Noticias de Cantabria
Opinión 30-08-2018 20:30

Socialismo y estado de bienestar

Se dice con reiteración que el objetivo de la política y de los políticos consiste en lograr el bienestar ciudadano.

Todos conciben, a la hora de ofrecerlo, que es una prioridad ilusoria, postiza. Realizan un espectáculo inigualable en campaña electoral o conformando una oposición siempre desabrida cuando no folklórica. Ocurre, sin embargo, que compromiso serio, idealismo e iniciativa, comparecen huérfanos de remembranza. Sorprende la facilidad con que un político, cualquiera, olvida afirmaciones o contingencias espectaculares, pertinaces, firmes, siendo absurda su posterior negativa porque la hemeroteca, como el algodón, no engaña. A ese fin, despliegan un grado de cinismo extraordinario pretendiendo negar lo obvio. Su impudor no tiene límites. 

Aunque el epígrafe se refiere a la paradoja bienestar-izquierda, difícilmente podemos encontrar una ideología que quede a salvo. Menciono a Rajoy. Dicho político, en la oposición, imprecaba -y le sobraban razones- a Zapatero por su incompetencia. Tal vez, las mayores críticas se refirieran al apartado económico y concretamente al aumento del déficit y de la deuda. Haciendo gala de unos principios liberales inexistentes, don Mariano aseveraba contundente una bajada sustanciosa de impuestos cuando alcanzara La Moncloa. Ubicado allí, sobre ciento ochenta y seis diputados, dos días después el IRPF alcanzó cotas desconocidas hasta ese momento. Dijo que el PSOE había mentido en el déficit declarado (seis por ciento) cuando la realidad lo había llevado al nueve. Esa diferencia, según él, tuvo que paliarla con el salvaje aumento de impuestos. Una media verdad con pretensiones absolutorias.

Semejante atentado al bienestar de la clase media, a poco descapitalizada, junto a una desideologización marcada por estrategas de baratija, le llevó a ser el único presidente que no aguantó dos legislaturas completas. Estoy convencido de que las cabezas pensantes, los que mueven hilos trascendentales, pensaron que para obtener once millones de votos deberían diluir los principios hasta hacerlos atractivos a todos: derecha, centro e izquierda, sin apreciar que el éxito fue demérito de Zapatero. Constituyó un grito de hastío y auxilio que Rajoy no supo valorar en su justa medida. Este escenario, junto a la deslealtad de PNV y PSOE potenciada por siglas divergentes, pero en perfecto maridaje, llevaron a una moción de censura triunfadora, amén de perversa y onerosa.

Sánchez, desde el primer minuto, dejó al descubierto sus intenciones absolutistas, arbitrarias, torpes. Sobre aquellos alegatos estentóreos de reformas democratizadoras, aparecieron un ejecutivo con cuatro ministerios más que el anterior y un gobierno fetiche. Ignoro la procedencia (lugar y modo) de las lisonjas lanzadas sobre perfectos desconocidos o falsamente consagrados, Carmen Calvo sin ir más lejos. El común salva a Borrell y a Grande Marlasca, únicos que proporcionan sustancia al gabinete, aunque las expectativas superen lo ofrecido hasta ahora. El presidente, en efecto, desmenuzó sus reformas empezando por La Moncloa. Tras dar cuerpo, por decir algo, al consejo de RTVE -purgada rabiosamente- colocó a amigos y conmilitones en puestos de elevados honorarios llevando el nepotismo a extremos desconcertantes. Terminó, en similar postulado al de Iglesias, colocando a su pareja en una institución privada que, se afirma, recibe fondos públicos.

Armada de extraordinarios principios éticos, de inquietudes sociales, de acrisolada honradez, la socialdemocracia europea (también el socialismo español) pretende liderar un monopolizado Estado de Bienestar. Propaganda propia y mediática niegan cualquier probabilidad a la derecha. Sin embargo, una realidad terca se empecina en descubrir las lacras enormes que lo acompañan. Solo hemos de advertir cómo viven los ciudadanos de aquellos países que llevan al extremo políticas estatalizadas. Ventear, admitir, teorías comunistas en un marco económico capitalista lleva a la miseria y a la opresión. Sobran ejemplos que confieren esa epistemología constructivista tan de acuerdo con las tesis marxistas.

Para conseguir el Estado de Bienestar no es suficiente la pose con que el político de turno presente cierta falsa querencia a lo social. Al final, toda ideología tiende, con menor o mayor instinto, a conseguir ciudadanos felices. Les va en ello su permanencia democrática. Lo verdaderamente raquídeo, lo fundamental, es crear riqueza para que pueda repartirse. Y aquí rumia la madre del cordero, sirva la expresión. Los partidos socialistas, siguiendo su entraña, ambicionan un Estado vigoroso, popular, supremo. Aparte el peligro que encierra el atributo popular, ese vigor, esa fortaleza, requiere recursos públicos y, como consecuencia, subida de impuestos no siempre utilizada en resolver casos graves de incuria grupal. Asimismo, sostienen que la creación de empleo proviene de la empresa pública, nido de enchufe y corrupción políticos.

Los partidos liberales, preservan la empresa privada como herramienta crucial en la creación de empleo. Defienden un Estado exiguo, sin recursos apenas; solo para sufragar los servicios sociales básicos, que apuestan públicos de gestión privada. ¿Se elimina de esta forma la corrupción? No necesariamente, pero la hace menos factible. En realidad, ningún postulado económico tiene soluciones definitivas a los problemas ciudadanos, aunque -a priori- el liberalismo, defensor a ultranza de las libertades individuales y rentable al estimular la iniciativa privada, parece registrar usufructos más beneficiosos para el individuo. Desde luego, Europa septentrional, la rica, poco a poco se va despojando de las doctrinas socialdemócratas para decantarse por un liberalismo social.

Queramos o no, gobiernos de izquierdas (denominación española en contraposición a los de derechas) existen solo en Portugal, España, Italia -con alianza antinatura- y Grecia. El resto, son gobiernos conservadores, demócrata-cristiano y liberales, solos o realizando pactos precisos con otras ideologías, incluso socialdemócratas. Ya se empieza a asegurar que con el ejecutivo actual el crecimiento bajará un porcentaje sustantivo; es decir, la cuestión económica sufrirá un parón importante. Y eso que nuestro presidente no ha realizado cambio alguno en las leyes laborales del gobierno Rajoy y que, con tanto bombo y platillo, anunciaba cuando era portavoz del “no es no”. Pensemos que le quedan unos meses para abandonar el timón. Esperemos que el país todavía tenga posibilidad de recuperación, pese a la dificultad que se hará visible día a día.

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