Noticias de Cantabria
05-09-2015 23:57

Un Mundo Rural que agoniza, la vida que te espera

José Elizondo Gutierrez.- Mis contradicciones son también las de una sociedad donde te encuentras un daye junto a una motosierra o un artista callejero vendiendo sus cuadros a la entrada del “Centro Botín”

“En la novela El camino, un muchacho, Daniel, el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida de su pueblo para integrarse en la gran ciudad. Renunciaba a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional”.

Estas líneas forman parte del libro “Un mundo que agoniza”, para muchos, alegato naturalista, del escritor vallisoletano, Miguel Delibes en su discurso de entrada en la R.A.E. Quizás a quien haya leído el libro le sobre este artículo, quizás se lo recuerde, quizás sea aún necesario rescatarlo por su vigencia. Tal vez sea tarde para no ser cómplice, pero quizás siguiendo las huellas de sus personajes podamos reorientar el rumbo de nuestros pasos.

Amanece que no es poco y me viene a la mente la penúltima campaña de “Cantabria Infinita”, en la que aparece un paisano vestido con el llamado “traje regional” y calzando unas albarcas (En Soba llamamos así a las almadreñas) con el logo de la compañía que lo patrocina. Cosas de la globalización pienso para mí ¿O acaso el lector sigue creyendo que los de pueblo somos unos paletos? Ahora los “paletos”  vienen de la ciudad y se hacen “selfies” con el rastrillo de “atropar” la hierba -prejuicios de ida y vuelta-. Los tiempos están cambiando y, mientras pongo la ordeñadora, suena Dylan en la radio. Son  las siete de la mañana. Al final la veterinaria tenía otras urgencias y no daba abasto, así que tuvimos que “sacarle la cría” nosotros. Suerte que estaban los vecinos, el pobre animal “venía de culo”. Y sonrío, por la asociación de ideas, al comparar en la pared la lista de precios del litro de leche y el kilo de carne actual con la de mis padres hace 25 años: 29,5 céntimos de euro ahora, 60 pesetas entonces (unos 36 céntimos). Y la carne: 3, 60 euros ahora, y unas 700 pesetas (4, 20 euros entonces).-Vaya negocio la entrada en Europa, aunque no sé para quien, me digo.

Quizás nunca escriba “diario de un cazador” (no me gusta la caza) ni “diario de un emigrante”. Me llamarían loco al no haber cruzado siquiera la frontera. Pero mis fronteras son otras. Mis fronteras están en el campo tras el surco del arado, en el monte donde salgo a buscar leña. Son los prados mojados de primavera, cuando hay seca en verano y hay que “ir a la hierba”. O los inviernos, cuando la nieve se queda y nos deja días “aislados”. Esas son solo algunas de mis fronteras, cada vez más difíciles de delimitar. Muchas de ellas van cambiando en un intento conciliación de lo que fuimos y lo que somos, sin tiempo de pensar en lo que queremos ser realmente.

Y es que las historias de la guerra civil de mi abuelo conviven con los programas del corazón, la “chapa” de lumbre con la vitro-cerámica, al fuego de la chimenea con la estufa de gas. Las torrijas se comen después de calentar la pizza en el microondas y el porrón de vino es más decorativo que otra cosa. Aunque siempre queda el agua del grifo, lo más sano que hay, dice mi abuela (enferma y cobrando la no contributiva después de haber trabajado toda su vida). Entre todos vamos tirando.

Hay cosas que siguen parecidas; las mujeres de la casa siguen siendo los pilares fundamentales de la familia, trabajan dentro y fuera. Y el bar, aunque se ven a maschicas, sigue siendo “cosa de hombres”. Mi padre no habla demasiado “para decir tonterías mejor estarse callado” dice. Por eso a los políticos les llama “parlabaratos”.

Nunca idealizaría la vida en el campo, quien lo haga, o no lo ha vivido o “lo come muy a lo bobo” como dicen en mi pueblo. Pero, como decía, son mis fronteras…

Y como Ni-ni, el niño-profeta de la novela “Ratas” hablase en boca del propio autor:

“la Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la química y la mecánica, se alza contra el hombre en abierta hostilidad.”

Es la amenaza del “Fracking”. Traducción libre: Muerte y desaparición de una forma de vida que ya por si le cuesta mantenerse y definirse.  

No vivo peor que un trabajador de Esniace (si no han despedido a todos), aunque para llegar al hospital más cercano tenga que recorrer 40 kms (también es cierto que respiro aire y no humo). Y ya ni hablar de esa pobre gente que aparece muerta en las costas por intentar conseguir una vida mejor (mis abuelos hicieron lo mismo). Mis contradicciones son también las de una sociedad donde te encuentras un daye junto a una motosierra o un artista callejero  vendiendo sus cuadros a la entrada del “Centro Botín”. Quizás mivoto ya no es tan disputado como el del señor Cayo porque la democracia llega por Televisión y cada vez somos menos e importamos menos. Es “la vida que nos espera”. Pero esta forma de vida, no solo es mía. Mi padre, y mi abuelo antes que él, mi madre y mi abuela antes que ella, vivían a pie de monte. Desbrozaban, hacían cortafuegos. Eranlos primeros en llegar cuando había un incendio, en jugarse la vida para apagarlo. El ganado limpiaba los montes, cabras, vacas, ovejas y yeguas marcaban los senderos por donde luego pasarían las huellas de ese llamado “progreso”.

Y ahora me dicen que ya nada de esto sirve, que adaptarme a los tiempos significa cobrar 30 céntimos el litro de leche, como hace décadas. Ahora leo la letra pequeña.Ahora solo me queda protestar por lo mío y tú no te das cuenta que es lo nuestro. Porque cuando yo desaparezca, antes lo habrás hecho tú.

Suena el móvil: Serán los del banco, otra vez. Salta el buzón.-Deja tu mensaje:

“Todos somos contingentes pero quizás tú, mundo rural, sea necesario” y amanece, que, tal como estamos, no es poco…

Ldo en Ciencias Políticas y de la Admón, Historia, Máster en Historia Contemporánea y actualmente doctorando en el área de Culturas e identidades políticas en la Universidad de Cantabria

 


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