Noticias de Cantabria
07-02-2013 18:07

Lo aconsejable, para Rajoy, es la eutanasia.

La ética moderna más avanzada ampara la eutanasia en los enfermos terminales o crónicos graves para aliviar el sufrimiento y que puedan descansar en paz con una muerte digna. Es una decisión personal que acelera la muerte cuando ésta es un hecho irremediable o cuando las condiciones de vida del enfermo no resisten las mínimas exigencias de dignidad.

 

En política, la eutanasia es la dimisión para acortar la agonía de un político incurable. Este es exactamente el caso de Mariano Rajoy. ¿Cuanto tiempo de vida política le queda a Mariano Rajoy? Un sociólogo político -que son los médicos especialista en este ámbito- no podría marcar plazos. Muchos pacientes, al escuchar el diagnóstico irremediable,  comienzan una peregrinación por especialistas, brujos y curanderos, esperando el milagro que haga reversible la enfermedad.

   Los políticos también tienen curanderos de cabecera. Les dictan medicinas alternativas: negar la mayor, acusar al mensajero e invocar las correspondientes teorías de la conspiración. Algunos católicos creyentes se desplazan a Lourdes o a Fátima recabando un milagro que no consta científicamente que se haya producido nunca.

   Mariano está en esas. Su bálsamo de fierabrás es la confianza en que el tiempo cure sus heridas. Y sus compañeros de partido, no todos por supuesto, le administran calmantes y oxígeno. Y él, recluido en La Moncloa, ha decidido no pisar la calle. Pero hay una reunión de especialistas el próximo 20 de febrero en el Congreso, que en vez de analizar "El Estado de la Nación" van a establecer un diagnóstico definitivo del paciente sentenciado.

   Contemos con algunos factores que pueden aliviar al enfermo. Primero, la mayoría absoluta que le blinda contra el éxito de una moción de censura, sobre todo porque la Constitución establece que tiene que ser constructiva; es decir, presentando un candidato alternativo a la presidencia de Gobierno. Hacerla como ejercicio democrático y dialéctico tiene sus riesgos y no parece que el PSOE quiera correr ninguno.

   Segundo, tiene poder e influencia mediática sobre medios de comunicación -entre ellos el manejo arbitrario de las televisiones públicas que controla- que ponen sistemáticamente en cuestión las informaciones de los periódicos que todavía gozan de algún grado de autonomía. Tercero, la Justicia es lenta y a veces muy conservadora. Todavía no se ha puesto en marcha la maquinaria judicial para investigar la conexión de una contabilidad B que vulnera la ley de financiación de partidos, con pagos de sobresueldos a los principales líderes del PP, incluido Mariano Rajoy.

   Pero además de la presunción de objetividad e imparcialidad de la Justicia, a la que nos obliga la defensa de la Constitución, muchos jueces están demasiado ofendidos con las medidas en el ámbito de la Justicia dictadas por el Gobierno. Hay muchos jueces conservadores pero no habrá muchos dispuestos a jugarse su prestigio por un gobierno en llamas.

   Hasta aquí, las pocas medicinas que le darían expectativas de prolongar su existencia al presidente del Gobierno. Pero la enfermedad de Mariano tiene la amenaza añadida de muchos virus y bacterias en las atmósferas interiores y exteriores de su partido. La bacteria más activa es Esperanza Aguirre. Nunca ha ofertado disimulos en las erosiones que practica sobre Mariano Rajoy. Le ha hecho una exigencia capital sabiendo que es letal para el presiente: que se querelle contra el origen de todos sus males actuales, Luis Bárcenas.

   Y la infección generalizada en la sociedad española que dictaminan tozudamente las encuestas. Nadie cree a Rajoy, casi nadie confía en él y la mayoría quiere que se vaya de una vez. Como en todo barco que se hunde, cada uno de los dirigentes del Partido Popular que no está contaminado todavía con este escándalo, busca un sitio confortable en los botes salvavidas. A medida que pasen los días se incrementaran los que piensen que, ante la evidencia de que Rajoy no tiene salvación, lo aconsejable es la eutanasia, en la esperanza de que esta plaga no se contagie al resto del Partido Popular.

   No hay seguros de vida que protejan contra la muerte, que es la única certeza de la vida. Y en política no hay seguro que certifique la vida eterna de ningún partido. Si el CDS prácticamente pasó de la ocupación del poder a la extinción, ¿qué garantías tiene el PP de que esta peste no lo convertirá en una reliquia del pasado?

   Es cierto que el PSOE está en el  limbo de no saber como manejar este asunto como tantos otros porque sus fríos cálculos electorales  y su incapacidad organizativa le tienen desconectado de la indignación en la calle. Pero que el otro paciente de la política española también esté enfermo no garantiza que el partido desahuciado pueda encontrar un curandero o un milagro que lo cure.

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