Noticias de Cantabria
19-06-2010 21:51

De la vida ... en la muerte de Saramago

1. “Al día siguiente no murió nadie, [todos éramos un poco más vivos]”. “Estás, y luego de pronto ya no estás”. Más ampliamente: “El problema está ahí: nos morimos y entonces nos preguntamos ¿y qué? Me muero y ¿qué pasa después? Algunos de nosotros sabemos que no pasa nada y punto.

  Aquí acabó. Digo que la esencia humana es un intermedio entre la nada y la nada. La nada, porque antes de nacer, lo que había antes es la nada, después, también es la nada. Para nosotros, desde el punto de vista del ser, es la nada. Pero otros no piensan así, piensan que tiene que haber algo, algo que llaman Dios. Fuera de la cabeza humana no hay ni bien, ni mal, ni ideal, ni Dios. No hada nada. Todo lo que llevamos está dentro de nuestra cabeza”.


      2. En Las intermitencias de la muerte José Saramago fabula con la pausa que “la vieja señora de ceño amenazador” se toma en su trabajo. Una dama metafóricamente identificada en una mariposa, que, por el dibujo que luce en su cuerpo, y que recuerda a la de la guadaña, es conocida en el gremio de los entomólogos como Átropos [una de las parcas, junto a Cloto y Láquesis; el nombre de Átropos es un compositum de “a” -partícula privativa, sin- y el término griego terein -mirar atrás, volver la vida atrás-, de modo que la palabra innombrable viene a significar “la que no mira atrás”, “la que no vuelve la vista atrás”]. Una pausa que, en el cúmulo de los mortales del común llamados a cruzar la laguna Estigia acompañados del can Cerbero, se hace nombre y rostro en el modesto músico al que, llegada su hora [todas hieren, pero sólo la última mata -las horas-; “Sólo la vida humana corre a su fin ligera más que el viento” -Miguel de Cervantes-], visita aquélla, que, paralizada, contempla (tal vez enamorada) al ser a quien no se atreve a desprender definitivamente de sus quehaceres terrenales.


      3. El hombre, un ser para la muerte, al decir de Martin Heidegger. La idea de la trascendencia, de Dios, no es sino la íntima, y en demasiadas ocasiones, irritada, conciencia de la finitud, la rebelión frente a la íntima, y a veces, convulsa, impotencia frente a la dilución en la nada. De la nada a la nada pasando por la vida. Una vida que no justifica, ni se justifica en, la nada, pues su justificación, su razón de ser, in se et per se, es la vida misma. Una vida, así pues, no ineluctablemente, irremediablemente, condenada a la desaparición, a la extinción, a la disolución en la nada, a modo de coronación escatológica de la vida, mas, cualquiera que fuere su duración, su existencia, una realidad, la única realidad, cuyo origen y fin, su alfa y omega, es ella misma. Fuera de la vida no hay nada, como nada había antes de ella.


      4. A pesar de su belleza, el memorable, colofón de un memorable soneto, segundo terceto del Amor constante más allá de la muerte de don Francisco de Quevedo y Villegas, es el desesperado, y vano, intento de prolongarse más allá, no de la muerte, como queda dicho, sino de la vida, vale decir ... de la nada. El atormentado, enterradas las ilusiones del amor renacentista, amante del barroco que pretende erigir el amor en religión endógena, en rebelión irritada y convulsa, aunque no por ello menos íntima, no deja de ser un creyente, que pretende trascender la desaparición física de los amantes en la pervivencia del amor, un amor sin amantes. Tal es el canto al amor de estos celebrados, los más excelsos de la poesía amorosa en lengua castellana: “Su cuerpo dejarán, no su cuidado/serán ceniza, más tendrán sentido/polvo serán, mas polvo enamorado”.


      5. Frente a la desesperada tentativa de trascender mediante el amor, la estoica (la otra faz, no se olvide, del epicureísmo) mirada del poeta latino Horacio (libro III, oda 29, en la memorable dicción de Fray Luis): “Sólo es feliz aquel que cada día/puede en calma decir: Hoy he vivido/Que nuble el cielo Júpiter mañana/o lo esclarezca con el sol más vivo,/nunca podrá su mente poderosa/hacer que, lo que fue, ya no haya sido,/ni logrará que no esté ya acabado/lo que colmó el momento fugitivo”. Sic transit gloria mundi.


      6. “El mundo es tan bonito, y yo tengo tanta pena de morir”.


      7. ¿Por quién doblas las campanas? Doblan ... por mí.


      Nota.- La segunda frase y el texto subsiguiente del anterior apartado 1 son de José Saramago. La frase, en el texto de Gael García Bernal Estás y de pronto no estás (“El País”, 19-6-2010, 46). El texto de Saramago es un extracto del libro de próxima publicación José Saramago en sus palabras (“El País”, 19-6-2010, 48).


      La interpretación del famoso soneto [el poeta no tituló su creación: el sintagma Amor constante más allá de la muerte es el nombre con el que la tradición ha venido identificando los catorce versos que principian con “Cerrar podrá sus ojos la postrera ...”] de Quevedo es tributaria de la magistral crítica, frente a la clásica interpretación de Amado Alonso, debida a la pluma de don Fernando Lázaro Carreter.


      La frase del apartado 6 es, igualmente, de Saramago, vale decir, de la abuela de Saramago, según confesión de su autor: su cita en Laura Restrepo, En el día de la muerte de José (“El País”, 19-6-2010, 46).


      ... El inciso que figura entre corchetes en el apartado 1 no es del comienzo de la obra de Saramago Las intermitencias de la muerte. Son apócrifas, aunque su autor bien pudiera ser ... el que pone arriba. 

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