La campaña del tesoro
Mientras se desgranan los discursos, casi todos ellos vacuos e inconsistentes, en la convención del Partido Popular, la calle vive mucho más pendiente de un renacido, "lindo y peripuesto", Luis Bárcenas que, con una inusual verborrea, sin peinetas ni destemplanzas, está amargando a todos los reunidos en el Palacio de Congresos de Madrid.
Mientras se desgranan los discursos, casi todos ellos vacuos e inconsistentes, en la convención del Partido Popular, la calle vive mucho más pendiente de un renacido, "lindo y peripuesto", Luis Bárcenas que, con una inusual verborrea, sin peinetas ni destemplanzas, está amargando a todos los reunidos en el Palacio de Congresos de Madrid. Y es que de nada van a servirle a Mariano Rajoy -y mucho menos a los diferentes candidatos a alcaldías y comunidades- las auto complacencias por los pretendidos éxitos económicos, si le hurtan al pueblo llano, profundamente cabreado, una asunción real de responsabilidades, al menos políticas si no penales, por todos los casos de corrupción en los que están inmersos.
Luis Bárcenas, que se nos presenta con un aspecto más propio de haber salido de un balneario de Baden Baden que del módulo cuatro de la prisión de Soto del Real, ha comenzado su periplo de declaraciones con alguna perla que, aunque sabida, suena como una carga de profundidad en boca de un ex tesorero mucho más convincente que los silencios con que Rajoy ha pretendido atajar sus problemas. "Luis, se fuerte..." se ha convertido en el slogan sobre el que Bárcenas está construyendo su propia campaña; una campaña que puede dar al traste con las más elaboradas estrategias y tácticas electorales del PP. De la vacuidad de los diferentes discursos de la convención, sólo se salva, quizá, el de un presidente de honor, José María Aznar, que ha entrado en liza, no tanto para reforzar una idea de unidad, que también, como para tratar de atraer el voto, enormemente cabreado, del segmento más extremo derecha del partido. Con sus preguntas retóricas sobre las aspiraciones y el posicionamiento del partido, y su afirmación de que el PP "no debe despreciar el desánimo ni los recelos de sus votantes", Aznar parece querer convertirse en la voz que clama definitivamente por la claridad en el desierto. Pero no nos engañemos, su aspiración no implica esa asunción de responsabilidades que el pueblo reclama; sus exigencias se dirigen más bien hacia el contento de grupos, como el de las víctimas del terrorismo y los pro vida, distanciados últimamente del gobierno. Eso es para Aznar, entre otras cosas, recuperar las esencias y el sentido del Partido Popular. Y, mientras tanto, Mariano Rajoy se mantiene instalado en un increíble y clamoroso silencio, convencido de que el tiempo todo lo cura, y más aún si viene acompañado de una recuperación económica que alivie las conciencias de una ciudadanía que el, equivocada y falazmente, considera comprable con un plato de lentejas. Así conoce el presidente a su pueblo.
Dice Bárcenas que el PP y Rajoy no tienen nada que temer, pero, a continuación, asegura, cosa que todo el mundo cree pero que el presidente niega por activa, por pasiva y en sede parlamentaria (solo le falta negarlo en sede judicial) que el partido manejaba una contabilidad paralela en B y que el presidente, no solo lo sabía desde el principio, sino que se valió de ella para recibir sobres con complementos. Ese es el arranque, sin desperdicio, de la campaña personal del ex tesorero; una campaña a la que le faltan, sin duda, cantidad de capítulos.
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