Paripé
La reunión de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en el Congreso fue, ya en sí misma, una escenificación de lo conocido: que no se soportan, que sienten el uno por el otro una antipatía visceral, a nivel de piel....
Las duras acusaciones que Sánchez dirigió a Rajoy en el debate electoral y la despectiva respuesta del presidente en funciones no fueron, como se pudo llegar a pensar, un calentón personal por el ansia de ganar una lid con millones de espectadores. La acusación de "indecente" abrió una brecha irrecuperable.
La pretensión, pues, de Mariano Rajoy de la "gran coalición" solo sería posible con los dos contrincantes fuera de la vida política. Y, de momento, Rajoy está más cerca de la puerta que Sánchez. Un numeroso grupo de diputados de sus filas, que sacó el escaño in extremis, no quieren ni oír hablar de una repetición de elecciones. Temen, con razón, que los últimos escándalos de corrupción y los que vendrán (el PP ha entrado en un calvario donde rara va a ser la semana en que no se dirima en un juzgado alguno de las decenas de casos pendientes) mermen sus expectativas electorales y les haga perder su sillón en la Carrera de San Jerónimo.
De momento han conseguido que algunos dirigentes del partido se atrevan a pedir una purga de los implicados en escándalos, mientras Rajoy se declara "acorralado" por la corrupción pero sigue amparando a Rita Barbera, la guardiana de tantos secretos.
Y es la indolencia de su presidente, que ha dejado la iniciativa política en manos de Sánchez, la que más se cuestiona en sus filas. Por eso, la complicada preparación del encuentro, fallido de antemano, entre ambos dirigentes, ha colmado el vaso de la paciencia ante tanto paripé. Hubo un equipo de tres personas que recorrieron todas las salas del Congreso en busca del sitio neutral. Así acabaron en la antesala del comedor del Presidente del Congreso porque la cocina no tenía empaque. El siguiente escollo fue la disposición de las butacas que también supuso una larga negociación. A continuación se discutió por la amplitud del pasillo que debían recorrer y donde les captaron las cámaras de televisión; luego fue el cuadro que debía adornar el fondo dado que las obras de Tapies recordaban en exceso las paredes de Moncloa. Todo este esfuerzo, sabiendo de antemano que era solo para escenificar el desacuerdo y encima a Mariano Rajoy le pillan abrochándose la chaqueta frente a una mano tendida.
Así ha trascurrido una semana más de incertidumbre, de encuentros para nada, mientras crecen las intoxicaciones intencionadas con que dañar al adversario. En el PP hacen correr la especie de que el pacto PSOE/Podemos ya está firmado, que Sánchez cede carteras sensibles a las huestes de Iglesias. En el PSOE dan por finiquitado a Rajoy y hablan de implosión interna en Génova 13, pese a que los tentáculos de la Púnica parecen haber atrapado a Esperanza Aguirre. Ambos dejan caer unas supuestas maniobras de Albert Rivera para hacerse con la presidencia como candidato de consenso. Y, mientras tanto, Pablo Iglesias, que bastante tiene con contener a los suyos que se le disgregan en disputas internas, quiere elecciones ya.
Y seguimos sin Gobierno.
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