De vísceras y de colores, por Manuel Olmeda Carrasco
Cuando hace unos días se me ocurrió el título, jamás pensé que utilizara el vocablo inicial en sentido drástico. Porque hoy tomaron el Parlamento, cuanto a fondo y forma, cual si fuera una vulgar taberna de barrio. Salieron a relucir expresiones “agudas”, hijas del “recogimiento y la cordura”.
Cuando hace unos días se me ocurrió el título, jamás pensé que utilizara el vocablo inicial en sentido drástico. Porque hoy tomaron el Parlamento, cuanto a fondo y forma, cual si fuera una vulgar taberna de barrio. Salieron a relucir expresiones “agudas”, hijas del “recogimiento y la cordura”. Vi al señor Tardá -yugular hinchada, presa de desubicada orquitis- expeler con malos modos la palabra fascista contra Albert Rivera. Callo, por principios estéticos, aun éticos, la intervención del diputado Rufián y los pormenores del presunto escupitajo a Borrell. Sea como fuere, no cabe duda de que lo expuesto diverge totalmente del epígrafe porque estos señores llenan su cráneo de sustancia imprecisa, alejada de cualquier víscera.
Respecto al apéndice histórico del fusilamiento de Company por un golpista (Franco), arquetipo victimista de ERC, voy a mencionar tres fechas: cinco de mayo de mil setecientos ochenta y nueve, inicio de la Revolución Francesa; cinco de octubre de mil novecientos treinta y cuatro, Revolución de Asturias; cinco de mayo de mil novecientos treinta y siete, revolución anarquista y POUM contra el gobierno de Company. Ni quito ni pongo rey, son fechas de alzamientos históricos sin posible manipulación interesada. Las reseñas relativas a distintas consecuencias, y juicios de valor ideológico, pueden o no ceñirse a la lógica de tales hechos por otro lado incuestionables. Añado que la provocación suele cabalgar a lomos de la inconsistencia.
Rompiendo toda cautela, debo empezar por lo más inmediato y alarmante. Aludo a partidos minoritarios -sin representación parlamentaria en ocasiones- entre ellos los nacionalismos catalán, vasco, navarro, valenciano, mallorquín y riojano. Su tonalidad cromática acoge, indistintamente, al negro aciago o al blanco candor. El primer grupo incluiría, desde mi punto de vista, JXCAT, ERC, PNV y Bildu. Al segundo Compromís, el PSC, con matices, acompañado de otros como PSN-PSOE, Partido Socialista de Mallorca-Entesa (PSM-Entesa) y En Comú. He decidido identificar con el color negro a aquellos, por las significativas sombras de unos y el pasado sangriento de otros. Los segundos, gamas de PSOE y Podemos, muestran un candor virginal, grato, apreciado. Aunque desarrollan un enanismo enraizado, protagonizan el curso de los acontecimientos.
Sin embargo, PSOE y PP -en este orden- acumulan la responsabilidad plena del escenario actual. Sí, rojos y azules llevan cuarenta años no solo con desencuentros perversos sino con beligerancias onerosas. Tripas y testosterona guiaron cualquier intento de pacto. Fue imposible llegar a acuerdos amplios para conseguir una ley electoral justa con los partidos y con el país. El Parlamento debería elegirse mediante una circunscripción electoral única. La Cámara Territorial (Senado) podría tener tantas circunscripciones como Autonomías. Por otro lado, si estas fueran divisiones solo administrativas muchas competencias perdidas serían hoy estatales. Ahorraríamos dinero, disgustos y graves conflictos institucionales. No obstante, se ponen de lado cuando no exhiben pomposos y retóricos sacrificios personales en aras al Estado de Bienestar. Hipócritas, gorrones.
Nacionalismos radicales, inexistencia de pacto educativo y voraz elección de órganos judiciales, entre otros, se deben a la longeva ineptitud de PSOE y PP, englobando además cierta obcecación testicular. El independentismo dice poseer un mandato democrático de la sociedad catalana mientras esta coyuntura amasa cuarenta años de manipulación escolar con la anuencia cómplice, displicente e irresponsable, de ambos. En este mismo momento, observamos exquisitas e innumerables melindres hechas al desbordamiento independentista por parte de un presidente, al menos, contradictorio. No me extrañaría que el PP dedicara, en parecida ocasión, equiparables deferencias. A veces, el corazón constitucionalista es un viejo olvidado, casi maldito, y el color patrio se desvanece al contacto con los billetes.
Por este motivo, cuando oigo al político de turno proclamar cómo se sacrifica por España y los españoles me entran ganas de vomitar. Mis lectores saben que soy un abstencionista convencido y esas estupideces acentúan tal disposición. Agradezco a tanto indocumentado que me ofrezca argumentos irrefutables para mandarlos a hacer puñetas, vocablo ahora de moda. Pese a los yerros -tal vez lúcidos- de PSOE y PP, el partido morado (agreste donde los haya) les supera en la insólita tarea de resquebrajar los cimientos nacionales que se han ido consolidando a lo largo de siglos. Poco a poco, sibilinamente, pretenden astillar leyes, costumbres y bondades, bajo el advenimiento de nuevas soluciones incorporadas a viejas imposturas.
Podemos muestra tantas ansias de poder que ansía ocupar cualquier resorte: legislativo, ejecutivo, judicial. Contra lo que predica (el sumo sacerdote siempre está subido al púlpito mediático) abraza descaradamente el poder íntegro, aunque la sociedad acumulase, con evidente mentecatez, miseria y esclavitud. Dicen que el color morado, fruto de la mezcla azul-rojo, es tonalidad penitente. Pudiera ser, pero para élites exclusivas -alejadas del común, de toda connotación religiosa, llenas además de pragmatismo- trae vetas mágicas, soberanas, rutilantes. Nada emerge por generación espontánea, siempre existen razones a veces ilógicas, sublimes o pedestres, que operan de motor oportuno. En este caso, vienen prontas perfiladas por fábulas que atraen bajas pasiones y estómagos hambrientos. Llega la hora nauseabunda de las vísceras.
Finalizo con el color naranja; limpio, todavía libre de contaminación, arrastra fama de inestable por algún vaivén incomprendido. Mezcla de rojo y amarillo, se le considera reflejo de la sociabilidad y de la alegría. Constituye, empero, el tridente sólido, sensato, en el gobierno de España. Rojo, azul y naranja, apareados -a voluntad del ciudadano- debieran formar el ejecutivo y la oposición con verdadero sentido democrático. Infiero espinoso extinguir de forma inmediata las afecciones putrefactas, pero ahora mismo se hace imprescindible eliminarlas, es conditio sine quanon, para disfrutar una democracia auténtica. Contrariamente, alimentaríamos el color morado cuyas rastreras vísceras atiborradas, perniciosas, potencialmente más corrompidas, pondrían en grave riesgo la convivencia. Así de real y de factible. Pese a sutil estrategia carroñera, el dogal está en manos del tridente y en las nuestras
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