Noticias de Cantabria
27-02-2011 10:47

Revolución en Egipto: 18 días de ira y de esperanza

Ibrahim Awad.- La irrupción de protestas masivas a lo largo y ancho de Egipto en la última semana de enero asombró al mundo y a los propios egipcios. El movimiento desencadenado el 25 de enero fue organizado y preparado por grupos de jóvenes utilizando modernas redes sociales de comunicación, como Facebook y Twitter.

Pero la reacción de los centenares de millares de egipcios y su salida a las calles en ciudades de todo el país fue espontánea, cogiendo a todo el mundo por sorpresa. El movimiento de protesta fue creciendo en proporciones inesperadas durante los días siguientes, hasta llegar a millones de manifestantes el viernes 28, día festivo y de reunión en las mezquitas. A pesar del toque de queda establecido, las manifestaciones no cesaron y continuaron después de la puesta de sol. Éstas siguieron creciendo y el martes 1 de febrero, una semana después del inicio de los acontecimientos, se estimaban ya en ocho millones los egipcios que salieron a las calles pidiendo a toda voz la caída del régimen. El martes siguiente, 8 de febrero, y dos semanas después del inicio de las protestas, más millones salieron a las calles. Ninguna de las desesperadas e ineptas tentativas del poder conseguía apaciguar a la población y los manifestantes terminaron por desbordar la plaza Tahrir, símbolo del movimiento en la capital. Sin perder la paciencia ni la esperanza, emprendieron su marcha hacia el palacio presidencial exasperados por la obstinación e incomprensión del poder hacia las demandas del pueblo. En este punto se derrumbó el régimen: la protesta había desembocado en el principio de una revolución.

Aunque las causas del estallido popular existían de sobra desde mucho tiempo atrás, éste no había llegado a producirse porque todos los canales tradicionales de protesta estaban bien tapados. Los canales más importantes, esto es, los partidos políticos, los sindicatos y los estudiantes de las universidades, estaban sofocados, afiliados al régimen o bajo el control de la “seguridad del Estado” y tenían prohibida toda acción política. A pesar de que las autoridades locales estaban al corriente y seguían de cerca los modernos medios de comunicación, la innovación y el continuo progreso de la tecnología moderna han sobrepasado las capacidades de un Estado cada día más autoritario, incompetente y engreído. La incompetencia del régimen quedó aún más patente en su análisis del movimiento popular y en el tratamiento que le reservó a éste y a sus demandas. El fallo en el análisis no fue, sin embargo, monopolio del régimen egipcio. Las diferentes potencias internacionales, tradicionales aliadas de Mubarak, consideraron el régimen egipcio como un sistema estable y seguro. En consecuencia, cuando éste se tambaleó, vacilaron con él. Su compromiso con la democracia entró en conflicto con sus intereses, pero el colapso del régimen terminó por situarlos del lado de la voluntad popular. Preservar el futuro determinó este cambio en la actitud de las potencias extranjeras. En este sentido, las perspectivas de futuro son prometedoras. Si bien a corto plazo no se pueden excluir problemas de inestabilidad, a largo plazo surgirá un sistema político representativo, donde la distribución de poderes será equilibrada y la rotación asegurada. La determinación del pueblo y la experiencia de la protesta en la calle serán los garantes del surgimiento de este sistema.

Causas de las protestas
Todos los observadores y analistas, especialmente los egipcios, convergían en que la situación política del país era insostenible. Todas las razones para el colapso del sistema político existían sin que nadie pudiera predecir cómo se iba a producir. El omnipotente aparato de seguridad estatal se extendía por todo el país y controlaba toda la vida civil. Su aprobación era necesaria para acceder a puestos de responsabilidad en el gobierno, en los medios de comunicación oficiales y oficiosos, e incluso en el mundo académico. Antes de ser nombrado, todo decano debía ser avalado por la “seguridad” que controlaba, al mismo tiempo, la actividad universitaria y la organización estudiantil única. Igualmente, toda acción política estaba prohibida en la universidad. Mientras tanto, los recursos, la riqueza y la renta del país eran apropiados por una ínfima minoría cercana al poder. Protegido por el aparato de seguridad, el Estado, mediante sus políticas económicas e inmobiliarias, redistribuía la riqueza y la renta en favor de esta minoría. Frente a ella, las clases medias y bajas, aplastadas por férreas políticas neoliberales, sufrían la carestía de la vida, aunada a un deterioro sin precedentes de los servicios públicos de educación, vivienda y sanidad. El Estado no llegaba ni siquiera a desempeñar tareas como la recogida de la basura y la regulación del tráfico, fundamentales para la organización de la vida diaria de los ciudadanos. Si bien se indicaban altas tasas de crecimiento económico, sus frutos eran monopolizados por la minoría, con lo que el desempleo, el subempleo y la pobreza afectaban o amenazaban a la mayoría de la población y las disparidades aumentaron. El resultado es que alrededor del 20% de los egipcios vive bajo la línea de extrema pobreza y el 40% tiene que sobrevivir con menos de dos dólares al día.

Las políticas se diseñaban dentro de un partido que estaba en el poder por la voluntad de sus dirigentes y no por la del pueblo. Este partido había sido regalado al hijo del jefe del Estado, Gamal, para quien se había creado una “comisión de políticas”, donde éstas eran adoptadas para su ulterior aplicación por parte del gobierno. Se podría decir que el país mismo había sido regalado al hijo menor del presidente, a su grupo de amigos y a otros círculos económicos y financieros que se aprovechaban de las riquezas del Estado. No solamente las políticas neoliberales sofocaban a los ciudadanos, sino que la corrupción también los asfixiaba. Además, un plan bien elaborado se aplicaba sistemáticamente para que el hijo heredara el poder de su padre.

Corrupción, plan hereditario y prevalencia del interés privado sobre el público han ido socavando los fundamentos del Estado moderno cuya edificación comenzó en Egipto en el primer cuarto del siglo XIX. El aparato del Estado se ha ido degenerando por las bajas retribuciones y la resultante incompetencia de sus agentes así como de buena parte de los altos cargos políticos. Por su parte, los colegios profesionales eran intervenidos, los sindicatos obreros puestos al servicio del régimen y el país entero vivía en estado de emergencia, equivalente a la ley marcial, desde 1981. Mucho más grave todavía era la manipulación de la justicia con la que se humillaba a la población. Siguiendo esta manipulación, las sentencias de los tribunales que no gustasen a los poderes políticos y económicos no se ejecutaban y si el dictamen concernía una cuestión de alcance económico mayor, como ocurrió el otoño pasado en el caso de la anulación de la venta por parte del Estado de una enorme superficie de tierras para un proyecto inmobiliario, se improvisaba rápidamente una ley para legalizar una transacción declarada ilegal. Esta humillación de la población se alimentó con hechos como el naufragio en el Mar Rojo, en 2007, de un barco cargado negligentemente con más de 1.000 pasajeros humildes con destino a Arabia Saudí, el cual, por interés político, no mereció ni la identificación ni el castigo del responsable.

Es obvio que estas maniobras jurídicas no hubieran sido posibles sin el control absoluto que ejercía el partido en el poder sobre la Asamblea Legislativa. Después de la infame manipulación jurídica mencionada anteriormente, en otoño pasado se convocaron elecciones legislativas. El partido en el poder, en simbiosis completa con el Estado, controlaba los medios de comunicación oficiales y oficiosos, así como las administraciones locales, y sofocaba los partidos políticos que en realidad eran más elementos de adorno de una democracia ficticia, que órganos de un sistema político plural y efectivo. De esta forma, el régimen garantizaba su supremacía en la vida política y parlamentaria. Pero esto no le fue suficiente y se apoyó en los servicios del cuerpo de seguridad del Estado, en las administraciones locales y en grupos de delincuentes que hicieron todo lo necesario para que el partido en el poder controlara el 97% de los escaños de un Parlamento que se pretende pluralista.

Por otra parte, los últimos minutos del año pasado fueron testigo del crimen más abominable que haya conocido el Egipto contemporáneo. Veintitrés ciudadanos de confesión copta fueron asesinados a su salida de misa de una iglesia de Alejandría. Esta masacre había sido el resultado de un clima de tensión confesional que se había ido intensificando hasta desembocar en enfrentamientos cada vez más sangrientos, en particular en el Alto Egipto, sin intervención efectiva del Estado, el cual sólo había accionado mecanismos de conciliación tradicionales. Un clima de tensión que nunca antes se había sentido con tal grado de violencia y de criminalidad y que amenazaba ya con romper definitivamente el tejido social, antaño sólido, del país.

El desempleo, el subempleo y la pobreza incitaron a muchos a manifestarse contra el régimen, respondiendo a la convocatoria de los grupos de jóvenes organizados por Internet. Éstos habían convocado las protestas del 25 de enero para defender los restos del Estado moderno, la integridad de la sociedad y el respeto de su derecho a participar efectivamente en la gestión de los asuntos públicos.

El movimiento de protesta: organización, participación y objetivos
Las redes sociales y las modernas técnicas de comunicación e información fueron utilizadas para desencadenar la protesta del 25 de enero. Durante los últimos años, varios grupos de jóvenes trabajaron conjuntamente para este propósito. Aunque no se ha realizado aún ningún estudio sociológico o político sobre estos grupos, sus discursos, así como las observaciones a raíz de los encuentros con algunos de sus representantes, pueden revelar sus orígenes sociales y sus tendencias políticas. En base a estas observaciones, se pueden sacar varias conclusiones. En primer lugar, los líderes de estos grupos proceden de los segmentos medio y alto de la clase media y sus edades oscilan entre los 20 y los 30 años. Por otra parte, si bien los miembros de los grupos pueden ser estudiantes, sus líderes no lo son. Pero éstos tampoco son desempleados, sino que incluyen ingenieros, informáticos, psicólogos, médicos, artistas de teatro y antropólogos. Esto es, son producto de las universidades egipcias y de algunas de las instituciones académicas extranjeras establecidas en Egipto. Además, la mayoría declara no tener problemas económicos y algunos incluso reconocen gozar de una situación privilegiada con muy buenos puestos de trabajo, incluyendo a un propietario de una pequeña empresa de ciencias y tecnologías de la información. De hecho, uno de los líderes del movimiento, detenido durante 12 días con los ojos vendados por la “seguridad del Estado”, Wael Ghonim, es director de marketing de Google para Oriente Medio.

La iniciativa, organización e innovación de los convocantes de la protesta han sido factores determinantes en el tsunami que arrasó a un régimen que se suponía profundamente arraigado y sólido. Cabe añadir que el éxito sin precedente de las protestas se debe a las masivas olas humanas que respondieron a la convocatoria invadiendo las calles de ciudades por todo el país al grito de “libertad, dignidad y justicia social” y exigiendo el “fin del régimen”. El ejemplo del éxito tunecino también debe haber sido muy significativo a la hora de incitar a la gente a salir a la calle. En realidad, no era ésta la primera vez que los jóvenes convocaban protestas: en la primera vez el éxito había sido relativo y en la segunda, la policía había frustrado las manifestaciones. Sin duda alguna, la estructura de las redes sociales y la multiplicación de sus “células” también han debido incidir positivamente en la efectividad de la convocatoria del 25 de enero. La dinámica del movimiento se encargó de extender esta efectividad en los días y semanas siguientes, aún cuando el poder había cortado el acceso a la red.

En la plaza Tahrir, símbolo del movimiento popular, se manifestaron todas las categorías y clases de la población. Mujeres y hombres, ancianos, adultos, adolescentes y niños, empleados, estudiantes y amas de casa, todos estaban allí. De la alta burguesía al proletariado, la gente expresaba su rechazo al poder. La clase media, con todos sus segmentos, formaba la inmensa mayoría. Lemas sobre el hecho de que libertad y dignidad sólo son posibles mediante la representación verídica de los intereses de todos, eran coreados por los manifestantes que así transmitían ideales de democracia liberal y representativa. Grupos de izquierda estaban igualmente presentes con sus eslóganes de justicia distributiva y social. Asimismo, si bien los islamistas no estaban ausentes, quedó claro su limitado peso relativo. Un espíritu de comunidad, hermandad y armonía reinaba sin ser perturbado por ningún tipo de fricciones.

Los grupos organizadores de la convocatoria plasmaron los objetivos del movimiento 12 días después de su desencadenamiento. Algunos de estos objetivos concernían al propio movimiento, y otros a la transformación del país y su futuro. Entre los primeros figuraban la protección de la integridad física de los manifestantes y la abstención de desfigurar su imagen, el homenaje a los mártires del movimiento, la transmisión de la verdad sobre la revolución en los medios de comunicación egipcios y el despido de sus cargos gubernamentales y partidistas de todos los implicados en los actos violentos perpetrados el 2 de febrero por parte de gamberros (baltaguiya).

En lo que respecta a los objetivos relativos a la transformación del país, éstos comprendían la abolición del estado de emergencia, la enmienda de artículos de la constitución y la garantía de elecciones libres, la disolución de las dos cámaras del Parlamento, la adopción de una nueva constitución, el derecho a votar con el documento de identidad sin necesidad de tarjetas electorales específicas, la garantía del derecho a la libre expresión en todos los medios de comunicación, sin censura ni amenaza de ser perseguidos, y la expulsión de sus cargos oficiales y partidistas de figuras emblemáticas del régimen. Aunque estos últimos objetivos no son suficientes para la creación de un sistema político plural y democrático, van encaminados en esa dirección. La reiteración de estas ideas por líderes del movimiento juvenil al día siguiente del feliz desenlace de los acontecimientos confirma su orientación democrática.

La gestión de la crisis por parte del régimen
La gestión de la crisis por parte del régimen fue calamitosa y desastrosa para sus intereses. Durante los cuatro días siguientes al inicio de las protestas, el 25 de enero, no se produjo intervención alguna por parte de ningún alto cargo responsable, y el presidente no se dirigió al país hasta pasada la medianoche del 28 al 29 de enero. Mubarak intervendría dos veces más, el 1 y el 10 de febrero. En su primera intervención, aunque amenazando a los manifestantes, reconoció a regañadientes la validez del movimiento y reaccionó cambiando el gobierno sin que nadie se lo reclamara. Pero las reacciones de Mubarak siempre llegaron tarde. Por ejemplo, en su última aparición anunció la delegación de sus poderes, con excepción de tres esenciales para la transición, al vicepresidente Soleimán, cosa que debía haber hecho cuando le nombró en el cargo 10 días antes. En su momento, tal delegación habría sido aceptada pero el 10 de febrero ya era demasiado tarde. En esta última intervención, se mostró, además, totalmente ajeno a la realidad: prometía seguir en el poder y castigar a los responsables, cuando la determinación de destituirlo llegaba ya a su ápice.

El gobierno del 31 de enero estaba formado en su mayoría por los mismos ministros del gobierno anterior, si bien salieron todos los “ministros-hombres de negocios” en activo, reconociendo así el error de haberlos introducido y mantenido en el poder desde 2004. Con el bloqueo de las cuentas bancarias de estos ministros y la prohibición de su salida del país, quedaba reconocido que sus superiores habían fallado en el ejercicio de sus funciones. La revelación detallada de la riqueza mal adquirida de estos ministros hizo que la gente se preguntara sobre la explicación de haberlos mantenido en su puesto hasta entonces. La destitución de la cúpula del partido del presidente, patrocinadora de la interpenetración entre gobierno y círculos de negocios, era una prueba adicional de la colusión entre ambos.

Por su parte, el uso desproporcionado de gases lacrimógenos y balas de goma y fuego real causó millares de heridos y centenares de muertos. La desdichada y famosa “batalla de caballos, camellos y carretas” contra los manifestantes pacíficos de la plaza Tahrir fue un verdadero escándalo presenciado por el mundo entero. Los ataques a periodistas extranjeros y el secuestro temporal de algunos de ellos resultaron en una cobertura mediática negativa. Las negociaciones con la oposición emprendidas por el recién nombrado vicepresidente, a instancias del presidente, fueron una pérdida de tiempo y de energía: escogió negociar con partidos inventados por el régimen

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