Pequeñas cosas con importancia

Me entero que el principal acusado del asesinato del alcalde de Fago, que afirmaba sin miedo y sin tacha en una entrevista, que es preferible matar al tirano que vivir sojuzgado, suscitando las simpatías del  personal, ha ingresado en un hospital, tras ingerir un montón de pastillas. A veces la depresión, la desesperación, el narcisismo de querer llamar la atención y otras muchas razones que los psiquiatras conocen bien, explican las tendencias autodestructivas de las personas. Pero lo que me llama la atención, es que un pollo encarcelado, acusado de asesinato, pueda zamparse un montón de pastillas, como si fuesen caramelos toffees. Yo creía que  en las prisiones españolas a los presos, además de tomarles las huellas digitales, se les quitaba la corbata, los cordones de los zapatos, se les vaciaban los bolsillos y se les tenía vigilados. Y resulta que de eso nada. Al parecer, el acusado puede tener en su poder elementos que pueden enviarle al otro barrio. Y cuando eso ocurre lo es por desidia del funcionario de prisiones, connivencia con un familiar o estupidez del médico que prescribe pastillas y no vigilan su uso. Al final, lo que ocurre, es que todo el mundo anda echándose las manos a la cabeza por si se nos muere el preso.

Esta semana ha ocurrido otra anécdota carcelaria aún más dramática. Un hombre joven que había cometido el “sospechosos delito” de llevar a la hija de su novia a Urgencias tras observar la aparición de unas manchas en la piel de la niña, y ver cómo entraba en situación de obnubilación que la condujo a la muerte, es formalmente acusado por el médico de guardia de un hospital tinerfeño, de haberla matado a golpes. De inmediato, a ello se sumó la acusación de abusos sexuales. Incluso algún periódico muy digno él, publicó una fotografía con “el rostro del asesino”, en la que el pobre hombre mostraba una mirada huidiza, aplastado por las acusaciones y el aparato estatal. Esposado y amenazado por las multitudes fue conducido a la cárcel. No se qué pasaría en ella, pero tuvo que ingresar al día siguiente en un hospital, al parecer, por un problema de ansiedad. Entretanto, la justicia le declaraba inocente, la niña había muerto por causas naturales y todo había sido un error del avispado galeno y del juez de guardia.

Y para cerrar, me acordé de cómo un fulano, conocido por su desvergüenza habitual, se escapa a Tailandia para eludir la cárcel y  tener que abonar la pensión a su mujer, por temor a recaer en la droga. Podía haber ido a Camerún o a Malawi, pero mira por donde escogió Tailandia. Curioso. Lo malo, es que luego regresa, y con un par de mesecitos en chirona todo se arregló. Eso sí, rodeado del cariño y los aplausos del personal en las televisiones de la degeneración.