Noticias de Cantabria
23-10-2009 09:00

DESIGUALDAD Y POBREZA: Otra cooperación es posible y necesaria

En los últimos años, la Cooperación Internacional para el Desarrollo está adquiriendo una popularidad cada vez mayor en el marco de las relaciones Norte-Sur, es decir entre los países desarrollados (“ricos”) y los países en desarrollo (“empobrecidos”).

En España se ha producido, durante los últimos años, un crecimiento importante de los recursos públicos en AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) y el Gobierno se ha comprometido a alcanzar el mítico 0,7 % durante esta legislatura (2012). En Cantabria, además de la aprobación en 2007 de la Ley de Cooperación Internacional al Desarrollo, la aportación de recursos públicos por parte del Gobierno Regional ha sido espectacular creciendo un 50,2% respecto a 2007, hasta alcanzar los 8.370.000 euros 2009, pese a lo cual el porcentaje de AOD no alcanza al 0,4% de los Presupuestos Generales y, sin embargo, muestra una debilidad acusada en las aportaciones de los Ayuntamientos que se sitúan entorno a 1,13 € por habitante, frente a los 4,09 € de la media española, según datos del informe de 2007, que nos sitúa a la cola de las Entidades Locales de España.

Los discursos políticos, los medios de comunicación, muchas ONGs y la mayoría de los ciudadanía, consideran a la Cooperación Internacional para el Desarrollo como un recurso eficaz y adecuado, de los países desarrollados (Norte), en la lucha contra la pobreza y garantizar un crecimiento económico equitativo, de los pueblos del Sur, que propicie una mejora del nivel de vida de sus poblaciones, con especial hincapié en las capas más necesitadas.

La cooperación comportaría, por tanto, un componente que superaría el aspecto político-estratégico y económico, dando cabida a espacios de solidaridad que buscarían la reducción de la brecha entre el mundo en desarrollo y el mundo desarrollado.

Parece deducirse, por tanto de estos discursos y posiciones, que el deterioro de la situación de los países del Sur no guarda relación alguna con el orden económico internacional y que la Cooperación al Desarrollo es la única respuesta posible a los desequilibrios económicos que están en la base de la situación de pobreza en que viven las 3/4 partes de la humanidad.

Una imagen sobredimensionada, desde nuestro punto de vista, de la capacidad de la Cooperación al Desarrollo que, mayoritariamente, la opinión pública de los países del Norte asocian la con la idea de generosidad y altruismo.

Sin embargo la realidad es que, tras varias décadas de cooperación los 70.000 millones de dólares que el mundo desarrollado invierte en AOD no sólo no ha servido para fomentar el desarrollo del Sur, sino que el Sur sigue financiando al Norte, y no al contrario como sugiere la imagen de la cooperación. Según las cifras que barajan distintos organismos internacionales, los países en desarrollo pagan por cada dólar de esta ayuda, tres en concepto de deuda externa, por lo que acaban pagando a los países desarrollados más de lo que reciben.

La distancia existente entre la imagen de la cooperación y la realidad exige, por tanto, algunas aclaraciones y reflexiones. Desde ACSUR, cuando hablamos de cooperación y analizamos sus métodos de trabajo, sus efectos, sus impactos y, sobre todo, sus estrategias, estimamos que no existe una “cooperación”, sino fundamentalmente dos “cooperaciones”, claramente diferenciadas.
ACSUR, juntamente con otras organizaciones, compartimos una visión de la Cooperación al Desarrollo como herramienta para contribuir a un cambio profundo de las estructuras y relaciones económicas, sociales y políticas del mundo, con todas sus consecuencias tanto para los países del Norte como para los del Sur, frente a otra visión de la Cooperación que contribuye a un desarrollo de los países del Sur, que mantiene y legitima la situación actual -algo mejorada tratando de evitar posibles explosiones sociales- y que permite crear mercados relativamente capaces de absorber la producción de los llamados países desarrollados.

En el sector “transformador”, es decir los que vemos la Cooperación como una herramienta de cambios profundos en el mundo, nos encontramos un buen número de movimientos sociales y algunas ONG -no todas ni mucho menos- para quienes el horizonte deseable es un mundo con unas relaciones y articulaciones absolutamente distintas de las actuales, basadas en la lógica de la justicia que conduzca a tener, algún día, como “socios” de parecido nivel a los países del Sur.

En el segundo sector de la cooperación, el “asistencialista”, figuran la mayoría de los gobiernos de los países desarrollados, muchas ONG y asociaciones benéficas, con un espíritu misionero de siglos pasados. Un ejemplo de esto último es el éxito de las campañas de apadrinamientos de niños y niñas, ayuda a las emergencias y diferentes espectáculos -tan magníficamente atendidos por los medios de difusión, especialmente la televisión- a los que contribuyen, con su mejor buena fe una gran parte de la población sensible a los problemas de los otros, pero que no entran a analizar en profundidad ni a actuar sobre las causas de la pobreza y los problemas de desarrollo de los países del Sur.

Pese a la confusión que suele haber en el discurso, en la práctica la diferencia entre los dos sectores de la cooperación es evidente. El sector “transformador” tratamos de apoyar de forma financiera y técnica la ejecución de los “proyectos” e iniciativas elaborados por organizaciones de los países del Sur, cuanto más participativas mejor. El protagonista es la organización local, no la extranjera. Lo importante es el fortalecimiento de las organizaciones e instituciones del Sur, no los proyectos.

Por desgracia, la mayor parte de la Cooperación al Desarrollo funciona con los parámetros marcados por los que creen en la cooperación como elemento de amortiguamiento más que como elemento de transformación. Unas ONGs, en las que lo comercial y el marketing priman sobre la ética y el Código de Conducta a que nos debemos, que están haciendo de la Cooperación al Desarrollo un mero espectáculo y que se muestran exclusivamente interesadas por las subvenciones y la realización de proyectos que, al no plantearse reformas estructurales sobre la propiedad de la tierra, la estructura tributaria que favorece la evasión, las relaciones de género basadas en la dominación y subordinación, etc, incluso en el caso de que sean bienintencionados, se convierten en pequeñas islas, con un impacto limitado en las condiciones de vida de las comunidades y sin capacidad de trascender y sostenerse.

En ACSUR, sin embargo, estamos convencidos que esta cooperación dominante está tocando fondo y que cada vez más organizaciones sociales y ONGs suben el nivel de sus análisis y de sus críticas por los bajos resultados alcanzados y se agrupan, para poder tener más incidencia en sectores, cada vez más amplios, de las sociedades del Norte. Intentamos dar la voz de alarma sobre el “proyecto” como herramienta alienante de intervención, frente al “proceso” -conjunto de actividades que se realizan o suceden, alternativa o simultáneamente, con un fin determinado- como herramienta de intercambio y de cambio que interactúa con las organizaciones locales y las acompaña en sus actuaciones.

Desde ACSUR nos cuestionamos, cada vez más, lo absurdo de esta cooperación mientras no se sienten las bases de un nuevo orden económico mundial, en el que la Cooperación al Desarrollo deje de ser un elemento autónomo, sin mucho sentido, para pasar a ser una pieza más del desarrollo, juntamente con las normas de comercio, aranceles, créditos, deuda externa, soberanía alimentaria, relaciones de género, migraciones, etc., cuyas reformas exigen cada vez más personas, de diferentes sectores sociales, y numerosas voces de economistas ilustres que, como ha señalado recientemente Carlos Berzosa Catedrático de Economía y Rector de la Universidad Complutense de Madrid, reivindican un orden nuevo que combata los desequilibrios sociales y económicos, producto del descontrol y la desregulación internacional propios de un tiempo pasado.

Sé el primero en comentar