El ciberfetichismo y la neoanalfabetización
La reciente encuesta realizada por el Centro de Investigación Sociológica (CIS), sobre los hábitos de lectura de los españoles describe una preocupante situación sobre la radiografía actual pero, todavía más, sobre el futuro de la cultura de este país: el 35% de los encuestados no lee “casi nunca” o directamente “nunca”; otro 35% lo hace alguna vez al trimestre; y el 30% restante lee todos o casi todos los días....
Sólo la dosis hace el veneno (Paracelso)
La reciente encuesta realizada por el Centro de Investigación Sociológica (CIS), sobre los hábitos de lectura de los españoles describe una preocupante situación sobre la radiografía actual pero, todavía más, sobre el futuro de la cultura de este país: el 35% de los encuestados no lee “casi nunca” o directamente “nunca”; otro 35% lo hace alguna vez al trimestre; y el 30% restante lee todos o casi todos los días con el papel como soporte preferente tanto en libros como en periódicos, frente al E-book o las ediciones digitales que ocupan ya un porcentaje en torno al 20% en el primer caso, y al 30% en el de la prensa.
Hay, sin embargo, dos datos añadidos que agravan aún más la situación: uno, comparativo, con el resto de los países más avanzados de la U.E. donde la lectura es habitual para el 70% de la población; y otro, menos visible, en los índices mucho más desoladores sobre la práctica escrita –aún en términos elementales– y la expresión oral donde la pobreza de vocabulario, las limitaciones conceptuales, el abuso de las jergas o la falta de consistencia y continuidad en el lenguaje hablado se manifiestan con demasiada frecuencia.
Este atraso evidente respecto a los países occidentales son causa y efecto a la vez de las grandes lagunas que han venido padeciendo ,los sistemas educativos en España donde la extensión de la enseñanza obligatoria y gratuita, al menos en los niveles de Primaria y Secundaria –y en los niveles universitarios, el recorta y pega, los refritos, las intertextualidades, los fusilamientos literales..., son cada vez más habituales– , ha llegado siempre tarde o se ha visto desbordada por la preponderancia de unos lenguajes audiovisuales o digitales –que siguen sin formar parte como asignaturas específicas– donde se fomenta la pasividad y resultan mucho más fáciles y seductores para quienes apenas necesitan esfuerzo añadido alguno –más que oir, ver o manejar un teclado convirtiéndoles en auténticos analfabetos funcionales a pesar del teórico dominio que puedan haber alcanzado en la lecura y la escritura––, les evitan una mínima disciplina intelectual y les alejan de cualquier compromiso y originalidad en la construcción, análisis, reflexión, interpretación o contextualización sobre la realidad.
Sin embargo, la relativa convivencia y compatibilidad de la Galaxia Mac Luhan con sus despliegues radiofónicos, televisivos, cinematográficos o videográficos–aún cuando haya abierto el camino a una sociedad del entretenimiento y del espectáculo sin haberse educado la mirada con la que ver sus significados más profundos y acentuando la pasividad de los espectadores u oyentes– con la Galaxia Gutenberg y el libro como principal instrumento de aprendizaje y conocimiento donde el lector es siempre un protagonista activo, está resintiéndose del uso indiscriminado de las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento donde la utilización exclusiva y excluyente de la RED, las relaciones virtuales, la automatización, las respuestas estandarizadas, la supuesta sabiduría de los algoritmos o una pretendida ética industrial de la velocidad y de la eficiencia –que, en el fondo, es pura instantaneidad, pensamiento fulminante, obediencia ciega y productividad superlativa sin adecuarlo a la función de consulta inmediata o complementaria, de guía coyuntural o de transmisión contrastada de mensajes e informaciones–, neutralizan nuestros procesos cognitivos básicos, restan nuestra capacidad de razonamiento y autonomía, paralizan el espíritu crítico y creativo ante el azar o irrupciones e interferencias imprevistas en los programas gobernados por el hardware y el software, e impiden la concentración, contemplación o meditación serenas –y las artes, por ejemplo, ya están sufriendo sus consecuencias al rendirse a la acción, la sorpresa, los trending topic, las epidemias virales, el comercio, la manipulación emocional, el tremendismo..., y anular cualquier otra consideración–, sobre las aportaciones y la trascendencia de las obras e informaciones que podamos protagonizar o recibir.
No hay, pues, una recreación nostálgica del libro convencional y una demonización de las nuevas tecnologías: Lo que se pretende –y no es casual que sea en los EE.UU donde indígenas digitales están debatiendo ya sobre las ventajas e inconvenientes, o las fortalezas y las debilidades de esta revolución tecnológica– es dejar constancia, con casi cuatro década de investigaciones sociológicas, científicas y neuronales, del lastre en muchos aspectos que está dejando este abuso –que se envuelve, para más ironía, en un artificio de modas o nuevas formas de epatar y afirmar patologías identitarias con followers, whatshApps, instagrams, twits, selfies, youtube, facebook, Googles y Wikipedias, nubes y espejismos interactivos..., como principio y fin de todas las cosas– de lo que sólo es un sistema instrumental –el de las redes, la globalización, la cantidad de información, la automatización, los algoritmos o la inmensidad de los archivos....– cuya dosificación se hace imprescindible para neutralizar el veneno de la superficialidad, la dispersión, la trivalización comunicativa, la despersonalización, el síndrome de las ventanas, la intoxicación o la indigestión de las ocurrencias y distracciones –o de la propaganda y el lavado de cerebros– con los que, bajo la falsa apariencia de la libertad irrestricta, de la autogestión o de la impunidad del anonimato, nos dejan pasar el tiempo mientras nos distraen, nos entretienen, y nos divierten sin descanso. O como nos advierte César Rendueles en Sociofobia –y esto es más peligroso todavía– el uso estúpido e indiscriminado de las nuevas tecnologías contribuye al triunfo del ciberfetichismo donde fracasa estrepitosamente la utopía de la libertad individual y la calidad comunitaria; camufla, en su sobreabundancia, la fragilidad de los vínculos sociales que genera; y engaña y atrapa a los “expertos” navegadores de las redes al ocultar los obstáculos –la mercantilización y la desigualdad– para la liberación social.
Reivindicar, entonces, el libro impreso –y con él el cultivo de la escritura y la expresión oral– no es renegar de los avances de la microelectrónica, los chips, la computarización o la cibernética: Es reivindicar su necesaria e imprescindible compatibilidad por su soporte estático – y podríamos añadir por su formato y manejo, por su composición y autonomía, y hasta por su textura y diseño–, por su llamada al silencio y la soledad, por su sencillez y reducido coste –frente a las trampas del gratis total incluido el derroche energético de las nuevas tecnologías–, y porque favorece la comprensión lectora, sostiene la atención y el seguimiento necesarios para discernir y contrastar las informaciones o contenidos, garantiza y estimula el entendimiento de pensamientos y textos complejos, y ayuda a contrarrestar esta oleada de neoanalfabetismo que se agota con 147 caracteres y la búsqueda obsesiva de titulares y anuncios-estrella; que encuentra cada vez mayores dificultades en rellenar un impreso, mantener una conversación coherente – y deberíamos definir con más cuidado el término “social” de las redes o la significación “virtual” de las relaciones que establecen– o realizar un examen o entrevista que vaya más allá de un test, de un interrogatorio policial o del didactismo más estéril; y que refuerza, día a día, las audiencias y vocabularios de Tele5, El Gran Hermano o Sálvame –y las cumbres retóricas de Belen Esteban y Jorge Javier–, los botellones, las canciones de los Triunfitos y otros descubrimientos semánticos de las nuevas maneras de desinformación, alienación, incomunicación y desconocimiento que nos están imponiendo.
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