticos y, particularmente, con aquellos Estados considerados parias o marginales, que fueron aislados durante la posguerra Fría. Algunos de ellos, como Corea del Norte e Irán, han planteado importantes desafíos tanto para EEUU como para la Comunidad Internacional en lo que respecta al desarrollo de sus planes nucleares. Otros Estados autocráticos o semidemocráticos, que por razones de poder y tradición histórica han permanecido en el centro de la escena internacional –como es el caso de Rusia y China–, también han mejorado sus relaciones con EEUU.
El cambio de actitud de la Administración Obama era ya patente desde el discurso inaugural de su mandato, cuando afirmó que “extenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño”, toda una declaración de intenciones que muy pronto se pondría en práctica.
Tal y como vimos en su discurso de Tokio, Obama tiene un vínculo reconocido con Asia-Pacífico, así como una relación emocional relativamente fuerte con Indonesia, país en el que transcurrió su infancia. Estos vínculos podrían ayudar a entender que “el presidente menos europeo” de cuantos haya habido en la Casa Blanca, recibiese al primer ministro japonés como la primera visita de un líder extranjero o que el primer viaje al exterior de la secretaria de Estado fuese precisamente a Asia.
Ese viaje, aparte de interesantes discursos y buenas intenciones, tuvo un elemento diferenciador que le separa de otros viajes de altos cargos de las Administraciones de Clinton y Bush hijo: la exclusión de la agenda de los derechos humanos y de la democracia. Algo real, por mucho que la secretaria de Estado siga defendiendo el arcaico discurso –ya presente en destacados miembros de la Administración Clinton durante los ocho años de gobierno que duró– que plantea la supuesta falsedad de la afirmación que sostiene que “nosotros debemos optar por defender o los derechos humanos o los intereses nacionales”. Su defensa del pragmatismo, tal y como demostró en recientes viajes a Egipto y Turquía, es la mejor prueba de ello. El discurso de la Administración Obama parece, más que el desarrollo de una estrategia, una declaración de intenciones que en la práctica no siempre se cumple.
De hecho, la agenda de la secretaria de Estado en el citado viaje fue enormemente pragmática y se materializó en una serie de conversaciones sobre cuestiones militares y, sobre todo, económicas, soslayando las habituales recomendaciones en relación al respeto de los derechos fundamentales que los líderes americanos han realizado tradicionalmente a regímenes como el de China. Estas autocracias, soliviantadas tras 16 años de política idealista insostenible, asentada sobre el idealismo wilsoniano, la paz democrática y el cambio de régimen por la fuerza, se habían opuesto de forma creciente a la política exterior estadounidense, tanto en su comportamiento –apoyando a una serie de regímenes autocráticos o híbridos que fueron creciendo en número en determinadas zonas geográficas como Latinoamérica– como en su discurso.
Este viaje tuvo, pues, un marcado cariz económico y geopolítico, que liquidó en buena medida las políticas idealistas hacia la región que apoyaban las anteriores Administraciones. Fue, en cierto sentido, un viaje de apaciguamiento y concordia, como parecen indicar las declaraciones de la secretaria de Estado sobre la supuesta –e inexistente– “armonía”. La posterior reunión de la secretaria de Estado con Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso, no hizo sino confirmar tales planteamientos. Esta inicial actitud pareció confirmarse, asimismo, en posteriores eventos.
La Administración Obama ha pasado durante este año por, al menos, tres crisis de relativa importancia para algunas de las autocracias más relevantes del momento. La primera fue la crisis uigur en China. La segunda, la crisis de Irán y el enfrentamiento del régimen con la oposición. La tercera es la crisis de Honduras. De estos tres supuestos, la actitud estadounidense es menos sorprendente en el primer caso, dada la necesidad de mantener buenas relaciones con el principal acreedor de EEUU en el mundo, las relaciones de poder existentes que hacen imposible o irracional cualquier tipo de intervención en una autocracia de tales características o los propios intereses económicos de EEUU en el país.
La crisis de julio de 2009 y el alzamiento uigur en Xinjiang –región en la que persisten enormes tensiones étnicas, discriminaciones y desigualdades– nos llevó, de hecho, a un escenario conocido en el que las vulneraciones de derechos son despachadas por los gobernantes occidentales con una mera serie de declaraciones retóricas y escasos hechos prácticos. Fue algo que ya se vio en supuestos como el del Tíbet y Chechenia.
Con todo, parece completamente irracional o ilógico haber actuado de otra manera. La prudencia y la autorrestricción deben primar sobre otras consideraciones más idealistas, como la protección de los derechos humanos de determinadas minorías, ante los riesgos de provocar un conflicto sistémico de nefastas consecuencias o de poner en peligro intereses vitales para una nación. Sin embargo, se podría decir que la templada reacción estadounidense a las vulneraciones de derechos no prueban nada, porque se han convertido en la norma de comportamiento habitual de Occidente, incluso bajo el idealismo filosófico wilsoniano dominante de la posguerra Fría, hacia las autocracias más poderosas. Es la actitud de prudencia que tan bien supo recomendar Michael W. Doyle en su famoso artículo sobre la paz democrática y que, desafortunadamente, ha sido tan escasamente escuchada tanto en la Academia como en círculos políticos.
Cuestión diferente es el caso de la crisis iraní y de la hondureña. El alzamiento de parte del pueblo iraní –particularmente de la población urbana–, decepcionada por el resultado oficial de las urnas en las elecciones del 12 de junio y la supuesta derrota del candidato Musavi ante Ahmadineyad, que atribuyeron a un fraude de enormes proporciones, cuestionó la propia legitimidad del régimen teocrático con ataques no solo al presidente Ahmadineyad sino al propio Ali Jamenei, líder de la República Islámica. De hecho, la denuncia de torturas en las cárceles iraníes y la represión de las fuerzas gubernamentales se han convertido en cuestiones recurrentes, desde ese momento, en los medios internacionales, pero también el cuestionamiento de la legitimidad del régimen por una parte de la población afecta a los reformistas.
Las calificaciones de dictadura que se escucharon a hombres y mujeres de distintas edades, a lo largo y ancho del país, no tenían precedentes y parecían una ocasión de oro para poder haber actuado y provocado un cambio de régimen al estilo wilsoniano o, al menos, haber establecido las correspondientes sanciones como consecuencia de las vulneraciones masivas de derechos de la población que se producían en aquellos momentos. Lo cierto es que nada de eso sucedió.
En realidad, la relación que EEUU mantiene con Irán es mucho más compleja de lo que aparenta, y el presidente norteamericano pareció, desde un principio, estar más interesado en unas negociaciones nucleares con la República Islámica que evitasen una escalada armamentística en una región geopolíticamente inestable, tal y como ha afirmado en algunos de sus discursos como el de El Cairo.
De hecho, los intentos de negociación con Irán han sido constantes, desde la sorprendente felicitación del año nuevo iraní hasta la tibieza con la que acogió inicialmente su Administración las citadas vulneraciones, para posteriormente “condenarlas enérgicamente” y decir que no negociaría con el gobierno iraní–en parte por las críticas y la indignación de la opinión pública– y luego olvidarse de sus palabras y volver a la mesa de negociaciones y al palo y la zanahoria; estrategia que todavía continua.En cualquier caso y al recomendar al gobierno iraní que gobierne mediante el consenso y no la fuerza, parece hacer realidad el espíritu de una política realista de promoción de la democracia mediante el ejemplo, claramente inspirada por autores como Kennan.
Incluso se había llegado a comentar por parte del propio presidente Obama que la victoria de Musavi –probablemente con razón– no hubiese cambiado nada, al ser muy parecido a Ahmadineyad, y se ofreció negociar con aquel al que se atribuyese la victoria definitiva. La reacción, pues, fue nuevamente templada y dominada por un principio acertado de prudencia, que prefirió no arriesgar las relaciones estadounidenses con Irán, desestabilizando la región y poniendo en peligro el necesario apoyo iraní para las transiciones y conflictos que se desarrollan en Irak y Afganistán, así como su participación en las negociaciones sobre el desarrollo de la energía nuclear.
La mano siguió tendida pese a la indignación y críticas de algunos periodistas y destacados políticos como el senador McCain, principalmente neoconservadores, que defienden la paz democrática como guía de la política exterior estadounidense. Existe, pues, quien sigue apoyando la realización de una política exterior moralista pese a los acontecimientos de los últimos años. Otro acontecimiento que indicaría el fuerte cambio doctrinal mantenido por la Administración Obama en este aspecto fue el de la crisis de Honduras.
La expulsión de territorio hondureño del presidente Zelaya por parte del ejército y su sustitución por Micheletti, en un momento en el que preparaba una cuestionable reforma constitucional para perpetuarse en el poder, provocó un nuevo conflicto que produjo como consecuencia la división de Latinoamérica en dos bandos. Por un lado, aquellas autocracias y democracias electorales que tienden a ser agrupadas en el eje bolivariano junto a algunas potencias regionales como Brasil y Argentina, y, por el otro, los aliados más cercanos a EEUU en la región, como Perú y Colombia. Los primeros han apoyado decididamente el retorno del presidente Zelaya –al menos antes de las recientes elecciones– y los segundos su exilio y reconocimiento del resultado de las elecciones del 29 de noviembre.
Lo interesante en este caso es que a través de la actitud de EEUU se puede comprobar el grado de apoyo real a la democracia por parte de la nación estadounidense. No es posible negar que estamos ante un caso polémico, donde la Corte Suprema de Justicia hondureña se pronunció a favor del exilio y en contra de la reforma constitucional que quería desarrollar el presidente Zelaya para perpetuarse en el poder –al igual que el resto de poderes del Estado– con lo que existiría un entorno jurídico interno ambiguo y un cierto choque de legitimidades. A esto se añaden los efectos nefastos de la prolongación de mandatos en el caso venezolano. Sin embargo, para bien o para mal, él era el presidente electo y el no haber seguido los cauces legales para su destitución parece haber sido un factor que podría tenerse en cuenta.
A esto se suma la existencia de un precedente muy cercano en la región: el caso de Haití de principios de los 90. En aquel momento la Administración Clinton impuso, mediante la utilización de un poder duro poco disimulado, la restitución del presidente Aristide y el exilio del general Cédras –convertido en presidente tras el golpe de estado contra el primero–. Si ambas situaciones son puestas ante el espejo, es bastante evidente que los giros bruscos y la indecisión de una Administración Obama que parecía no saber si poner o quitar sanciones, alinearse con la posición de Chávez y sus aliados, o bien, con aquellos que habían decidido reconocer al gobierno de facto, tiene poco que ver con la desarrollada por la Administración Clinton. El apoyo al presidente Zelaya siempre fue vacilante, siendo posible que en esta actitud influyese la percepción de que los intereses estadounidenses no estarían mejor protegidos con un Estado que engrosase las filas del eje bolivariano, con todo lo que ello significa –tal y como pusieron de manifiesto varios congresistas republicanos–.
Además, no deja de ser llamativo que la actitud positiva del presidente Obama hacia Chávez y sus aliados, observada durante la llamada Cumbre de las Américas, y en los intentos de mejorar sus relaciones con estos Estados del hemisferio Occidental–que incluía la suavización de las sanciones a la autocracia cubana–no parece haber hecho mella en ellos. El eje bolivariano, obcecándose en su retórica e ideología antiamericana–al igual que ha ocurrido con el caso de Irán–, no parece estar dispuesto a promover cambio alguno o, por usar las palabras del presidente estadounidense, a abrir el puño y coger la mano que se les extiende.
El asunto y las negociaciones mantenidas por Zelaya, con el apoyo de Estados como Brasil, que lo llegó a acoger en su propia embajada –quizá por el deseo de constituirse en la gran potencia regional, frente un ambiguo EEUU y a una España “equidistante”, que se mantiene en segundo plano– al final han desembocado en unas elecciones en las que salió vencedor el candidato Lobo, que ha sido acogido como el legítimo presidente por varios países, con EEUU a la cabeza –reconociendo, por tanto, la legitimidad de las elecciones hondureñas y sancionando el éxito de la estrategia de Micheletti–.¿Ha sido la democracia la vencedora de la citada crisis? Como mínimo, surgen dudas razonables.
Pero el asunto no acaba aquí. Aparte de estas tres grandes crisis existentes en este año de política exterior estadounidense, la Administración Obama ha tratado de desarrollar nuevas negociaciones con diferentes Estados autocráticos, muchos de ellos parias o marginales, que van más allá de los tres descritos. Los ejemplos no son escasos: Corea del Norte, Birmania, Rusia, Sudán, Venezuela y otros conforman una larga lista de Estados autocráticos que han sido invitados de una forma u otra a entablar negociaciones con la Administración Obama.
Uno de los casos más interesantes y llamativos es el de Corea del Norte. Al igual que sucede con Irán, Corea del Norte parecía no cesar en sus provocaciones a la comunidad internacional y a algunos de sus vecinos mediante el lanzamiento de misiles, que repetía cada cierto tiempo.En cierto sentido, la mayoría de los analistas considera que el citado lanzamiento no supone una voluntad real de guerra, sino de presión sobre las potencias encargadas de discutir las negociaciones en torno a su desarme nuclear y de incrementar las concesiones que tal política lleva aparejadas, con todo lo que suponen para la supervivencia y prestigio interno de un régimen norcoreano enfrentado a una sucesión incierta.El cambio de régimen como opción quedó, de esta forma, suprimido.
El caso de Rusia y la renuncia al proyecto de escudo antimisiles que se planeaba instalar en Polonia y la República Checa es otro de los ejemplos más destacados. Las motivaciones de la Administración Obama, sin embargo, no son simplemente las de mandar un mensaje conciliador a un Kremlin soliviantado y confrontado con media Europa, tras el conflicto del gas y la Guerra de Osetia del Sur, algo que por supuesto también debe tenerse en cuenta. En cierto sentido, la renuncia a tal proyecto supone la aceptación adicional de que constituía un proyecto excesivamente caro, gravoso y escasamente eficiente para la supuesta finalidad a la que se había destinado.
Rusia saludó la política de distensión que Obama le ofrecía, mostrándose dispuesta a negociar un acuerdo de desarme nuclear con EEUU y favorecer sus intereses en negociaciones delicadas como las de Irán y Corea del Norte,pero provocó fricciones con los Estados democráticos de Europa Oriental.En cualquier caso, la negociación del escudo antimisiles puede ser considerada todo un acierto por parte de la Administración Obama, que permitió favorecer los intereses estadounidenses en los citados procesos de negociación y contar con el apoyo de Rusia para otros casos en el futuro.
Las propuestas de negociación de la Administración Obama a Estados tan polémicos como Sudán y Birmania –y quizá también la mayor tendencia hacia la prudencia que hasta el momento ha mostrado a la democrática Israel en el conflicto de Oriente Próximo– son poderosamente llamativas, pero responden a una guía teórica y práctica que
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