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Opinión 20-03-2018 07:00

Algún recuerdo del Foro Económico Mundial en Davos

Qué bueno sería, que en estos encuentros de las naciones se buscara la esencia de los pueblos, no el globalismo. Pues recuerdo a Ramiro Maeztu citando al gran montañés don Marcelino Menéndez y Pelayo diciendo: «Donde no se conserve piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora».

Anualmente se viene reuniendo el Foro Económico Mundial en Davos-Klosters, Suiza. La ciudad más alta de los Alpes, un antiguo sanatorio y balneario de enfermedades pulmonares. Y que por haber estado de cura la esposa de Thomas Mann, este escritor conoció el lugar, y lo inmortalizó situando en él su monumental obra «La montaña Mágica». En esta estación de invierno desde 1917 se reúne anualmente el Foro Económico Mundial, y este año promovido por el profesor universitario, político y hombre de negocios Klaus Schawb. Donde se han encontrado unos setenta jefes de Estado, y donde ha acudido por primera vez nuestro Rey Felipe VI, para defender la situación de España, algo quebrantada en estos momentos por el desvío catalán, aunque con grandes esperanzas.

El profesor Schwab, como anfitrión, comenzó el encuentro proponiendo como tema: «Creando un futuro compartido en un mundo fracturado». Y en sus primeras palabras propuso que tales fracturas deben ser motivo para buscar nuevos modelos de cooperación, que no estén basados en interés individualistas sino en un sentido globalista, que el destino de la humanidad llegue a ser como un todo. Una bonita frase con el propósito de poner a las personas al albur del gran capitalismo, pero lejos de la tradición de los pueblos y camino de la destrucción de las culturas tradicionales.

Esta reunión, aunque muchos Estados asistan sin verdadera conciencia de lo que es, se trata de proyectar en todas las naciones un programa globalizante internacional. Idea que se propone como una promoción de los pueblos, pero en realidad pretende dirigir a las naciones a que entren por la puerta del globalismo, dejando la dirección de la sociedad a oscuras fuerzas con una ideología predeterminada. 

Los temas propuestos, que se introducen como datos incuestionables del progresismo sin más criterios que venir de un orden superior, son impuestos como verdades universales y constituyen lo políticamente correcto: El cambio climático, la desaparición de fronteras, la inmigración masiva, la «integración» europea, y hasta la ideología de género con el aborto como derecho para llegar a la globalización. Y todo esto si quedara como discusión técnica, había que decir poco, pero no es así, pues constituye el programa que obsesiona a los dirigentes de estos encuentros, e inoculan a los asistentes convicciones inexcusables, y que inducen a los Estado a romper con la tradición de la cultura cristiana, por cuanto que es la ideología que ha sabido introducir en la sociedad la valoración de la pobreza, y el dar al pobre la misma dignidad que al rico, principio que no tiene cabida en este programa capitalista.

Y como la idea de este acercamiento del mundo a los pobres está en absoluta contradicción con estos foros económicos, tienen que promover la persecución al ideal cristiano. Además, no son lecciones que quedan en las alturas invernales de Davos-Klosters, en Suiza, sino que son para calentar sus programas con el aleccionamiento diario en todos los grandes medios de publicidad.

Las intervenciones de los dignatarios no siempre fueron acertadas, por ejemplo, Angela Merkel quiso excusarse del problema de la inmigración que tan caro le ha resultado en las últimas elecciones, y dijo: «Desde el Imperio Romano, desde la Muralla China, sabemos que encerrarnos en nosotros mismos no ayuda». Debería haber estado mejor informada, pues si hubiera estudiado la historia de Roma hubiera sabido, que el Imperio Romano cuando no pudo guardar sus fronteras, irrumpieron los pueblos bárbaros y llevaron por delante el gran Imperio de otros tiempos. Y la Muralla China dejó de proteger al Celeste Imperio cuando cesó en la función de detener a los pueblos que bajaban del norte. Debía haber dicho lo contrario, pues los citados Imperios cayeron por descuidar sus fronteras y ser arrasados por unos pueblos bárbaros, lo que puede pasar ahora en Europa con las incontroladas inmigraciones.

Se pusieron en evidencia las ambiciones de Macron, presidente de Francia, volviendo hacer resurgir, cual otro Napoleón, la pretensión de la conquista del mundo por Francia, que como situada en el centro de Europa cree ser el centro del desarrollo mundial. Destinó su discurso a decir: «Quiero hacer de Francia un modelo en la lucha contra el Cambio Climático». Fenómeno imposible de resolver, dentro de los límites en que está comprendido. ¿Qué puede hacer un país, como Francia, en la consideración del fenómeno global? Ya sabemos que el tan llevado y traído fenómeno, es tan vago en su enunciado y tan ambiguo en su realización, que cualquier situación le va servir para proclamar la victoria en esa lucha o urgir más drásticas medidas.

Como era lógico la presencia de Trump conmocionó la reunión y centró la atención de todos. Estuvo en su línea dispuesto al diálogo, pero con la idea clara de «América primero». Pero como él lo entiende, no como una nación cerrada al mundo, sino al contrario: «América está abierta a hacer negocios». Y añadió que su finalidad es perseguir la paz y la prosperidad. Para completar la escena allí estaba su enemigo el financiero internacional George Soros, promotor del globalismo del progresismo mundial. El duelo que se ofreció fue la comidilla del Foro de este año.

También estuvimos presentes este año los españoles representados por nuestro rey Felipe VI, que asistía por primera vez. Su misión no era entrar en grandes problemas, sino justificar la presencia de España, ya que «el pueblo español es muy consciente de que el bienestar y el progreso no vendrá de la mano de la soledad, el aislamiento y la división, sino de los objetivos comunes, de la acción concertada y de una estrategia lúcida de futuro». Y para evadir el mal momento que alguien pudiera pensar explicó que: «Las desavenencias y disputas políticas deben discutirse en el marco de la Constitución, que no es algo ornamental, sino el pilar fundamental de nuestra coexistencia democrática y se merece el mayor respeto».

Qué bueno sería, que en estos encuentros de las naciones se buscara la esencia de los pueblos, no el globalismo. Pues recuerdo a Ramiro Maeztu citando al gran montañés don Marcelino Menéndez y Pelayo diciendo: «Donde no se conserve piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora». E interpretando esta idea decía don Miguel Artigas: que además de original ha de ser dominadora, ya que en el pueblo se conserva como en depósito el sentimiento del pasado, y sólo llegará a ser dominadora si logra encarnarse en ese sentimiento popular.

 

Pero no son estos Foros para sacar de los pueblos los valores de su esencia, sino para llegar a dominarlos con la artificial estructura económica que se está creando con el sentido global de la economía mundial.

 

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