Camino al precipicio, por Manuel Olmeda Carrasco
El principio de causalidad confirma que todo efecto tiene una o varias causas. Confucio, a este fin, afirmó: “un pueblo que no conoce su Historia está condenado a repetirla”.
Ahora mismo, la coyuntura en que nos encontramos -nada novedosa, por cierto, y de ahí su particular gravedad- se ha repetido dos veces en este país. Si el alcance no ofrece duda alguna, señalar las causas se presenta enmarañado. Cualquier realidad es multifacética y, por ende, compleja. Ahondar en “la razón suficiente” para describir un evento, los pormenores, su comprensibilidad, implicaría abrir paso a un laberinto insondable. Allá por el año mil ochocientos setenta y tres se instauró la Primera República que (en nueve meses) aparte de cuatro presidentes, parió el cantonalismo en varias ciudades y que ha tenido continuidad durante la Segunda República. Hoy queda un poso romántico, testimonial, con Tabarnia, Valle de Arán o el Bierzo.
No admite discusión que cualquier periodo democrático anterior al actual terminara en breve tiempo. La primigenia oportunidad concluyó por falta de acuerdo, por desmayo, entre un federalismo pactista y otro intransigente. Aun suponiendo responsables a varios actores, es inobjetable el infausto papel de aquellos políticos que encabezaron la Primera República. Al menos, y ese fue su éxito, apenas hubo derramamiento de sangre para sofocar las distintas rebeliones. Quiebra devastadora trajo, a poco, la Segunda República. Tras Primo de Rivera, una dictadura de la que nadie habla (probablemente porque UGT fuera fiel colaboradora), y unas elecciones municipales, cuanto menos atípicas, fue proclamada en mil novecientos treinta y uno la Segunda República.
Cinco años después de aquel entusiasmo general, explosivo, el sistema se fue deteriorando dando lugar a episodios terribles como Casas Viejas o la sublevación de Cataluña y Asturias. Estos y otros hechos luctuosos, provocaron el enfrentamiento paulatino entre derechas e izquierdas sin aclarar convenientemente qué fue primero, el huevo o la gallina; es decir, quién empezó. Sea como fuere, la Guerra Civil desencadenada provocó un número indeterminado de muertos; contándose, eso sí, varios centenares de miles. ¿Quién fue responsable? Por mucha imparcialidad con que se fragüe el análisis, es imposible adoptar una conclusión válida para todos los contendientes. Es indiscutible, sin embargo, el ahogamiento apresurado del intento democrático y la larga dictadura de Franco, al que no se le pueden imputar todos los estragos. Cada vez estoy más convencido de que España fue una pieza fundamental, un instrumento, en el tablero geoestratégico europeo y mundial.
Se dice que ahora mismo resurge un nuevo episodio de guerra fría, entre Rusia y Estados Unidos, cuyo marco de pugna es el mar Caribe. Este desplazamiento del conflicto no significa, en modo alguno, que otras áreas hayan perdido su influencia geoestratégica. Nuestro país sigue teniendo un papel sustantivo, de primer orden. Resulta extraño, por decir algo tranquilizador, que sean Venezuela e Irán -países amigos de Rusia- quienes presuntamente hayan financiado a cierto partido español con oscuros objetivos. Asuntos tan turbios e importantes no pasan porque sí; al fondo, siempre emerge una mano que mece la cuna. Mi escasa fe en los políticos se desmorona al aproximarme a los dogmáticos, a quienes desean conseguir el cielo sin asentar bases sólidas en la tierra. Alarmante.
Concluidas las elecciones, uno queda aturdido cuando profundiza en la máxima escolástica: “Nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos”. Si después de diez meses de percepciones continuas, aún se ignora el valor real de “progre”, “gobierno progresista” y la gente vota a este mentiroso patológico, un inepto en toda regla, solo caben dos respuestas. O no se aplica la máxima escolástica o apabulla esa otra: “El pueblo es la bestia aparejada sobre la cual cabalga el más audaz”, dicha por alguien libre, sin ataduras. Un sanchismo desatado, disoluto, parece haber obtenido la gloria definitiva. No obstante, su pírrico resultado, su absoluta necesidad de pactar con partidos extremos, le augura una legislatura inestable que pronostico corta, bien por soledad ya por seguir iniciativas económicas inviables. Preveo un gobierno inane, propagandístico.
Este ejecutivo -sin abandonar la mediocridad- realiza manifestaciones que causan vergüenza ajena. Borrell, presuntamente el único cerebro, lleva una racha insólita. Cuando nuestra embajada en Venezuela se vio rodeada por la policía de Maduro, un notorio intento coactivo, dijo: “Veo lógico que haya policía del régimen fuera, sería raro que no la hubiera”. ¿Qué, señor Borrell, que desde su otero nos ve al resto idiotas perdidos? La señora Calvo es un caso especial, imposible examinarlo en el corto espacio del artículo. Sánchez, vocacionalmente falaz, viene anunciando (por boca de sus ministros) subida de impuestos solo a los ricos. Expongo a continuación datos que demuestran lo contrario. En mayo de dos mil doce, el barril de petróleo alcanzó su mayor precio, ciento ocho dólares, mientras el litro de gasoil costaba uno treinta y nueve euros. Hoy el barril cuesta setenta y tres dólares y el litro de gasoil uno veintinueve euros. Es decir, mientras el precio del crudo ha bajado un treintaidós coma cuatro por ciento, el precio del gasoil lo ha hecho en un siete coma catorce por ciento. Estos datos implican una subida bestial al impuesto de los carburantes. Prueba palmaria de la farsa, salvo que la clase proletaria/media sea potentada.
El inquilino de Villatinaja pide lastimosamente entrar en el gobierno a fin de ocultar su desbarajuste electoral. Pedro, lo engañará una vez más y le permitirá gozar de puestos ínfimos -sin sustancia ni poder para transformar nada- a cambio de su lealtad. Hasta pudiera ser que, dada la egolatría de que ambos hacen gala, no lleguen a ningún acuerdo. Sería la única opción de que los españoles pudiéramos respirar con cierta tranquilidad. El sanchismo, reducto actual del PSOE, no es socialdemócrata, ni moderado; carece de parangón en Europa. Tampoco es marxista, acaso algo populista; conforma una caterva de individuos sin más objetivos que detentar el poder. Espero su desaparición rápida y definitiva. Nosotros, estúpidos, hemos empezado un camino hacia el precipicio.
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