Noticias de Cantabria
29-09-2017 07:00

“Aquí hay un ruido horrible”

Después de publicar, y con gran aceptación de ventas, su novela de título "El caso del secuestro de la abogada", nuestro amigo Javier, compañero, articulista, y ahora escritor, su último hobbie-profesión, y enfrascado en su segunda novela, nos acerca con maestría y sensatez al porque se ha llegado a la situación que atraviesa Cataluña.

“Aquí hay un ruido horrible”. “Qué? “Digo que aquí hay un ruido horrible”.” Perdone, no le oigo con este maldito ruido que hay aquí…” Para tranquilidad de los lectores no es ninguna conversación en alguno de los parlamentos españoles, pertenece a la novela “la vida en sordina” del escritor inglés D.Lodge.

Pero no nos engañemos podría haberse producido tanto el parlamento catalán cuanto en el español. Todos los españoles vivos llevamos el problema catalán a cuestas desde que nacimos, y hablar de ello se convierte en un ruido horrible y no voy a entrar en razones históricas ni en su empeño en comer butifarra y hablar en catalán.

El problema no ha contaminado tanto ya, que aquí a 700 km, empieza a hacerse lo mismo que allí, excluir de la conversación hablar de ello para salvar la convivencia familiar o entre amigos. Aquí como allí, lo importante empieza a ser encontrar al culpable y así, en cuanto uno le echa la culpa de todo a Rajoy y al PP el otro entre torvas miradas le recuerda a Zapatero y al Estatut y si alguien recuerda que para la mayoría de los nuevos soberanistas su cambio de postura radica en la sentencia del Tribunal Constitucional que anuló el Estatut, generalmente alguien da un fuerte golpe en la mesa.

A mí en las conversaciones me gusta distinguir entre culpa y causas, no sé por qué encuentro las culpas como muy emocionales, las causas creo que son más objetivas y son acumulativas mientras que las culpas tienden a ser excluyentes. La culpa tiende a ser generalizable y no se necesita más para un argumento convincente: “los catalanes son unos victimistas.” Si la culpa es de Zapatero no hay que buscar más culpables, por si acaso pues sentirse culpable es muy incómodo.

Cuando se celebraron las elecciones plebiscitarias, pues así eran convocadas, de 2015, el resultado abrió una prórroga inesperada para el inevitable choque de trenes, prórroga que no supo ser utilizada. No digo yo que el papel del gobierno, que es quien tenía que tomar las iniciativas fuera fácil, pero a la vista está que mandar a Soraya Sáenz de Santamaría era insuficiente, porque el enfrentamiento ya era imparable. Seguramente creyeron es que el desfenestramiento de Artur Mas por la Cup era una victoria, cuando claramente era una derrota y un agudizamiento del problema, que como vemos estos días está, rozando la declaración de estado de excepción. La autonomía catalana no ha sido suspendida, pero si algunas de sus funciones.

Afortunadamente cuando escribo esto no ha habido derramamiento de sangre, pero es una eventualidad que en ningún caso hay que excluir, porque es una situación que desgraciadamente se produce por múltiples motivos demasiado a menudo, y debemos de estar preparados para ello.

Lo peor del drama, que a veces pasa inadvertido, es que hoy hay en Cataluña varios millones de personas amordazados, como ayer la hubo en el País Vasco. Ha comenzado una limpieza ideológica en la que se persigue sistemáticamente a quien no abrace el credo y la emoción soberanista, persecución en la que los scratch, las pintadas en las calles y el señalamiento en las redes, recuerda la persecución que a los judíos se les hacía por los nazis en la década de los treinta.

 

 El problema no es la celebración del llamado referéndum el 1 de octubre. El problema es que la convivencia no ya con el resto de los españoles sino entre ellos mismos está rota para décadas. El dilema es la búsqueda de las soluciones sabiendo como sabemos que algunos han conseguido convertir los errores del contrario en victoria propia. Por ejemplo, hay toda una generación que es en bloque soberanista y es la de la juventud actual. Escribe Eduardo Mendoza, que él se ha negado a firmar un manifiesto, no porque no esté de acuerdo con él, sino porque quienes lo firman son todos muy mayores, como sucede en general entre los opinadores, como es mi propio caso. También es cierto que ser mayor a menudo te permite tener experiencia, y en mi experiencia profesional tengo constatado que cuando los interlocutores no se entienden y no resuelven hay que cambiarlos. Se recomienda en todas las escuelas de negocios.



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Comentarios(1):

JCMM - 29-09-2017

Me gusta tu artículo -cuasi opinión- Javier porque como siempre has hecho en tus pensamientos y opiniónes las dejas abiertas porque buscas del lector o contradictor la integración