BLAS PASCAL. Por Juan Goti Ordeñana Catedrático de la Universidad de Valladolid
Pascal no parte para el encuentro con Dios de la certeza matemática clara y distinta de la razón, sino de la certeza intuitiva del corazón sintiente. Por lo que le resulta claro que el hombre conoce a Dios por el corazón: «Es el corazón quien siente a Dios y no la razón. Esto es pues, la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón» (Pensée, 278)
Con motivo del cuarto centenario del nacimiento de Blas Pascal, el 16 de junio de 1623, el papa Francisco ha publicado una Carta apostólica, titulada «Sublimitas et miseria hominis» (sublimidad y miseria del hombre), con el que ha querido rehabilitar un personaje histórico, que se singularizó, como polemista, en aquellos momentos del moralismo jesuítico del siglo XVII, por lo que fue censurado.
Nació en la ciudad francesa de Clemónt-Ferrant, su vida fue breve, 39 años, pero anduvo siempre en una lucha entre el «hombre matemático» de las ciencias exactas y el «hombre religioso» de la fe cristiana. Precisamente, por esa su existencia contradictoria, Pascal ha venido a ser más que Descartes, su contemporáneo, el prototipo del hombre moderno, al preguntarse por los principios de la razón y del ser de la persona humana. Su doctrina poco conocida por el vulgo, ha sido, sin embargo, de gran influencia en filósofos como Leibniz, Nietzsche, David Hume y muchos otros. Por lo que es interesante reparar la lucha que se desarrolló en un momento crítico, de aquella Francia del siglo XVII, para la evolución del pensamiento moderno. Cuando dos autores Pascal y Descartes determinaron la forma de pensar en el futuro.
Se encuentran en el siglo XVII, gran siglo francés, estas dos figuras con inquietudes que marcaron las orientaciones científicas que se seguirían en el futuro, con grandes semejanzas y diferencias. Pascal es un genial matemático, físico, ingeniero, al mismo tiempo que hombre de mundo, literato y pensador, y dispone, además, de extraordinarias dotes de análisis y discernimiento que le hacen más evidente, gracias a la facilidad de expresión que tiene. Al mismo tiempo, igual que Descartes, siente desprecio por la Escolástica, y se sitúa en un frente apologético contra los libertinos, librepensadores y ateos. En fin, rastrea con fino olfato los problemas humanos, y acaba hallando con el fundamento último de la existencia humana.
Descartes, por su parte, va a ser el hombre del método. Formado en una «Colegio menor» de los Jesuitas, donde asumió los estudios humanísticos sistemáticos, y aprendió el sistema del método, y como metódico siguió toda la vida. Su discurso mantiene el mismo ritmo, guardando un equilibrio entre el esfuerzo corporal y espiritual, y su investigación discurre paso a paso según el método de su sistema. Pascal, por el contrario, educado por su padre es el hombre de la pasión y de una experiencia singular y profunda, con la que ahonda en la vida.
Ambos van a interpretar la vida con distintos criterios, Descartes dominado por la razón, con la fórmula del ?pienso luego existo?, creará una lógica subjetiva, que abre el paso al subjetivismo filosófico posterior. Pascal frente al racionalismo de Descarte afirma el valor del sentimiento, no de la sensiblería, y lo contrapone a la razón, haciéndola centro espiritual de la persona, su más íntimo centro de actividad, de donde arrancan las relaciones entre las personas, y reconoce, como gran matemático, que: «Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón» (Pens. 282). Por el corazón conoceos los primeros principios: que hay espacio, tiempo, movimiento, números etc. y si la razón no las puede probar los ha de dar por supuestos, de modo que «es menester que la razón se apoye sobre estos conocimientos del corazón y del instinto y que fundamente en ellos su discurso» (Ibid.)
Descartes en su razonamiento asciende a la afirmación de Dios. Argumento que Kant califica de ontológico, pues supone que todo lo que nosotros reconocemos clara y distintamente pertenece a la verdadera naturaleza de las cosas. Y como de Dios tenemos una idea clara y distinta de un ser perfectísimo, y que esa perfección comprende la existencia, mostrada la existencia de Dios, procede a afirmar la existencia de las cosas materiales del mundo exterior. Porque si Dios es veraz y bueno, el hombre está seguro de él y de las cosas que le rodean.
Por el contrario, Pascal no parte para el encuentro con Dios de la certeza matemática clara y distinta de la razón, sino de la certeza intuitiva del corazón sintiente. Por lo que le resulta claro que el hombre conoce a Dios por el corazón: «Es el corazón quien siente a Dios y no la razón. Esto es pues, la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón» (Pensée, 278). No es que descalifique la razón, pero considera que «el último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan» (Pens. 267), de modo que estima que se necesita utilizar ambas facultades: «Sumisión y uso de la razón: en eso consiste el verdadero cristianismo» (Pen. 269). Desde ese punto interesa a Pascal el Dios cristiano no el Dios abstracto y lejano de los filósofos y de los sabios. No le gustó el Dios de Descartes por lo que dice: «No puedo perdonárselo a Descartes: le habría gustado prescindir de Dios en toda su filosofía; pero no puedo porque lo necesitaba para que diera al mundo un empujón que lo pusiera en movimiento; hecho esto no necesita a Dios para nada» (Pens. 527).
El pensamiento de Pascal tiene mayor vigencia en estos momentos, cuando el sentimiento está superando al razonamiento. El lunes 23 de noviembre de 1654, «a partir de las diez y media de la noche» tuvo un descubrimiento que calificó de «ciencia admirable», para juzgar según la lógica de entendimiento. A este hecho lo calificó con mayúsculas «FUEGO», ahí en donde Pascal encontró el fundamento último de la certeza de la que ya no cabe duda y sobre la que alza la certeza del Dios viviente de la Biblia. Así encontró la certeza radical no por el pensamiento simplemente, sino por la fe. Ésta no es una certeza matemática clara y distinta de la razón pensante, sino la certeza intuitiva, integral del corazón sintiente, del corazón que busca. Así pues, para Pascal resulta claro que el hombre conoce a Dios con el corazón.
Argumentación que responde a la educación de sentimiento que se propugna hoy, y que el papa Francisco ha querido que se conozca esta forma de sentir la religión como Pascal, recordando que: «Es el corazón quien siente a Dios, y no la razón. Esto, pues es la fe: Dios sensible al corazón no a la razón» (Pens. 278).
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